¿Se acabó la pareja cuando se acaba el amor? O, ¿es al revés?
Cuando el amor se acaba, muchas parejas no cesan en la convivencia. Por regla general, la muerte del amor no se nota enseguida quizá porque nunca existió amor en verdad, o quizá se deba a que andamos tan metidos en la rutina o en la manida excusa de ‘esas cosas les pasan a todas las parejas’, que su ausencia no se echa de menos. Forma parte del paisaje de la pareja el ‘no amarse’ y si relacionarse con la ‘armadura’ de protección aislacionista con el que se protegen los dos miembros de esa ‘pareja’. Las broncas, los desencuentros, los ‘silencios’ a modo de disimulo de la frustración, suelen normalizarse puesto que, ya e sabe, “en todas las parejas cuecen habas…”. Así es. Empero, la ausencia de amor no debería jamás normalizarse. Para responder a esta pregunta debemos remitirnos al origen de la pareja: ¿por qué y para qué decidieron hacer pareja esas dos personas? En hombres y mujeres, la soledad, el miedo a no ser amados, la necesidad de compañía y de cariño, les convierte en objetos de deseo ansiosos por vincularse con un semejante. Esa es la esencia de las ‘medias naranjas’: personas que se sienten a ‘medias’ como consecuencia de haber renegado y/o relegado al olvido aspectos, partes valiosas de la psique (según Jung es oro puro lo que hay desterrado de nosotros en el inconsciente). Si nos empeñamos en ‘hallar’ en otro las partes olvidadas de nosotros mismos, nos estamos condenando a tener relaciones amorosas donde la soledad, la frustración, la incomunicación, la no-complicidad… serán la tónica habitual. ¿Nos enseñan esto en la escuela? No. Es más, tampoco se muestra en las películas, canciones, telefilmes. Muy al contrario, se empeñan en adoctrinarnos con disfuncionalidad, a saber: ‘sexo rápido, y luego compromiso firme’; ‘sin ti no soy nada’; ‘me dejas y no puedo vivir’, ‘discutimos, pero luego tenemos sexo, y todo está ya arreglado’. La necesidad de tener una identidad vía otro, no sólo es irreal sino que, además, es perjudicial. Unirse, vincularse a otro en espera de que de sentido a la vida propia es garantía de frustración y desilusión. Las relaciones no son como las pintan en la ‘pelis’: príncipe azul acude al rescate de damisela en apuros sentimentales; o al inversa, damisela acude en rescate de príncipe azul que se le ha desteñido el corazón para hacerle saber lo valioso que es. El amor nunca es suficiente cuando uno no ha aprendido a amarse. Lo difícil es aprender a amarse, por eso tantas personas optan por el ‘atajo’ que supone relacionarse con otro. ¿Se acaba el amor? No. En verdad, nunca empezó. Con el tiempo se pone de manifiesto esta realidad. La convivencia, ya de por sí compleja, saca a relucir las deficiencias, las ausencias y lo que se aloja en los recovecos de la psique herida. Cuando la realidad cae con todo su peso y obliga a los integrantes de la pareja a asumir la realidad de su ‘pareja’, estos empiezan a echarse mutuamente la culpa, se recriminan el haber cambiado, el ‘ya no eres como antes’ y el ‘tenemos que recuperar la relación como era al principio’, empiezan a ser pan cotidiano. Lamentablemente, por más que se desee devolver a la vida el pasado, no se consigue. Lo que si se logra, es frustrarse más y más. Para estar en pareja se necesita realismo, sentido común, compasión, generosidad, flexibilidad, resistencia a la frustración… Obviamente, características propias de alguien con madurez psicológica y grandiosidad de alma. El ‘otro’, la ‘otra’ parte de la pareja o media naranja, nunca podrá darnos lo que está en nosotros y a nosotros corresponde su recuperación y reintegración. Cuando los ecos del pastel de boda, y los efectos de los fuegos artificiales de la ‘luna de miel’ se evaporan en el recuerdo del ayer, y la realidad extiende sus alas cubriéndonos con su sombra, la mayor parte no soporta ver al otro tal y como es y no como esperaba y deseaba que fuese. En ese mismo instante se acaba el ‘amor ficción’. En ese mismo instante comienza el primer reproche a modo de ‘primera piedra’ de la casa del desamor. Seguirán juntos porque tienen una hipoteca que pagar (se han constituido como ‘pymes emocionales’), o porque no pueden soportar pensar que han ‘fracasado’: ‘¿¡Cómo voy a mostrarle al mundo que a mí la mala suerte me ha visitado!? Cuando las luces de candilejas se apagan, los actores se quitan la máscara y la realidad les hace una radiografía que no pueden disimular. Podrían hablarlo. Podrían decidir formar equipo y afrontar juntos, con una buena estrategia, su situación. No lo harán. La mayoría no lo hace. La mayoría empieza una carrera desesperada hacia el precipicio a expensas del otro –e incluso, contra el otro, en ocasiones-. Todos conocemos parejas en las que él llega muy tarde a casa alegando que tiene mucho trabajo; o ella se refugia en sus amigas yendo de compras o se empeña en tener niños con la esperanza de tener una fuente de cariño y/o de vincularlo a él a la pareja. A veces, es ella la que tiene mucho trabajo, y él muchas cervezas con los amigos. A veces, él o ella beben más de la cuenta. A veces, él o ella, empiezan a tener pandillas de amigos diferentes. Cada cual se organiza una estrategia de supervivencia. Todo menos sentarse a hablar para analizar conjuntamente ‘qué nos pasa’. Ellas, de preferencia, suelen echar la culpa a ellos. Los hombres son, a menudo, usados como ‘cubos de las frustraciones’ de esas mujeres que, en lugar de plantearse cómo han contribuido a la situación, esperan que sea él quien lo resuelva todo, pague los platos rotos y asuma la responsabilidad total, como si fuese el padre cuando ellas, no son la ‘hija’ sino una igual: otro adulto. La vida no es un guión de película made in’ Hollywood, ni de la factoría Disney. Cuando lo descubrimos, y sobre todo, aceptamos, nos hemos dado unos cuantos coscorrones. Hay quien aprende, y asume su cuota de responsabilidad y desde ahí o se separan o comienzan un proceso de regeneración con la colaboración de la otra parte. Empero, hay quien se empeña en cambiar de pareja como toda solución, lamentándose de las parejas que le han tocado en suerte.
El amor no se acaba. ¿Cómo puede acabarse algo que ni siquiera ha empezado? Imposible. Lo que si se termina es la ficción en la que ambos se habían instalado. A veces, estamos convencidos de estar enamorados, de amar y ser amados. A veces, es verdad. Otras, no nos aman como nos gusta que nos amen. Por consiguiente, si ya llevamos una o varias relaciones de pareja fallidas, sería (muy) conveniente y recomendable, reflexionar acerca de:
- ‘¿CÓMO ME GUSTA QUE ME AMEN?
- ¿CÓMO AMO YO?
- MIS CREENCIAS EN EL TEMA AMOR Y PAREJA.
No existe una garantía en el tema pareja. Ni siquiera el ‘amor’ es suficiente, pero lo que nos salva es el amor, y no es una contradicción. Si las relaciones son con ‘alguien que le hable a nuestra alma’, y ofreces amor en lugar de ‘codependencia’, en ese caso, el amor si será suficiente, y la pareja se sustentará en la base sólida que ese amor construye.
Averigua cómo te gusta que te amen, y atrévete a ser amado así. Si negocias a la baja y te conformas con ‘sucedáneos’, lo que tendrás será una desilusión tras otra, y el frío de la soledad en compañía.
NOTA:
os recomiendo la lectura de EL PRÍNCIPE AZUL QUE DIO CALABAZAS AL CABALLERO DE LA ARMADURA OXIDADA (ZENITH), LA REINA QUE DIO CALABAZAS AL CABALLERO DE LA ARMADURA OXIDADA (RBA), y LA DANZA DE AMOR DE LAS HADAS (RBA), todos ellos de Rosetta Forner que amablemente me ha cedido la foto de portada.