Y ahora que nadie escucha, lo reconozco, soy una romántica empedernida, una idealista, una sensiblona que cree con ilusión desmedida en el amor eterno, en ese que parece que hoy en día levanta tantas vergüenzas, quizás por ser etiquetados, quizás porque da miedo entregarse tanto y tan profundo.
Creo en la existencia de esa persona que me haga la vida más bonita, que me sorprenda un día viniendo a buscarme al trabajo en su coche para escaparnos un rato a un lugar especial, cual valiente guerrero que sobre su noble corcel viene a rescatar a la princesa del tedio de la rutina.
Una persona con la que compartir carcajadas y cosquillas cuando la vida se da bien, y que, a la vez, sepa ofrecerme su cálida y robusta mano aderezada con una tierna y sincera sonrisa cuando vienen baches. Una persona a la que nunca le falten besos para repartir, envueltos en abrazos de dos vueltas. Que tenga ganas de mí para que no le importe perder el tiempo en intentar conocerme y que llegue a saber que no necesito que me baje la Luna, que prefiero que me acompañe en un viaje lleno de aventuras, nuestro viaje, en busca de su resplandor.
Que tenga una imaginación desbordante y que le encante pensar cómo hacerme palpitar el corazón a todo galope, sin necesidad de lujos ni joyas, simplemente con nuestra presencia, con nuestra conversación, con nuestras miradas y nuestras manos, con besos y, ¿por qué no?, lágrimas de alegría y emoción.
Esa persona con la que poder hablar absolutamente de todo, sin reparos ni vergüenzas, sabiendo que, aunque no estemos de acuerdo en todo, no vamos a terminar discutiendo porque vamos a intentar entendernos.
Creo que existe esa persona que, a la vez, espera lo mismo de mí. Que le encanta que le quiera, que le bese, que le cuide, que le sorprenda, que me busque para acurrucarse en mi regazo en sus días lluviosos, que esté orgulloso de mí como compañera de vida.
Creo en el amor entre dos personas que no se avergüenzan de mostrarlo al resto del mundo, que lo gritan a pleno pulmón con la esperanza de poderlo contagiar. Creo en ese amor que da vértigo, pero que, su fuerza y la de los amantes, llena a estos de suficiente valor para lucharlo y defenderlo de las crueldades del mundo, para cuidarlo y mimarlo, manteniendo intacta la dulzura que le viene innata.
Creo en aquel amor que no suena sencillo, creo en el amor en el que ambas partes se implican, se escuchan, ceden y obtienen. Un amor en el que ambos luchan, sí, luchan, porque la vida nos pone retos y dificultades, pero ese amor llena tanto que merece la pena librar esas batallas.
Creo tanto en él que, aunque ya he perdido más de una afrenta y he salido bastante mal parada, ahí sigo, creyéndolo o, mejor dicho, sintiéndolo, bien profundo, bien adentro.