La nave de una mujer rasga el océano,
el pecho brama su calado
—bajo la risa.
Impresionan los gestos de los marineros
que la acompañan.
Los ribetes de sus brazos despuntan
un adiós compartido, el horizonte de locura.
Bailan como percebes ebrios
sobre la superficie mojada del casco.
Antes de embarcar
siempre depositan sus almas
en esa blanda carena
—para no perderse.
La mujer esconde un amuleto.
El tacto le confirma lo que fue verdad.
Los Alisios soplan en cuclillas su presencia.
Teresa Iturriaga Osa