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El primer hijo: un aterrizaje forzoso a la feminidad

El primer hijo: un aterrizaje forzoso a la feminidad | Woman·s Soul

Mi primer hijo fue buscado y deseado. No nos costó concebirlo, así que al principio todo parecía tan sencillo….pero pasaron muchas cosas durante el embarazo, parecía que la vida me quería decir algo. Mi hermana tuvo un aborto. Al mes, mi madre enfermó de cáncer y era serio, estuve creyendo que la perdía durante muchos momentos del embarazo… era contradictorio, por un lado sentía una alegría inmensa porque iba a tener un bebé y por el otro lado una tristeza también inmensa, porque igual mi madre se iba…. Durante los meses de gestación no pude crear un espacio emocional muy grande entre yo y mi hijo, trabajaba, acompañaba a mi madre a los médicos, le hacía compañía en la quimio, mi mente estaba ocupada y llena de preocupaciones… Sólo cuando con ella le comprábamos ropa al bebé podía dar espacio a esa nueva realidad que se acercaba…esa era nuestra válvula de escape ya que nos hacía trasladarnos a un futuro que significaba que había superado la operación y seguía con nosotros . Y así fue, su tratamiento fue un éxito y mi embarazo estaba a punto de acabar, de nuevo, todo iba bien. Pero  entonces, cuando faltaba una semana para nacer Luca, mi abuela, mi segunda madre , estaba grave… yo lo único que le pedía a mi hijo era que todavía no podía salir porque no quería que naciera mientras mi abuela moría. Mi abuela murió un miércoles y al miércoles siguiente nacía mi hijo. Así que fueron unos meses de pérdidas, de conectar mucho con la muerte, cuando dentro de mí se engendraba una nueva vida. ¿Qué me quería decir la vida? ¿Acaso nacer y morir es lo mismo?

Yo vengo de una familia a lo italiano, de muchos tíos, primos y de muchas generaciones que se mezclan unas con otras, así que había bebés y niños siempre en casa… creía que ser madre iba a ser como jugar con muñecos porque era algo que siempre había deseado…. Y de alguna manera también ensayado. Y de repente nació Luca. Todas las teorías se fueron a la porra. Luca fue lo más bonito que me ha pasado en la vida pero también lo más agotador e intenso. Lloraba las 24 horas del día y sólo callaba cuando dormía, que seguido apenas eran dos horas durante el dia y tres durante la noche, máximo cuatro un dia bueno. Me tocó un bebé nervioso, le daba pecho cada dos horas y media y seguía llorando entre toma y toma. Había una sequía en Cataluña muy preocupante, y cuando habían decidido llenar los pantanos de forma artificial empezó a llover a la vez que nació mi hijo. No sé si llegué a estar , si estaba contenta, se suponía que debía estarlo, pero también agotada y confundida. No paraba de llover y mi hijo de llorar…

Entonces como aún estaba conectada con mi educación masculina, de estudiar, trabajar, esforzarme, para controlar, para lograr el éxito, cerrar con conclusiones y solucionar las cosas. Me puse manos a la obra con los lloros de mi hijo, leía libros de cómo calmar al bebé, infusiones anticólicos, el bendito aerored y aunque mejoraba un poco, mi vida había cambiado para siempre y a mucha velocidad. Nada era suficiente para conseguir mejorar aquello un poco. Siempre digo que si mi primer hijo hubiera sido el segundo o el pequeño, la experiencia de la maternidad hubiera sido una inmersión más progresiva, no porque ya sabía lo que me esperaba, que también, sino porque los otros fueron bebés predecibles… donde vas aprendiendo el valor del sacrificio, de la entrega, del amor incondicional , de la paciencia, de olvidar tu identidad para dar paso a la del otro… pero poco a poco, mientras paseas con una amiga ,lees un libro, descansas y das espacio en tu vida a esa personita que va cogiendo terreno a medida que pasa más tiempo despierto… Con Luca no podía hacer nada, sólo atender sus lloros o dormir cuando él dormía, era sacrificio por vena y en picado, sin tener tiempo de despedir a tu anterior vida, sin poder ni llegar a cubrir las necesidades básicas, cenábamos de pie con el niño en brazos mientras seguía llorando… Lo más frustrante era ver a las demás madres que sonreían sin parar, diciéndome que no les había cambiado nada la vida, que tener un bebé era maravilloso… No podía sentirme peor, me llamé niña mimada como si no fuera capaz de hacer lo que las demás sin quejarme, me llamé caprichosa porque pensé que igual me había precipitado al querer un hijo sin estar suficientemente preparada, me llamé dormilona porque soñaba con la cama a todas horas, me llamé inmadura porque no sabía llevar una situación aparentemente tan fácil con naturalidad, me llamé vaga porque llamé a todos mis pacientes y les dije que no podría verles hasta pasados unos meses de tregua… Tampoco me permitía estar triste, porque caer en una depresión por tener un hijo ya me hubiera parecido el colmo… así que me imagino que estaba como en una borrachera de insomnio y cansancio. Aturdida y sorprendida por mis sensaciones… y enfadada conmigo misma por no ser capaz de llevarlo con la positividad y alegría que esperaba.

Ahora visto con la perspectiva de los años, me doy cuenta que era una madre virgen, e inocente… que lo leía todo desde una visión masculina, por eso no me permitía estar mal o comprenderme… llevaba años trabajando, estudiando, dando apoyo y asesoramiento a padres y a familias… tenía un centro psicológico, a nivel profesional me sentía preparada y capacitada… por eso estaba tan sorprendida con que un bebé sobrepasara todas mis fuerzas y me hiciera sentir tan pequeña. Me doy cuenta que iba por la vida, desconectada de mi feminidad, así a saco, me creía muy madura pero, claro, era la mitad de mí…sólo había desarrollado mi lado masculino. No entendía qué significaba ser una mujer. Para mí, mi preocupación máxima era cómo lidiar mi vida profesional con la familiar, no tenía referentes, porque mi madre no había trabajado, así que pensaba en las mil fórmulas para poderlo combinar sin renunciar demasiado ni al trabajo ni a mi hijo.

Las madres de hoy en día somos vírgenes y no estamos sostenidas… se supone que tienes un hijo y tienes que llevarlo como si lo supieras hacer de siempre, pero nadie te enseña que hay una caída, un cambio de perspectiva, que el egoísmo y la independencia que tanto te han inculcado ya es pasado y que ahora debes construir un espacio de entrega y generosidad.

A las mujeres no les educan para ser madres, ahora se nos educa para ser profesionales, médicos, abogadas, economistas… desde muy pequeñas recibimos pocos mensajes femeninos, sólo de valor estético y poco más. Es muy curioso, pero cuando oyes a un grupo de mujeres reunidas, se presentan por su profesión pero pocas veces inician la conversación desde la palabra madre.

Todo aquello en lo que no me fijé, porque nadie me dijo que era importante prestar atención, el cómo era mi madre como madre, y mi abuela, y mis tías, y las madres de mis amigas… es lo que ahora me inspira, es donde busco mis raíces para entender una parte de lo que significa ser mujer.

Recuerdo una conversación a los 15 años entre amigas, donde valoramos a las madres que sí habían estudiado y desarrollado una carrera profesional, el resto de madres, no valían lo mismo, no eran un referente puesto que nos estaban educando para salir afuera… no para vivir adentro.

Y cuando tienes un hijo, de repente tienes que vivir adentro y no sabes qué hacer, se te cae la casa encima, y si para más inri tu bebé que es lo que se supone que has de contemplar y disfrutar sólo llora; entonces, el impacto es mortal.

Así que esta experiencia tan de montaña rusa emocional, de peli de sustos que no sabes por dónde va a salir el siguiente, empezó a tomar sentido… parar, aceptar, sentir… tres estadios muy femeninos que Luca me enseñó en tan poco tiempo.

Sólo me quedaba aceptar que esa madre inmensa, perfecta, amorosa e ideal que yo había inventado en mi imaginación (porque es la que te ponen en los anuncios) no iba a ser yo; no iba a ser la que había diseñado para mis hijos porque no existía… no era una supermadre, ni lo sería nunca….

Simplemente era madre con lo bueno y con lo malo, una madre imperfecta, y a partir de que fui entendiendo que Luca era un niño nervioso, que era un niño demandante que requería mucha entrega… lo  pude aceptar sin intentar solucionar nada, porque entendí que no había nada que solucionar, porque él era como era, con lo bueno y con lo malo. La vida no es perfecta y porque cualquier vínculo tiene su lado positivo y su lado negativo. Entonces comprendí el mensaje de mi embarazo, que  la vida y la muerte son lo mismo, que cuando algo muere, algo comienza y que todo lo malo tiene luz, y todo lo bueno tiene sombras. Porque al dejar de luchar, pudo morir dentro de mí  la que era antes de ser madre y surgió el espacio necesario para que naciera mi nueva yo, la que soy ahora que tengo hijos.

En sólo seis meses descubrí mi otra mitad, lo que está debajo, mi sombra me dio luz, mi lado femenino se despertó…

La brecha que abrió Luca ha hecho que repitiera la experiencia de ser madre dos veces más… porque cada experiencia de ser madre es una puerta hacia los grandes misterios de ser mujer. Es una llave para poder acceder a tu poder, para poder conectar con la esencia de la feminidad, con la esencia de la vida, y de lo que realmente importa, es una oportunidad para aceptar los caprichos de la naturaleza, para encontrarte con lo bonito y con lo feo, para aceptar lo imperfecto, olvidarse del tiempo, de los cálculos, de las prisas, olvidarse de planificar, aprender a dejarse llevar, aprender a perder batallas, a mirarte en el espejo y aceptar que te equivocas, que tienes limitaciones, que te cansas, que te agotas… pero que cuando miras a tu hijo nada de eso importa ya que aprendes que el caos existe para que puedas apreciar lo mejor de la vida: tus hijos.

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