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El gozo de crecer libre e independiente

Recuerdo el día en que mi padre me dijo que se divorciaban. Estábamos en una cafetería y me tragué las lágrimas que después derramé en el colegio. Tenía 5 años. Mi madre nos trasladó de Zaragoza a Málaga, donde estaban sus padres y a partir de ese momento veía a mi padre solo unos días durante el verano y en Navidad. Mi madre nos crió sola, a mí y a mi hermana…

Recuerdo el día en que quise apuntarme a patinaje artístico, tendría unos 7 años. Mi madre siempre me animó. Recuerdo las veces que me caía al suelo, con fuertes golpetazos.  Ella se guardaba su dolor cada vez que me veía caer y siguió animándome.

Recuerdo días compartidos con amigos de mi madre, y jugar con sus hijos, también mis amigos; fiestas de fin de curso donde ella también hacía un espectáculo con sus amigas.  Recuerdo sentir que tenía su propia vida, además de ser mi madre. No recuerdo su cansancio al trabajar y ser la madre de dos hijas sin ayuda.

Recuerdo el día en que mi madre salió por la noche y nos dejó en casa. No recuerdo la inquietud que debió sentir por dejarnos solas y las dos fuerzas que tiraban de ella, haciéndole dudar: quedarme o salir. Me alegro de que eligiera salir.

Recuerdo el día que le dije que me iba de ‘Interrail’ con mi pareja. Tenía 21 años. Mi madre me animó. Se guardó sus miedos a que me pudiera pasar algo y no me los trasladó. Me fui confiada y feliz y pasé 30 días inolvidables recorriendo Europa.

Recuerdo el día que le dije a mi madre que me iba sola a Londres. Tenía 23 años. No tenía trabajo allí, solo un amigo que me acogía al llegar y algunos ahorros que conseguí trabajando. Nunca me dijo que fuera una locura. Y no lo fue. Conseguí trabajo y viví por mi cuenta sin problema, lo que supuso un enorme chute de confianza en mi misma.

Recuerdo el día que le dije a mi madre que me iba a Nueva York unos meses a vivir. Tenía 37 años. Las dos viviámos en Barcelona y se había acostumbrado a verme a menudo. Noté un amargor en su mirada pero rectificó, se guardó la pena que le daba saber que me vería menos y se alegró por mí.

Ahora me alegro de que mis padres se divorciaran. Gracias a ello en lugar de haber tenido como ejemplo a una mujer anulada por mi padre, que es lo que era cuando estaban casados, tengo el recuerdo de una madre trabajadora e independiente, con amigos, idas y venidas y vida propia.

Ahora veo que el amor de mi madre era un amor sano, un amor que no me trasladó miedos sino seguridad en mi misma. Un amor que me dejó volar y ser y hacer lo que yo quería, dejando a un lado su necesidad de tenerme cerca y segura.

Ahora veo a mi madre y a todas las madres como lo que son, auténticas heroínas.

…a mi madre, que me crió libre e independiente. Eternamente, ¡gracias!

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