Traducción del artículo que publiqué hace unos días en el Diari de Sant Quirze para los que no podéis leerlo en catalán.
No hay fuerza que arrastre con mayor fuerza que las emociones. Construyen sobre el aire expectativas y nos hacen correr hasta dejarnos frente al abismo, para que sintamos el vértigo. Durante breves instantes una presión se instala en la boca del estómago, sudan las manos, tiemblan las rodillas, tratando de sostenerse sobre los pies y hay un momento de duda: las ganas de saltar y el miedo a la propia destrucción. Esta sensación es la que siente un escritor ante una historia que le atrapa. Llega un momento que no sabe si los personajes y la misma historia han cobrado vida y capacidad de decisión independientemente de él. Ante ese borde, el autor echa atrás la vista dudando si ha avanzado demasiado, si era eso lo correcto y si el lector entenderá todo ello.
Samuel Beckett (1906-1989) ejemplifica en esta obra Poemes suivi de Mirlitonnades la dualidad presente que tiene el escritor a la hora de transmitir: la necesidad de dar información, la pulsión de ser entendido sin palabras, la urgencia de transmitir y, al mismo tiempo, el impulso conservador de guardar parte de uno mismo, de su intimidad. Es esa marea que arrastra al autor en una tormenta agitada con el deseo de retroalimentación y el temor al juicio ajeno.
En la obra de Poemas y Mirlitonadas incluso este doble juego está claramente marcado en la estructura: queda al descubierto la condición humana configurada por características muchas veces contrapuestas, que nos hacen dudar de si la existencia de las mismas no es paradójica. Así encontramos dos partes: Poemas y Mirlitonadas.
En el apartado de Poemas Beckett trabaja con situaciones cotidianas, observaciones de la realidad, momentos a menudo fugaces que parecen casi escapar entre los versos y que se describen casi de forma furtiva o incluso con un toque voyeur. Tienen sus poemas un tinte triste, decadente, melancólico, en ocasiones casi animal, donde las personas han perdido parte de su humanidad y los animales pueden tener el mismo protagonismo que éstos. Está muy presente el ánimo depresivo que le contagian la ciudad y sus calles oscuras. Se tratan como temática los deseos, la exaltación, la decepción y la pérdida. Escribe a la vida, a la muerte, a la locura y al amor no correspondido, admitiendo la inestabilidad que hace danzar a la persona de un lado al otro.
viva muerta mi única estación
lirios blancos crisantemos
nidos vivos abandonados
lodo de hojas de abril
días felices gris de escarcha
En segundo apartado lo ocupan las Mirlitonadas. Estas son consideradas por el propio poeta malos versos, casi una parodia de los poemas. En ellas Beckett experimenta, dejándose llevar, fluir, buscando la sonoridad de las palabras, liberando las ideas y los pensamientos, dejando que caigan en la página sin juicios, sin necesidad de encajarlos en un inicio o un final. Así abre la puerta a la esencia, el inconsciente. Por extraño que parezca, estas ofrecen más vitalismo, menos rencor.
volver
de noche
a casa
encender
apagar ver
la noche ver
pegado al cristal
el rostro
La lucha con uno mismo, con todas las emociones y pulsiones que contiene el ser humano es una de las preocupaciones de cualquier poeta. La poesía surge en gran parte del conflicto y de la necesidad de encontrar una conciliación con la vida y el mundo fuera de la piel, incluso de la aceptación de piel hacia dentro.
Conocer, descubrir, saber calmar y sortear las mareas y tempestades que originan los sucesos, la realidad, a veces hostil, que hiere y crea el bálsamo, según el momento. Y buscar la cordura en la inconsciencia, y la paz en el torrente que va desembocando en las páginas. Escribir a veces para entenderse y para ayudar a los demás a comprender también.
La mayor comprensión de la realidad sucede cuando no estamos en acuerdo con ella, cuando nos araña, haciéndonos dudar, tratar de reflexionar sobre nuestros valores y convicciones. En muchas ocasiones, la realidad no es tan atractiva como nos gustaría, nos sorprende con su rostro más crudo. El poeta debe ser valiente a la hora de comprender que los bueno y lo malo son las dos facetas de la realidad y que, por supuesto es tan legitimo reflejan tanto una como otra.
Ser capaz de reflejar con maestría todas estas dualidades y aceptar reflejarlas en la propia poesía no hace débil al poeta. Le permite, de hecho, conseguir una empatía mayor por parte de los lectores que identifican lo descrito como algo que ellos mismos también han cuestionado en sus experiencias. La vida es sin duda una mezcla de seriedad y burla, alegría y dolor, racionalidad y emotividad.