Es curioso cómo a lo largo de la vida nos cruzamos con diversos tipos de personas. Pueden ser amigos, parejas o familiares, pero lo cierto es que siempre hay quienes acaban decepcionándote. Cuando esto sucede, es inevitable que duela. Ese dolor también dependerá del tipo de relación que tuvieras con esa persona. Pero lo cierto es que duele. Sobre todo, cuando miras atrás y recuerdas con nostalgia los momentos vividos, las risas compartidas, etc. Resulta decepcionante ver cómo alguien a quien quisiste mucho, ahora es solo un extraño. Es muy triste darte cuenta, por ejemplo, de que esa amiga a la que apreciabas verdaderamente, nunca lo fue. Jamás hubo un ápice de sinceridad en sus buenas palabras. Le pudo más la envidia o la soberbia porque nunca pudo alcanzarte. Y de repente, la rabia la hizo estallar echando por tierra una bonita amistad. O ese familiar que, un buen día, ya no es el mismo por influencia de terceras personas o por lo que quiera que sea… El caso es que te menosprecia y te demuestra en cada acto lo poco que le importas. Y todo esto sin motivo, sin una razón contundente que haga que las relaciones se deterioren o se rompan. O, peor aún, con motivos imaginados, creados por la necesidad de desterrarte de sus vidas.
Al final, todo en la vida es una lección. Puedes sentir melancolía al recordarlos como parte de tu pasado, es normal. Sin embargo, esa clase de personas también te enseñan a ser más fuerte y a valorar más a esas otras que son mágicas porque te cuidan, te quieren y te ayudan cuando más las necesitas. Esas personas que se alegran con tus alegrías y sufren con tus desdichas, esas que solo quieren que seas feliz. Merece la pena vivir para tenerlas a tu lado, merece la pena haberlas conocido. Unos vienen y van, otros siempre estarán.