Los cristales ofrecen un curioso efecto ondulado que crea hilos de sombras en el reflejo coloreado que deja sobre la pared desconchada y enmohecida que una vez debió ser de un blanco níveo imponente. Ahora solo quedan vestigios de lo que un día fueron relieves e imágenes, cubiertos de polvo que ha ido depositándose en ellos sin una mano que se molestara en retirarlo. Una época y unos recuerdos dejados atrás junto a una historia que si tuvo gloria fue cayendo en el olvido cuando las memorias desaparecieron de sus cuerpos a unos cientos de metros de allí. Sin embargo, la mañana sigue visitando este lugar, traspasando con su luz los ventanales emplomados, despertando a las imágenes de las ventanas para hacerlos bailar y cobrar vida tanto tiempo después.
Él camina poco a poco, con sumo cuidado, entre los escombros que una naturaleza ha ido filtrando sin pretensiones en el interior de la estructura. Se ha ido creando así un nuevo lugar, un ecosistema mitad salvaje mitad humano entre los muros derruidos. Ya nadie se acerca a este lugar, demasiado inestable, demasiado alejado de otro centro urbano como para molestarse en rehabilitar unas ruinas sin interés. Las piedras, sin embargo, se mantienen por orgullo y rebeldía a ese capítulo ya pasado: un bombardeo de hace décadas que dejó el edificio en su esqueleto con gran parte de sus secretos enterrados. Ahora sus manos son las únicas que en ocasiones reposan los dedos sobre los pilares que le devuelven silencios a falta de la posibilidad de explicar todas las conversaciones que antaño escucharon impávidos. Alguna vez, acerca el oído en busca de respuestas atrapadas.
El musgo y el verdín se han instalado entre las rocas expuestas a las inclemencias. Durante las lluvias, cascadas de agua se introducen a través del techo aún parcialmente intacto bañando los bancos y las baldosas donde antes muchos fieles se arrodillaron. Las tallas apenas son ya apreciables a simple vista bajo el manto verdoso. Pero la madera vuelve a recordar cuando formó parte de un árbol orgulloso.
Siempre a opinado que hay cierta magia en un entorno donde la muerte arañó sin herir a nadie, donde solo moran ya las figuras de sus vidrieras. En ocasiones algún visitante nocturno se queda prendado del cielo estrellado que se extiende, especialmente brillante por la ausencia de luz. No hay mejor lugar donde observar la bóveda que con la tierra abonada y las ráfagas de viento que se deslizan por las brechas de las paredes. Cierta paz irradia el lugar, tras el odio que propició un silencio y un recogimiento antes impensable. Abraza este espectáculo alargando los brazos, en un momento de soledad elegida, de unión al entorno difícil de describir.
Luego con la luz del alba, se rompe un poco el hechizo. Es entonces cuando se permite contar los sueños a los papeles hinchados por la humedad, abandonados lustros antes en las estanterías que se mantienen aún en pie. Mientras la luz crea ilusiones y algunos pasos inventados resuenan en sus oídos, una historia nunca ocurrida atraviesa las puertas arrancadas de ese lugar.