El viento sopla y arrastra todo aquello
que quedaba accesorio en mí.
Lo que sobraba y que,
tras el paso de la tormenta, hoy
desaparece para dejarme en hueso,
para poder construir y configurar un nuevo yo,
alguien a quien reconocer en sus actos,
alguien de quién aprender a admirar en sus méritos,
alguien sin tantos miedos, sin tantos remordimientos.
El fuego llegó y quemó todo a su paso,
mató, hirió pero purificó también el terreno,
para poder sembrar con autenticidad,
poder empezar de cero, a ras de suelo.
Nunca antes me he sentido más perdida,
más vulnerable y al mismo tiempo más libre.
Perder, empezar de nuevo, con incertidumbre,
pero todo ante mí, al alcance de nuevas decisiones.
El hielo marchitó las plantas que estaban
cubriendo y tapando el cielo que se alzaba detrás.
Ahora puedo ver un panorama que me asusta
y a la vez me invita a decidir no echarme atrás.