Uno tiene a menudo la expectativa de llegar a casa y que alguien le esté esperando con los brazos abiertos y una salva de petardos. En su lugar se encuentra dos niñas en pijama muy concentradas viendo una película de familia modelo la de Mary Poppins pero con dinosaurios que apenas levantan una ceja al oír la puerta y la otra al ver entrar a su madre, esa que las quiere más que a nadie.
-Ya estoy aquí (sí es una obviedad, pero quien no diga eso alguna vez al entrar en su propia casa, que tire la primera piedra.Igual que cuando tocamos el telefonillo y decimos: “Soy yo”)
La vida está llena de lugares comunes, tópicos, ripios y frases redundantes y/o absurdas que nos permiten acompañar la acción y no parecer Chaplin en Tiempos Modernos. Decir “ya estoy en casa” es la antesala de quitarse la ropa en el dormitorio y tirarla sobre una silla o bicicleta estática, tanto da, ponerse algo cómodo y de algodón y pasarse una gasa con desmaquillante por la cara para borrar la piel de todo rastro de batalla. Hasta que no se encadenan todos estos gestos uno no siente que ha llegado a su guarida. Y entonces toca interactuar con las fieras de ese Serengueti que es el sofá del salón.
-¿Qué tal estás, chukináceas?
-Bien (lacónica una. Más lacónica, la otra)
-Pues yo también!
-Ahhh.
-¿Habéis cenado todo?
-Sí, mamá, pero ahora estamos viendo la película.
A veces las personas que más te quieren presuntamente pasan de ti como de su caballo, y conviene no tomárselo muy a la tremenda. “Son niños”, es otra de esas frases útiles para encarrilar la decepción, la ira o ambas cosas. El día a día en una familia consiste en compartir tiempo y espacio y pequeñas decepciones. Mis hijas están vendiendo a gritos autosuficiencia. Ayer la mayor recogió a la pequeña en el colegio, volvieron juntas peleando por la calle, compraron chuches sin permiso, compraron palmeras de chocolate sin permiso. Ya en casa no se ducharon a la hora y seguramente cenaron más tarde de su hora, que para eso era viernes. Pero llegaron y cenaron.
Y entonces se pusieron la película. Y en lo mejor, cuando el dinosaurio arrojaba un líquido viscoso por la boca a un niño gordo, repelente y con gafas, escucharon la cerradura. Ya había llegado su madre. Y en lugar de encender los petardos y poner a tope el himno familiar se quedaron tranquilamente tumbadas. Y todo estaba bien.
-Ya estoy aquí.
Y estar aquí es estar a salvo. Con esa sensación de que la manada empieza a desenvolverse sola, y que un día, no muy lejano, llegarás a casa antes que ellas. Y esperarás muerta de sueño en el mismo sofá a que vayan llegando. Y darán las dos, y las tres…y cuando entren por la puerta y digan “ya estoy aquí” será un alivio. Y no hará falta mucho más.