fbpx

Nacida By Caridad Abellán

Entra diciembre. 

El último mes del año llega cansado después de trescientos treinta y tres días de camino.

Viene con su capa blanca, esa que guarda para las grandes ocasiones.

La ciudad está ya lista para recibirlo y ha llenado sus calles de brillantes luces, que forman estrellas y guirnaldas.

Los habitantes recorren las aceras, cargando sus bolsas en manos enguantadas. Sus risueñas voces atraviesan las bufandas dejando un surco de vaho blanco en el aire.

Faltan pocos días para Navidad y no pueden faltar los regalos debajo del árbol, las mesas con coloridos manteles, y las ricas viandas de la cena de Nochebuena.

Desde la ventana de mi apartamento, observo los copos de nieve que van cayendo lentamente de un cielo gris, cubriendo las copas de los árboles y los tejados.

 Los villancicos invaden estos días la calle y traen a mí, el recuerdo de otras Navidades.

Días en los que las familias se juntaban frente al televisor y los niños cantaban con sus panderetas frente al Portal de Belén, para después asaltar a los vecinos pidiendo el aguinaldo.

La zambomba, el almirez de bronce amarillo y la botella de anís “El mono” eran improvisados instrumentos sobre los que se descargaba todo el virtuosismo musical provocado por alguna copita de cava.

Noches de Misa del Gallo y de campanadas desde el reloj más conocido en España.

Uvas que se adelantaban en los cuartos, y besos y abrazos.

No conocíamos el Black Friday, no mandábamos WhatsApp, escribíamos postales y llamábamos a los amigos unas horas antes de la media noche para no colapsar las líneas de teléfono.

Desde la cocina, el sonido de la cafetera me saca del recuerdo, que despierta en mí una sonrisa.

Vendrán nuevas fiestas, diferentes, pero igualmente impregnadas con ese sentimiento especial que llamamos Espíritu Navideño.

 

CARIDAD ALBELLÁN

BUSCAR