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Hambre de Amar

En un instante se llenaron mis manos de sangre, y las gotas comenzaron a caer sobre los ladrillos del jardín. El intenso dolor, como de agujas, que perfora la piel dejaba en claro que me equivocaba con aquel rosal y que sus espinas eran más de las que había podido pensar. Si bien sus rosas son intensas en su aroma y de singular belleza, también en cierta manera se han vuelto la expresión de mis sentimientos durante mucho tiempo, cargando con ellas la fuerza de esta pasión que me consume por ella.

El amor es uno de esos frutos de los cuales todos tenemos hambre, unos han tenido la ventaja de haberle probado continuamente, otros con menor suerte, escasamente tan siquiera han sentido su aroma, no importa cuan cerca le hayamos tenido, es un fruto que produce hambre de si, un hambre profunda por ser saciada que mientras más le consumes menos sacia. Y es que su capacidad de saciar el hambre de ser amados no esta en el consumirle sino en el compartirlo. No es hasta que lo compartimos, que esa hambre profunda comienza a disiparse en las sonrisas y en los rayos centelleantes de agradecimiento en los ojos vidriosos de aquel con quien lo compartimos.   

Duele en lo profundo del alma cuando queriendo amar no podemos o no nos nace y es que nadie puede dar lo que no tiene o no ha recibido primero. ¿Como he de compartir un bocado de  semejante fruto, si antes no lo han compartido conmigo? Sin duda alguna de este amor del cual hablo no existe, si no media ante si, gotas de sangre. El amor requiere dolor y sacrificio, de lo contrario se queda en la efímera ilusión emocional  que no trasciende más allá de un suspiro. Y es que la misma acción de amar requiere entregarse hasta exponernos débiles y vulnerables, aquí no vale la protección y la reserva, esto sin arriesgar la dignidad y valor de nuestro ser, que emana del acto de haber sido amados primero, por eso amar a costa del menosprecio de nosotros mismo no es amor. Sólo cuando caminamos en la certeza de la verdad que encierra nuestro valor como seres humanos entonces somos capaces de menospreciar lo que tenemos por amor.

Habiendo ya limpiado la sangre de mis manos y curado las pequeñas incisiones de los dedos, tome el ramo de rosas que corte de entre los rosales del jardín para perfumar su habitación antes de que despertase. Las coloque silenciosamente en la pequeña jarra de cristal traslucido  de su mesita de noche. Al verla dormida una vez más, se detuvo mi respiración y el ánimo de hacer justicia de amor recorrió todo mi ser. Los ligeros y rebeldes flequillos de su cabellera caían delicados sobre el perfil de su rostro, sus párpados cerrados pronunciaban sueños de amores desolados, encerrando lagrimas de dolores y de imágenes que nunca debió ver, pero que están y no se pueden borrar. Su único aliciente, ungüentos de nuevos actos de amor que renueven sus fuerzas.

El amor sin justicia es desabrió y la justicia sin amor es amarga. Cuando buscamos hacer justicia o nos volvemos solidarios por amor o en aras de la justicia. Debemos preguntarnos primero, ¿en donde esta la virtud de nuestra acción?. ¿Acaso esta en el acto mismo de ser solidarios? ¿En el valor de aquello con lo que nos solidarizamos? ¿La forma en que nos damos? ¿Las razones de darnos acaso son de satisfacción propia o son la necesidad de aquel con quien compartimos este bocado de justicia y amor?

Sus ojos se abrieron suavemente viendo las rosas, dejando asomar de entre sus labios una sonrisa, de esas sonrisas que no empachan, que dibujadas entre sus labios perduran sin darse cuenta, de esas que no tienen fin, de las sonrisas que nacen de lo profundo del alma satisfecha de amor con la vida, de esas sonrisas que muy a pesar de lo vivido reflejan la paz que solo una persona amada logra entender. La sonrisa de un nuevo amanecer, de una nueva esperanza, de un nuevo día que despierta entre las manos heridas de quien la ama.

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