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El silencio de la mujer

En el espejo Cristina se reflejaba y en el silencio sabía quién era

Todas las historias han comenzado con “Érase una vez” pero cuando se comienza de esta manera es porque la historia es perteneciente a un estado ilusorio del hombre, por lo tanto la historia viaja a través de la mente del hombre. Pero como mi historia es real, tengo la necesidad de comenzar como se empiezan las grandes historias; “En el principio”.

Cristina conocía su principio, cada mañana al levantarse se miraba al espejo y con sus ojos color miel depositaba toda su mirada en su rostro, no había ninguna necesidad de palabra, sus labios no se entreabrían para nada, su lengua pertenecía quieta, la respiración era serena mientras sus ojos se contemplaban a sí misma, podía ver la textura de su blanco cuello y como algunos mechones del cabello estaban alrededor de el.

Se mantenía en silencio por cinco minutos, era su mantra, su momento de oración, ella vivía esos cinco minutos como en un estado meditativo, ella sabía cosas que nadie jamás había pensado, ella tenía muy arraigado el “ámate a ti mismo”, ella sabía que el lenguaje del alma es el silencio, y cuando es el alma la que envuelve al cuerpo lo que se expresa es amor.

Pero algo más sabía Cristina porque pese a las inundaciones de dolor de este mundo ella se mantenía firme para sí misma, a pesar de tantas injusticias que vemos día a día ella se mantenía en su órbita, siempre constante, siempre absoluta. Su estado de consciencia le hacía percibir las cosas que le rodeaban con más claridad, cuando se sentía triste cosa que sucedía a veces, volvía al espejo y en el silencio sus ojos hablaban.

En el amor sobran las palabras, el único acto del amor es el silencio. A su alrededor sus amigas vivían para sí mismas materialmente, las redes sociales eran su campo de concentración, las frases de las fotos que colgaban dentro de ese mundo las copiaban de las canciones que mas escuchaban o si no la rebuscaban, pero cuando se sentían triste iban a Cristina que siempre tenía el silencio exacto para entenderlas y escucharlas, y ella entre risas les decía: “Mírate más al espejo que al lente de una cámara”, las amigas no entendían pero ellas sabían que detrás de esas palabras se escondía algo maravilloso.

Un día Cristina se despertó como de costumbre, su pie descalzo hizo contacto con el frío suelo, se miró al espejo y por unos minutos sus ojos se llenaron de lágrimas, tampoco en ese acto hubo necesidad de palabras, era su alma revelando su poder, era ella caminando sobre peldaños de altura, sabía que había venido a este mundo no a cumplir un propósito pero si vino a propósito, estaba aquí para experimentar y sentir, sabía que el dolor llegaba a veces por diferentes caminos, pero ella permanecía en el camino del miedo cuando este le azotaba, ella fluía como el agua entre las rocas, su energía revelaba su verdadero empoderamiento del YO, lo sistemático no le atraía, ningún conocimiento la atrapaba, ningún movimiento la satisfacía, todo lo mecánico era una herramienta para ella, cada cosa material que obtenía lo hacía desde la necesidad, porque en el espejo recordaba una frase que leyó en algún libro: “Tengo menos, para tenerme más”.

En el espejo Cristina se reflejaba y en el silencio sabía quién era, cada mañana en ese acto un nuevo secreto era revelado para ella, vivía de tal manera que las apariencias no entraban en su mundo, sino todo lo que era real aunque sabía que no era verdad, porque toda mujer cuando tiene un estado de consciencia elevado sabe que todo es real más no es verdad.

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