El reloj, apenas las 8h de la mañana, es domingo pero mi cabeza no entiende de días y lleva un buen rato funcionando. Me deslizo fuera de la cama como un gato, sin hacer ruido, no vaya a ser que este momento especial de calma absoluta se rompa..
Directa a prepararme un café. Hmmmm como adoro ese olor cálido que envuelve todo en pocos minutos. Las zapatillas de estar por casa, la coleta y mi taza de café caliente. ¡Qué más puedo pedir!
Me siento en el suelo del salón, un rinconcito que me encanta y el mundo se para. Saboreo esa calma inusual de mi casa a la vez que mi café. Todos duermen, la ciudad apenas empieza a desperezarse y yo estoy ahí, con una sensación mágica como si en ese momento pudiera elegir quién soy, no tengo nombre, no tengo obligaciones, no tengo ningún plan en mi cabeza, ningún papel que interpretar.
Quizás es un momento de felicidad tonta, si es que la felicidad puede ser tonta alguna vez. Quizás es todo lo contrario, un momento de felicidad auténtica, un disfrute conmigo misma sin saber, ni querer saber porqué. Unos minutos de paz interior que me revelan mi verdadero “yo”. No pienso, no hago, solo me paro, observo con la única expectativa de comenzar un nuevo día sin prisas, sin gritos, sin “Correquellegamostarde”. Es mi momento, sólo mío. De repente una vocecita conocida …”mama”, me saca de ese encantamiento y me hace sonreír. Me levanto y me acerco a la personita que me reclama. El domingo real ha comenzado.
Adoro las mañanas envueltas en olor a café y deliciosa calma ¿Hay alguna manera mejor de comenzar un domingo?