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Vivir en tiempos de impermanencia

Las vacaciones de Semana Santa que tanto habíamos ansiado han desaparecido, y con ellas nuestra esperanza. La mayoría de nosotros nos hemos quedado en nuestras ciudades o provincias, con toque de queda incluido, intentando que la rutina no nos consuma. Algunos hemos incluso evitado coger días de vacaciones y reservarlos para verano; con la esperanza renacida de que nos dejen extender nuestras alas y podamos por fin volar, aunque sea bajito, aunque sea sin hacer ruido.

Pero, ¿por qué sentimos la necesidad de viajar? ¿por qué, incluso aquellos a los que no les gustaba viajar, sienten la necesidad de alejarse de su hogar? Lógicamente, no podremos encontrar un motivo generalizado que sea aplicable a una población entera. Incluso antes de la mascarilla, los toques de queda y las restricciones de movilidad, la gente viajaba por diferentes motivos.

Hay gente que viaja para conocer nuevos lugares e impregnarse de la magia de otras culturas, para aprender, para abrir su mente a nuevas experiencias y modos de pensar. Para ellos es una forma de vida, y durante este último año se han sentido enjaulados, atados a una ciudad o a una región que ya conocen y donde les resulta difícil sentir esa ilusión y esa curiosidad con la que se sienten vivos cuando visitan otros países. Pero también hay otro tipo de viajeros.

Vivimos en una sociedad en la que la conciliación familiar sigue siendo un concepto que se nos escapa, donde las horas se trabajo se extienden más allá de las paredes de la oficina, invadiendo nuestra vida privada y arrasando con nuestro tiempo de ocio. Una sociedad en la que vivimos permanentemente pegados a una pantalla, ya sea la del móvil, tableta o portátil, estamos constantemente conectados; una sociedad en la que nuestra vida se nos pasa enganchada al piloto automático de la rutina laboral y donde en consecuencia, simplemente se nos hace imposible descansar. Quizá por eso necesitemos vacaciones, para alejarnos de la oficina lo máximo posible, para poner tierra de por medio y apagar el móvil de empresa, desactivar las notificaciones y vivir sin remordimientos. En este caso no importa si viajamos hacia una isla exótica a 10,000km de nuestro hogar o si lo hacemos a la montaña más cercana para refugiarnos en una pequeña casita rural en la que no haya cobertura. No importa el lugar, lo esencial es, literalmente, desconectar. Escapar de la rutina y permitir que nuestra mente, tan acostumbrada a la comodidad y rutina de su piloto automático, pueda usar de nuevo los ojos para ver paisajes extraños, para que pueda volver a abrirse al sonido de los pájaros y al frío del viento en nuestra piel. Lo único que verdaderamente importa es que entienda que es, por fin, libre; libre para pensar, libre para sentir… ¡libre para vivir!

Quizás sea por eso que a algunos les resulta tan difícil desconectar, quizá sea por eso que se pueden llegar a producir discusiones con nuestra pareja y familia durante las vacaciones; quizá éstos sean tan sólo síntomas de nuestra mente dejando ir todo aquello que tanto pesaba a nuestras espaldas para poder empezar de cero, con una hoja en blanco. Quizás tan sólo sea nuestro corazón gritando que quiere vivir y nuestro cerebro permitiéndose sentir.

 

Cualquiera que sea el tipo de viajero esta pandemia les ha pasado factura, y lo sigue haciendo para muchos. Sumidos en la rutina, sin vía de escape, sin reuniones con amigos ni escapadas de fin de semana, sin comidas con la familia los domingos ni conversaciones libres donde no nos tapen la boca. La fatiga pandémica es real, y tan sólo estamos empezando a notar sus síntomas. Ahora es el momento del auto cuidado, de centrarnos en lo que nos hace bien, y sí, de cogernos esos días de vacaciones, cógelos para dedicarte tiempo para ti. Apaga el móvil y deja que tus pensamientos fluyan y tu mente se abra sin nadie ni nada que te tape la boca, dale a tu cerebro el tiempo y el espacio que necesita para lidiar con el cansancio de la rutina y para pasar el luto de una vida que parece perdida. Dedícate unos días a recuperarte, a salir del piloto automático y dejarte sentir cómo estás realmente, y si necesitas ayuda, por favor, pídela. No estás solo.

 

Volveremos a viajar y volveremos a vivir sin “tapabocas”, pero hasta entonces tomemos refugio en saber que el pasado ya se ha ido, que no tenemos control sobre él y que el futuro es impredecible. La palabra anterior a esta es pasado y no sabes lo que puede pasar antes de que termines de leer este párrafo. Sólo existe este momento, este segundo: el presente. Puede que no estés pasando por tu mejor momento, pero puedes tomar consuelo y refugiarte la impermanencia, en saber que nada dura eternamente, que todo tiene un comienzo y un fin; un sentimiento, una emoción, una situación agradable o la experiencia más dolorosa de tu vida: nada es permanente.

 

Así pues, si estás en un momento feliz disfruta y saborea cada segundo, pues está destinado a morir en el tiempo. Pero del mismo modo, si vives un momento de desesperanza, desconsuelo y pérdida de fe en un futuro mejor, reconfórtate en saber que también pasará. Ése es el secreto de la impermanencia.

 

Mi consejo, si me lo permitís, es que toméis la vida segundo a segundo, y que seáis conscientes de que, pase de lo que pase, tan duro o alegre como parezca, morirá en los brazos del tiempo. Acepta este momento, y déjalo ir: vive HOY.

 

Os dejo este texto que publiqué en mi cuenta de Instagram y que me ha inspirado a escribir este artículo:

 

Es en la frondosidad de los bosques
y en la frescura de la tierra húmeda,
que encontramos la calidez de la compañía.

Es en el cielo donde nos perdemos entre las nubes,
y puede ser tan sólo mirando una estrella,
donde nos encontremos con nuestra propia melancolía.

Cree en la impermanencia de la naturaleza.
Cree que cada día un sol nuevo renacerá de sus cenizas.
Entiende que, igual que el sol, a veces debes caer para levantarte de nuevo.
Cree en la infinidad del universo, y entiende por fin que tu valía es infinitamente infinita.

Siente los bosques, centra tus pies en la tierra, y si no encuentras respuestas, mira al cielo y siente la cercanía, la certidumbre de saber que todos estamos en la misma vía, pero que cada uno tiene la libertad de elegir su propio comino, que las posibilidades son, simplemente, INFINITAS.

 

 

@mybluemoonstory

 

Foto vía Unsplash

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