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Quizás mañana.

Entramos en el ascensor en el mismo minuto, como cada mañana desde hace…creo que dejé de llevar la cuenta después del segundo mes.

La primera mirada de hoy es la mía, de arriba abajo, hace tiempo que dejé de disimular. Traje azul, camisa blanca, sin corbata. Barba de dos días, lunes y martes. Misma colonia, mezcla de cítricos y madera. Mi dulce condena. Botón planta veinte.

La primera sonrisa como respuesta es la suya. En pleno siglo XXI me encanta que recurramos a esta maravillosa comunicación no verbal. Vestido negro entallado, americana de cuadros grises. Maquillaje natural con labios rojos. Dos gotas de esencia de jazmín indio sobre mi cuello. Su amarga absolución. Botón planta veinticinco.

El habitáculo se llena hasta alcanzar su capacidad máxima y empezamos a ascender rodeados de caras demasiado largas, suspiros contrarreloj y bostezos incontrolables. La rutina.

Retrocede dos pasos hasta que sus talones se topan con el espejo del fondo. Yo solo uno, corto y titubeante, hasta que siento su pecho en mi espalda.

Planta. Parada. Respiración.

Diez, once, doce…

Uno tras otro y sin atisbo de alegría nos abandonan, liberando el espacio a nuestro alrededor.

Trece, catorce, quince…

¿Por qué seguimos en la misma posición?

Dieciséis, diecisiete, dieciocho…

Dime algo, por favor.

Diecinueve.

Quizás debería decírtelo yo.

Veinte.

El clic. Un paso lateral. Sus dedos rozando mi cadera sutilmente. El calor de mi cuerpo disipándose para dejar un hueco al maldito frío.

Mañana, quizás mañana.

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