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Transiciones

Tengo 63 años y sigo viva. Viva para pensar, crear, amar, reír y bailar en la plenitud de mis habilidades emocionales, sensoriales e intelectuales. Viva y decidida a cambiar de rumbo para seguir soñando en la promesa de un hoy vibrante y estimulante, con los pies fuertemente arraigados al suelo y el corazón y la cabeza hambrientos de nuevas experiencias, sensaciones y retos.

Cada transición empieza con un final y yo estoy en uno: el final de una trayectoria profesional que hace tiempo ha dejado de emocionarme. Sé que la vida no es más que una cadena de transiciones que es necesario saber gestionar para disfrutarlas en toda su plenitud, y también sé que a cualquier edad una voz persistente nos disuade de abandonar la seguridad de las creencias y el espejismo de los logros. He decidido no escucharla y escribir un punto y aparte. Más bien, he escuchado las señales que en los últimos meses he ido recibiendo y procesando casi sin darme cuenta y empezar a escribir un nuevo párrafo.

Sé que es posible convivir, proyectar, colaborar, aprender y enseñar a caballo de la tecnología, ahora llega el momento de reaprender a vivir, crear y compartir también en las distancias cortas. Quiero sentir el vértigo de la comunicación cara a cara, la calidez de un tono de voz, la espontaneidad de una mirada o un gesto, quizá entonces pueda escribir el libro que desde hace años va dictando mi cabeza.

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