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Encontrarse o perderse

Encontrarse o perderse | Woman·s Soul

Hoy es un buen día para hacerlo, son las seis de la tarde y entre las brisas frescas del otoño, escribo esta página del capitulo de ese libro que llamo mi vida. Confieso que desde mi alma de hombre he logrado identificarme con el alma fuerte de una mujer delicada, con el alma de muchas de vosotras.

Desde que me propuse escribir este artículo, no deja de retumbar en mis pensamientos el Dr. Theodore Dalrymple y su libro “Life At the Bottom”. Libro que tengo desde hace años y que ha establecido una de las referencias más significativas para interpretar las circunstancias que enfrento, de vez en cuando y de cuando en vez.

El doctor, después de más de tres décadas trabajando en  cárceles y centros psiquiátricos de personas indigentes y de pocos recursos en Inglaterra, nos deja saber que una de las principales causas que provoca que las mujeres lleguen a las salas de emergencia es el intento de suicidio y esto sin dejar relegado a los hombres, que también son arrastrados por la misma causa. Si la referencia es impresionante, mayor lo es la conclusión de vida a la que llega. Y es que, con el tiempo descubrió que jamás debía aconsejar a una persona encontrarse a si misma, sino mas bien, perderse de si misma.

Puedo entender si te han dado ganas de desgarrar tus vestiduras y dejar de leer, y es que comprendo que nos han enseñado todo lo contrario. Encontrarnos a nosotros mismos. Pero, si la mente no me falla, fue Facundo Cabral quien bien dijo: ¿Te imaginas todo el lugar que habría si sacáramos todas las estupideces que nos han enseñado? No hay duda, que una de las características de la madurez de la vida es darnos cuenta de que “debíamos olvidar todas las estupideces que nos han enseñado”, sin embargo, así como el perro vuelve a su vómito, insistimos en recordar lo que debemos olvidar y olvidamos lo que debemos recordar.

Pero volviendo al Dr Dalrymple, cuando enseña que la salud de un alma quebrada no está en si misma, sino que le trasciende y sólo el darse a otros u otras causas traerá balance a su vida y por consiguiente una drástica mejora emocional.

Todo esto me lleva a pensar y repensar mis argumentos de vida. El final del camino nos da perspectiva, y la ‘vida’ que nos han enseñado no siempre se ajusta a la verdad. Y es que la verdad por definición es exclusiva, no podemos encontrar dos verdades contradictorias como respuesta a una misma pregunta. Podemos tener diversidad de perspectivas, éstas sí son relativas a nuestras circunstancias particulares; en cambio, la verdad siempre será la verdad, absoluta por definición. Puede ser que sólo hayamos descubierto una parte de la verdad y es que ésta se nos va revelando al andar, pero una sola es y todo se sujeta a ella.

Podemos ver cómo la naturaleza humana encuentra mayor satisfacción, y por ende salud, en entregarse, y no en hacer que todas las cosas giren a su alrededor, al de nuestros intereses. Sin duda, ésta es una de aquellas “estupideces” que debemos olvidar. Acaso, las mayores cadenas emocionales no giran precisamente alrededor de nuestros miedos y su intereses, provocándonos en ocasiones las mayores esclavitudes, con cadenas enormes, cuyo peso nos arrastra a las profundidades de nuestras lágrimas o nos hacen sucumbir entre las brumas de pensamientos destructivos a nuestra verdadera naturaleza.

Los que hemos vivido relaciones tóxicas sin importar quién es el tóxico, hombre o mujer, el intoxicado vive bajo la continua asfixia que sólo permite el suspiro de la supervivencia. La libertad nos alumbra, sólo al ver por encima de nuestros miedos y limitaciones, cuando comprendemos que el amor por otros, nos puede mover a un bienestar inimaginable, amor por nuestros hijos o incluso, aunque se nos revienten las viseras al pensarlo de repente, en amor por aquel o aquella que intoxicó nuestra vida. Lo que me hace sucumbir ante otra paradoja: Sólo da quien ha recibido primero, sólo puede dar amor quien ha sido amado.

Me es fácil comprender a aquellas mujeres que caen en una relación tóxica, y les tengo una mayor compasión y en alta estima, desde mi condición de hombre víctima de una relación tóxica por más de trece años.

Bien es sabido y por demás estudiado, que el hombre es más racional por naturaleza y que la mujer es mucho más emocional. Lo que nos permite, en una relación sana, tener la mayor y más bella unidad en la diversidad, en el complicado complemento, o como la canción de cóncavo y convexo. Sólo el verdadero amor puede mantenernos unidos. Cuando logramos entender nuestra verdadera naturaleza y sujetarnos a ella, nuestro raciocinio en el caso de los hombres, o las emociones en el caso de la mujer, es precisamente en ese momento que hemos dado los pasos para no encontrarnos a nosotros, sino a perdernos de nosotros.

No permitas que las emociones destruyan o ennegrezcan la verdadera naturaleza de tu alma de mujer, mas bien sujétalas a la realidad que se encierra en la dignidad y belleza de la imagen que has sido llamada a proyectar, sin que ésta sea distorsionada por ningún machismo o mucho menos por un mal llamado feminismo o todos aquellos “ismos” estériles que no engendran en nuestras almas, la benignidad, la mansedumbre, la templanza, la esperanza, en fin el amor necesario para romper las cadenas que aprisionan sin piedad alguna. Hablo de esa libertad que te permite ser tú, con tus virtudes, con tus ventajas y desventajas, con tus sonrisas y con tus lágrimas, con tus alegrías y tus tristezas. Es la libertad que parte de la verdad, es la vida que fortalece tu ser en la debilidad y consuela tus desventuras.

Ese amor, esa libertad, no sale de la nada, y mucho menos de nuestro interior como quien engendra, en su propia fuerza, una idea para debatir o defenderte de otra idea o pensamiento. Como bien dije antes, ése es otro dilema, nadie puede amar así, si no ha sido amado primero, nadie puede dar lo que no ha recibido. En mi historia, en el camino que me ha traído a la ultima pagina de este capitulo, de este libro que llamo mi vida, he podido aprender que el amor es justo y verdadero, esto significa que va a la medida de mis necesidades, que es como el guante a la mano o como la llave al cerrojo. Si no conociéramos lo que es un cerrojo, al encontrarnos con una llave seria igual que encontrarnos con un aparato extraño, pero sabiendo a que cerrojo en particular pertenece, se vuelve justo y necesario. Y quedarás asombrada y deslumbrada cuando en medio de tu ‘debilidad’ comiences a dar a otros ese amor inmerecido.

Carlos Frontera Suau

 

 

 

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