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Lucía Lacarra, la bailarina que nunca pensó en ser otra cosa

Fotografía: @Jeromorales 

“Después de tantos años me puedo permitir bailar por placer”

Lucía Lacarra es noticia porque este fin de semana protagoniza Antígona, la nueva coreografía del Ballet de Víctor Ullate, en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, coreografía que girará este verano por toda España. Una bailarina española con una importante carrera internacional formando parte de compañías como la de Roland Petit o el Ballet de San Francisco y siendo la bailarina principal del ballet de la Bayerisches Staatsballett de Munich.

Antonio Hernández (AH) – ¿Por qué hay que contar la historia de Antígona ahora?

Lucía Lacarra (LL) – Porque es una historia maravillosa. Además de muy actual hoy en día que se está luchando por los derechos de la mujer y por la igualdad.

Antígona es una mujer fuerte que cree y lucha por sus convicciones. Incluso está dispuesta a dar la vida por sus ideas. Una mujer que no está sujeta a los convencionalismos y que se niega a seguir las ordenes que le son dadas.

Es una historia de rebeldía y de feminismo. De una mujer que quiere vivir su vida como la ve y como la siente. Una historia que se puede ver en el mundo real en el que las mujeres están peleando por tener una voz, libertad de pensamiento y de poder decidir por sí mismas.

AH – ¿Qué le aporta el personaje a Lucía Lacarra? ¿Y Lucía Lacarra al personaje?

LL – A mi me aporta muchísimo. Me encanta introducirme en la piel de los personajes. He interpretado muchos personajes a lo largo de mi carrera pero no soy ninguno de ellos. Yo soy yo. Los personajes que interpreto tienen su propia mente, su propio pensamiento y toman sus propias decisiones.

Lo que sí aporto a los personajes son mis emociones. Las emociones que tienen los personajes cuando los interpreto en el escenario son reales. Sus emociones son las mías. Proceden de mis vivencias y de plantearme y transportarme a esa situación. Disfruto transportándome a esa otra realidad y sintiendo esas emociones. Planteándome que haría yo en su situación, qué decisiones tomaría, qué pensaría y cómo me sentiría.

Como artista cada personaje que hago me aporta. El tener un personaje como Antígona fuerte, con tanta convicción y tanto respeto por sus creencias es maravilloso en este sentido.

AH – ¿Cómo se ha preparado el personaje?

LL – Una cosa es la preparación física, la fase de creación, el trabajo que se hace con los coreógrafos, que en este caso son dos: Víctor Ullate y Eduardo Lao, donde una se transporta a esa Antígona que ellos quieren recrear. A la visión que ellos tienen esos personajes.

Luego he intentando transportarme a la situación de Antígona, que es muy comprensible. El conflicto entre lo que ella piensa que es justo y lo que la sociedad considera que lo es.

Me he sentido muy identificada. En mi vida he tenido que tomar decisiones muy duras que estaban basadas en mi convicción. En defender la identidad, la creencia y la personalidad que uno tiene y no dejárselas perder del todo. No ceder ante lo estipulado o lo que hay que hacer si no se está de acuerdo.

Yo he sido así siempre. Siempre he querido mantener mi identidad, mi manera de ser, la ideología que tengo. Lo he hecho por respeto a mi misma. Para interpretar este papel me he dejado llevar por mi propia vida, basarme en situaciones que me hayan podido pasar. No tan extremas como la de Antígona, ni mucho menos, pero sí en situaciones en las que he tenido que tomar decisiones difíciles.

AH – ¿Quién es Lucía Lacarra? ¿Cuáles son esas creencias y esa identidad que defiende?

LL – Me gustaría creer que me considerasen una persona muy fuerte. Tuve que dejar a mi familia con trece años por perseguir un sueño, el de la danza, que yo tenía desde muy pequeña. Eso me ha hecho una persona fuerte por obligación. En esa situación, por supervivencia uno necesita aprender a tener disciplina, a tener una mente clara, a tomar decisiones.

Todo eso me ha hecho lo que soy ahora. Una bailarina realizada por todas las decisiones que he tenido que tomar para desarrollar una carrera. Como dejar una compañía y empezar desde cero en otra para aprender cosas nuevas, tener otras experiencias o para asumir retos.

Soy ese tipo de persona que se entrega al cien por cien en todo lo que hace, por eso ahora sé exigir que se respeten mis decisiones, mi forma de ser o mis creencias. Es algo que uno aprende con las experiencias que ha tenido en la vida. Nunca he tratado de hacer lo convencional o lo fácil. Me he retado mucho a mí misma. Soy el resultado de todos esos retos.

AH- Siendo una niña en Zumaya, donde ni siquiera había escuela de ballet hasta que no tuvo 9 años, ¿de dónde le vino esa vocación por la danza?

LL – Es un poco la pregunta del millón. Ni yo ni nadie sabe responderla. Con tres años yo decía que iba a ser bailarina de ballet, pero en Zumaya no existía nada que tuviera que ver con el ballet. Me pasaba horas mirando un joyero que tenía mi madre. Era uno de esos joyeros antiguos en los que una bailarina giraba delante de un espejo mientras sonaba El lago de los cisnes.

A parte de este joyero, mi contacto con el ballet era casi nulo. A lo mejor a través del programa de televisión El kiosko, en el que salía Victor Ullate con algunas bailarinas, o en las revistas que salían los Ballets de Montecarlo. Era como una vocación que no sé de donde me venía, pero desde entonces no ha pasado un día que yo no haya pensado en bailar. De hecho, fui la primera persona inscrita en la escuela de ballet que ha citado.

AH – ¿Cómo llegó a la escuela de Víctor Ullate como alumna?

LL –. Cuando llevaba dos año estudiando ballet en la escuela de Zumaya, la profesora le recomendó a mi madre que me llevara a un curso muy famoso que hacía Rosella Hightower en Tarragona.

Todo el mundo le decía a mi madre lo bonita que era y lo buena que era bailando. Ella tenía miedo de que me llenaran la cabeza con falsas ilusiones. Por eso decidió llevarme al curso de Tarragona para que viera lo que era la danza en realidad. Dejase el sueño de ser bailarina y lo considerase un hobby.

La que se llevo la sorpresa fue ella. Todos los profesores se fijaron en mí y la dijeron cosas como “Tienes una joya y la tienes que ayudar”, “Cada muchos años sale una buena y esa es tu hija.” Para mí madre fue un golpe porque le dijeron algo que no se esperaba y el ballet era un mundo que no conocía.

Entonces le recomendaron una profesora en San Sebastián que me empezó a preparar para alcanzar un nivel superior al que podía obtener en Zumaya. Esa profesora le dijo a mi madre que ella podía llevarme hasta un límite pero que tenía que irme a Madrid para poder estudiar ballet.

Por eso me presenté a unas becas que daban el Gobierno Vasco y la Diputación de Guipúzcoa. Para prepararme me quedaba en una casa de San Sebastián toda la semana, excepto los fines de semana que me iba a Zumaya.

Cuando conseguí la beca a los catorce años me fui a Madrid a la Escuela de Víctor Ullate. Y un año más tarde ya estaba bailando en la compañía de Víctor.

AH – ¿Cuáles fueron los siguientes pasos hasta comenzar su carrera internacional?

LL – Estuve tres años en la compañía de Víctor Ullate, pero tenía esa inquietud por descubrir. La danza era mi mundo, un mundo que no se terminaba en una ciudad.

Tenía muchas cosas que quería vivir y experimentar. Por eso a los dieciocho años decidí irme, conocí a Roland Petit e hice una audición para él y me cogió. Pasé tres años maravillosos en Marsella. Él me introdujo en el mundo dramático en la danza, de las historias, en convertirte en un personaje, en transportarte a otro mundo.

Fue todo un descubrimiento para mí. Supe que sería todo un camino. Fue entonces cuando fui invitada a bailar el Lago de los cisnes en la Scala de Milán y me di cuenta que no había bailado ballet clásico. Si quería bailar este género de ballet tenía que empezar en ese momento. Así que decidí irme al Ballet de San Francisco que tenía un repertorio enorme. Suponía empezar desde cero porque en Estados Unidos no me conocía nadie. Allí estuve cinco años formándome una idea de cuál sería mi compañía y mi repertorio ideal. Coreografías a las que no había tenido acceso como Romeo y Julieta, Coppelia, La fierecilla domada, Onegin, Las damas de las camelias.

Finalmente la meta se convirtió en hacer todos esos ballets. Por eso me fui al Bayerisches Staatsballett de Munich donde podría hacer todos ese repertorio. Este centro se convirtió en mi casa durante catorce años.

AH – ¿Cuál es la diferencia en las formas de trabajar entre Estados Unidos y Europa? ¿Y entre Europa y España?

LL – La forma de trabajo entre Estados Unidos y Europa es muy diferente. Sobre todo porque las compañías estadounidenses se financian de forma privada, dependen de las donaciones particulares para que esa compañía siga adelante. El trabajo es extenuante en un mundo tan competitivo y exigente como el norteamericano, lo que hace que en cinco años allí uno aprenda lo que no aprende en cinco años en Europa.

Nunca decidí irme a vivir allí para siempre porque a mi me gusta más Europa. En Europa el alma de la danza es mucho más artística. En América el trabajo es más técnico, se considera la calidad y la exigencia en el trabajo, pero se pierde el alma artística, las emociones, que si se cuidan en los trabajos que se hacen en Europa. En ese sentido me gusta más trabajar en Europa.

Las diferencias entre España y Europa empieza porque cada ciudad tiene un teatro y cada teatro tiene su compañía de danza. Y todos están orgullosos de su compañía, incluidos los gobiernos, independientemente de quien gobierne. La danza es algo que se mantiene y se respeta esté quien esté gobernando porque es una institución necesaria a nivel educativo y es bueno para alma. Es arte, y el arte es beneficioso para el alma independientemente de su rentabilidad económica. Esa es una mentalidad que no tenemos en España y que debería cambiar.

AH – ¿Pero el público español responde a compañías como las de Víctor Ullate?

LL – La compañía de Víctor Ullate tiene una muy buena respuesta de público vaya donde vaya. El público no es el problema. La afición española por la danza es enorme porque tenemos una tradición tremenda. Lo llevamos en la sangre por eso hay tantos bailarines españoles bailando roles principales en grandes compañías por todo el mundo.

El problema no es la afición ni el público sino la ideología. Hay que cambiar esa ideología y proteger y fomentar la danza.

AH – ¿Por qué ha vuelto a España?

LL – Como parte de un ciclo normal. Llevaba catorce años en Alemania con un mismo director y llegó al teatro un director ruso con una ideología distinta y con una forma diferente de tratar a la gente que no me convencía.

Sentí que había llegado el momento de enfocar mi carrera de otra manera, en la que yo podría ser dueña de mi agenda y elegir bailar lo que quisiera, con quien quisiera y donde quisiera. Bailar por placer porque después de tantos años me lo puedo permitir. Estoy disfrutando muchísimo de ese poder de elección.

AH – ¿Cuál es su papel actual en la compañía de Víctor Ullate?

LL – Soy la bailarina invitada

AH – ¿Qué cree que aporta con ese papel a la compañía?

LL – Toda la experiencia que tengo. He acumulado unas vivencias que me dan otra seguridad, otra forma de estar en el escenario, que puedo aportárselas sobre todo a los componentes más jóvenes de la compañía.

Cuando yo era joven me inspiraba en otras bailarinas que eran más experimentadas que yo. Creo que es fantástico tener un referente que te motive. Ver a una bailarina que a pesar de los años que lleva bailando, está con ellos y trabaja tanto como ellos y sigue siendo tan disciplinada como tienen que ser ellos.

Además, saben que pueden hablar conmigo, que me pueden pedir consejo, porque he pasado por todo lo que están pasando ellos y los consejos se basan en la experiencia.

AH – ¿Habla con ellos cuando les da clase o cuando baila con ellos?

LL – Cuando bailo con ellos, yo no les doy clase. En una coreografía se baila con muchas personas, se tienen parejas de baile o un conjunto de ellas hacen de tus hermanas o de tus amigas o se baila en grupo. Cuando se baila en grupo se comparte mucho.

AH – ¿Cómo se baila con otros en el escenario?

LL – A mi siempre me ha gustado bailar con otros en el escenario. Se pueden crear más emociones cuando se baila con otra persona que sola. La verdad es que es maravilloso. Hay personas con las que puede resultar más difícil, pero con otras es estupendo, como por ejemplo con Josué Ullate con el que bailo en Antígona. Nos entendemos muy bien. Cuando uno está a gusto con la persona con la que trabaja eso se ve desde las butacas.

AH – Hemos hablado mucho de trabajo, de retos pero no hemos hablado la suerte ¿existe la suerte en las carreras profesionales de los bailarines?

LL La suerte, uno se la fabrica. A nadie le va a caer un contrato estando en su casa. Cuando uno se prepara, tiene un objetivo claro, y está dispuesto a todo, ese trabajo puede llegarle. En parte puede ser suerte pero tú estabas en el momento y lugar adecuados y preparado para asumir ese proyecto u oportunidad. Si no estás preparado, no existe la suerte.

AH – ¿Le ha tentado hacer coreografías?

LL – No, nunca. Ser bailarín o coreógrafo son dos profesiones diferentes. Para ser coreógrafo uno tiene que tener una inspiración y la necesidad de contarla en un escenario. Yo no tengo esa necesidad. A mi lo que me gusta es ser la inspiración de ese coreógrafo.

AH – ¿De qué no le han preguntado nunca y le gustaría hablar?

LL – La verdad es que no tengo nada de lo que no haya hablado. Soy una persona muy abierta y a mi me han preguntado de todo. No se me ocurre nada de lo que yo haya querido hablar y no me hayan dejado hacerlo. He hablado de todo.

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