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Contra todo pronóstico

Tú, la que confías en la vida con los brazos extendidos y el corazón abierto de par en par. A pesar de todo. Contra todo pronóstico…

La claridad se cuela lenta y certera por las grietas de la consciencia, mientras los sonidos del alba: el agudo gorgojeo de las golondrinas que anidan bajo el alero del balcón; el rodar indolente y resignado de los autos que cruzan la avenida camino del diario quehacer; el atolondrado taconeo de la vecina del piso de arriba …van despertando tus sentidos aún embotados. Y, como en una bruma espesa, el sueño va despojándose de su existencia y los fantasmas de la noche se baten en retirada.

Fuera, llueven chuzos de realidad: lidiar con un jefe exigente al que el tema de la conciliación le suena a gaitas y, consecuentemente, te tiene siempre a prueba; con un trabajo que, como muchos otros trabajos, se desliza sobre el alambre de la incertidumbre; con un sueldo que, cada vez, se estira menos; con unos hijos o unos padres que requieren más atención de la que las exiguas fuerzas que suelen quedarte tratando de ser buena madre, buena hija, buena amante y buena profesional te permiten; con una vida cargada de obligaciones, de gestos repetidos, de recuerdos de lo que pudo ser y no fue. Es tan cansado…

Abrumada, te haces un ovillo sobre ti misma tratando de demorar la vuelta a la realidad que, canalla y tenaz, avinagra los deseos y hace supurar las heridas.

Pero, como una cretina inmune a la desesperanza, algo te empuja a salir, a reestrenar anhelos, a pelear contra el tedio de una vida corriente que a fuerza de esfuerzo, a veces, se colorea de extraordinaria. Y recuerdas la frase de Facundo Cabral:

La felicidad no es un regalo, es una adquisición

Una adquisición por la que hay que pagar cada día para que esos chuzos de realidad no te ahoguen, para que los sueños que se escapan por las costuras de la cotidianidad no te nieguen la esperanza ni el deseo de seguir soñando.

Y en el instante en el que pones rumbo al cuarto de baño y te ves en el espejo: ni complaciente ni sumisa; ni callada ni obediente; ni siempre alegre ni nunca apenada; ni la que creen que eres ni la que te esfuerzas por parecer; en ese momento, a pesar del desasosiego, del miedo, de la inseguridad y de los sueños rotos, le das los buenos días a tu mejor tú, a la que sigue soñando, avanzando, dudando, amando, viviendo a brazadas largas, luchando, siendo…

Tú, la que confías en la vida con los brazos extendidos y el corazón abierto de par en par. A pesar de todo. Contra todo pronóstico…

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