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Una interrogación violeta

Adentrándome en el pasillo número cuatro, donde los libros de mis autores favoritos descansaban, alumbré una extraña luz de color violeta, casi imperceptible pero lo suficientemente potente para alguien con buena vista. El destello morado procedía del sótano de la biblioteca, lugar en el que se guardaban los pergaminos más valiosos y antiguos jamás encontrados. Lo primero que pensé fue ignorarla y rehacer mi rutina de lectura. Sin embargo, era cómo si esa luz me llamase, como si quisiese que desentrañara sus secretos y la liberara de aquel viejo sótano. Considerando hacer caso a esa voz que intentaba seducirme, recapacité bien y llegué a la conclusión de que en las películas, cuando los protagonistas creían ser acechados por algún ser maligno, se adentraban en el peligro pero eso nunca acababa bien. De forma que volví al pasillo número cuatro y busqué por enésima vez El Código Da Vinci. No obstante, la luz se volvió más intensa y, por alguna extraña razón, parecía solo poder contemplarla yo. Al ser tan insistente, decidí, aun sin estar conforme con mi propia decisión, bajar y descubrir ese misterio violáceo que asomaba del sótano de mi biblioteca favorita.

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