Fotografia: @JavierNaval
La dramaturga, directora y gestora teatral Laila Ripoll es noticia porque le dan el premio Fuente de Castalia dentro del Festival Iberoamericano del Siglo de Oro de la Comunidad de Madrid Clásicos en Alcalá. Este galardón se otorga en Alcalá de Henares a profesionales de teatro que se lo hayan hecho pasar cañón al público con las obras del Siglo de Oro. Para muestra un botón. El burbujeante montaje de Mañanas de abril y mayo de Calderón que después de pasar por el Teatro Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa comienza una gira por los festivales de verano.
Antonio Hernández (AH) – ¿Por qué cree que le han dado el premio Fuente de Castalia?
Laila Ripoll (LR) – Creo que porque llevo haciendo clásicos desde 1991 y porque he participado en el Festival Iberoamaericano del Siglo de Oro de la Comunidad de Madrid Clásicos en Alcalá desde antes que se llamara así. Además, un año dirigí el Tenorio en esa ciudad. He dedicado mucho tiempo a los clásicos, sobre todo a Lope de Vega.
AH – En la presentación del premio dicen que se da a una persona que haya hecho disfrutar al público con los clásicos ¿cómo cree que lo ha conseguido?
LR – Leyéndolos muy bien. Siéndoles muy fiel a ellos y a las formas en cómo se hacía el teatro en el Siglo de Oro. Tratándolos con mucho cariño. Y amándolos. Sobre todo, a Lope. Tengo pasión por él. Incluso hice una función sobre la su vida. Una pieza concebida como un homenaje a aquella época. Con un prólogo y con música. Un espectáculo total.
AH – ¿Qué cree que le gusta al público de lo que hace?
LR – El público es una incógnita. No tengo ni idea. Ojalá lo supiera, para hacerlo siempre. Pero unas veces aciertas y otras no.
AH – Vistos desde la butaca sus espectáculos resultan muy diferentes, pero ¿qué tienen en común sus obras?
LR – La manera de abordarlas. El respeto por el elenco. El dejar al actor que proponga. La temática. El gusto por investigar nuestra historia reciente.
AH –¿No parece que haya mucho interés por investigar en nuestra historia reciente en su última obra Mañanas de abril y mayo?
LR – No. Es una obra que surge con la idea de hacer algo bonito. Y que la gente salga contenta. El texto es una comedia, en la que he tratado de hacer un paralelismo con las comedias de Blake Edwards, como La pantera rosa o Desayuno con diamantes, o Billy Wilder.
La historia es muy pequeñita. Los personajes no tienen una profundidad muy grande. Por primera vez en mi vida, el objetivo era hacer algo muy divertido y elegante. Algo muy diferente a lo que había hecho hasta ahora.
AH – ¿Pero ese gusto por elenco y los actores si está presente?
LR – Sí, sí.
LR – Muchos de ellos vienen del elenco de la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico. He tenido la suerte de participar dos años en la selección de las personas que iban a formar parte de ese elenco joven y también les he dado clase. Una compañía que supone una cantera de actores del teatro clásico.
Luego estaba loca por trabajar con José Ramón Iglesias alguna vez. Y Ana Varela que ha estuvo en los comienzos de Micomicón [la compañía de teatro que Laila Ripoll creo junto a otros compañeros de la Real Escuela Superior de Arte Dramático, RESAD] y con la que quería volver a trabajar.
AH – ¿Cómo se eligen los compañeros de viaje en el teatro?
LR – Más que elegirlos, te los encuentras. La suerte está en dar con la gente adecuada en el momento adecuado. Es lo mejor que le puede pasar a una.
AH – Usted es la directora artística del Teatro Fernán Gómez ¿es muy diferente producir y estrenar en ese centro que estar buscando una sala para sus producciones?
LR – Es muy diferente. Lo interesante de estar en Fernán Gómez, aparte del trabajo de gestión y de programación, es que el poder hacer obras que nunca me habría planteado en otras circunstancias. Porque no tienes la misma angustia a la hora de producir.
Por ejemplo, cuando hice Tea Rooms no teníamos claro que fuera a tener el éxito que ha tenido, pero a pesar de ser una gran producción para una sala pequeña pude hacerla. Para nuestra sorpresa tuvimos que prorrogar y, posteriormente, reponer. Y ahora están de gira.
Con respaldo de este centro me planteo hacer cosas que en otros proyectos no me plantearía hacer. Fundamentalmente porque a lo mejor no tendría muchas salas de exhibición.
AH – ¿Cómo se hace la programación de un teatro público?
LR – Me imagino que cada maestrillo tiene su librillo. Yo lo enfoco como si estuviera haciendo una dramaturgia. Concibo un relato para la programación.
Sigo una serie de directrices como que sea autoría contemporánea española, repertorio, ya que hay pocos teatros en Madrid que hagan repertorio, y autoría extranjera siempre y cuando se inspiren en obras de repertorio.
A lo que añado los criterios de proporcionalidad, de dar la oportunidad a nuevas dramaturgias, y a autoras y directoras.
AH – ¿Cómo se le ocurrió montar una compañía como Micomicón?
LR – Casi se me ha olvidado. Fue en 1991. En el curso de la Compañía Nacional de Teatro Clásico [que se llamaba así antes de ser La Joven CNTC] con otros alumnos: Juanjo Artero, José Luis Patiño e Isabel Gaudí.
Era un curso de ocho meses que se convirtió en nueve porque en septiembre estuvimos con El Jardín de Falerina en lo que era la Sala Olimpia [donde se encuentra ahora el Teatro Valle-Inclán, una de las sedes del Centro Dramático Nacional en Madrid].
Cuando acabamos nos quedamos con ganas de investigar en los clásicos. Era una rareza que los jóvenes hicieran clásicos. También éramos bastante ingenuos. Queríamos hacer producciones al estilo de los que veíamos de la Royal Shakespeare Company en el Festival de Otoño de Madrid.
AH – ¿Qué hacía esa compañía con los clásicos ingleses que no se hacía aquí con los clásicos españoles?
LR – Darles la vuelta como a un calcetín. Basarse en ellos para hablar sobre otras cosas o para hacer una dramaturgia muy especial. Todo lo que estamos acostumbrados a ver ahora. Desde la compañía Fundación Siglo de Oro hasta Los Números Imaginarios. En aquella época se hubiera considerado un disparate
AH – ¿Estudió dirección en la RESAD?
LR – No, estudié interpretación. Entonces la dirección no existía.
AH – ¿Qué aprendió en el curso de la CNTC?
LR – Aprendí mucho. Es que tuve clases con María Jesús Valdés. También con Josefina García Aráez, que ya la había tenido en la RESAD y que había hecho que me enamorase de los clásicos. A los que se añadieron Adolfo Ponte en caracterización o Elvira Sanz en danza. Tenía un plantel muy potente de docentes.
AH – ¿Qué queda de aquellos años en el teatro de Laila Ripoll de ahora?
LR – Muchísimo. Yo sigo dedicándoles todo lo que hago a María Jesús Valdés y a Josefina García Aráez. Ellas hicieron que yo tuviera necesidad de saber y de conocer. Josefina me dejó muchas enseñanzas. Sobre todo, la manera de decir el verso y el amor por las palabras.
AH – ¿Cómo aplica todo lo anterior a las obras que no son clásicos del Siglo de Oro?
LR – Le aplico todo. Aprendí a escribir teatro leyendo a los clásicos. Sobre todo, a Lope y Cervantes. Por ejemplo, La ciudad sitiada, la primera obra que escribí, es una relectura de Numancia de Cervantes. Hay escenas que parten de esta. Y Atra bilis es un compendio de Cervantes, Quevedo y hasta de Góngora.
AH – En Atra bilis no lo parece ¿dónde están las marcas?
LR – Sí, sí que están. Hay mucho de Quevedo en las obras de la Trilogía de la Memoria que forman esta obra, Los niños perdidos y Santa Perpetua. Aunque también están Borges y Edgar Allan Poe.
AH – Llevando la mochila como la lleva de cargada con estos autores ¿por qué se sale de los clásicos y hace otras cosas?
LR – Porque la vida es muy corta para quedarse solo haciendo una cosa y cuando quieres darte cuenta ya te has muerto. Hay que hablar de otras cosas. De lo que te preocupa o te indigna.
AH – ¿Qué le indigna a Laila Ripoll?
LR – Muchas cosas. Por ejemplo, que se condene que las personas de ambos bandos puedan sacar a sus muertos de Cuelgamuros. La falta de empatía, de compasión. La injusticia. La guerra y lo que está pasando en Ucrania. Que se mire a otro lado cuando se mueren personas tratando de cruzar los mares. Que se diga menas para evitar decir menores no acompañados y hacerles parecer una banda, como la mara Salvatrucha, que viene a matarnos a todos. Me indigna la mentira.
AH – ¿Cómo se ha indignado o ha hablado de todo esto desde el teatro? ¿Cómo llega a transmitir todo eso al espectador?
LR – Uno no sabe si va a llegar a la gente. Lo que siente es la necesidad de contarlo y lo cuenta. Luego llega a quien pueda llegar. El teatro es una cosa muy pequeña que llega a muy poca gente.
AH – Aun así, su carrera es muy dilatada, eso significa que tiene usted tiene público ¿cómo se consigue esa carrera tan larga?
LR – De verdad que si lo supiera lo repetiría. Unas veces atinas y otras no. Creo que las cosas que le duelen mucho a uno, cuanto más pequeño parece, son más universales de lo que se cree. Es cuando más se conecta con la gente.
Por otro lado, pertenezco a una generación que su infancia tuvo lugar durante el franquismo, su adolescencia durante la transición y la movida, y votamos por primera vez en las primeras elecciones que ganó el PSOE.
Creo que todo eso nos ha marcado a los llamados boomers de una determinada manera. Que ha hecho que tengamos una serie de temas que nos resulten comunes y que nos guste compartirlo.
Por otro lado, cuando te pones a hablar de la historia reciente de España, es raro que no salgan las fosas comunes, que acabes tratando el tema de los represaliados y los exiliados. Por eso ha sido muy difícil situar Mañanas de abril y mayo en los años cincuenta españoles como si fuera una película de Doris Day, cuando este país era cualquier cosa menos una comedia protagonizada por esta actriz. Pero es que después de la pandemia de covid quería luz y alegría. Nos merecíamos algo de frivolidad y brilli-brilli.
AH – Usted tiene mucha formación
LR – Yo iba para escenógrafa e hice un curso de interiorismo porque en aquel momento no existían cursos específicos de esta disciplina. Aunque el curso que más me ha marcado es el de pedagogía teatral del Instituto Nacional de Artes Escénicas y Musicales (INAEM). Un curso que daban dos de las mejores personas de este oficio: Juan Pastor y Teresa Valentín. En este curso aprendí lo importante que es la pedagogía. La importancia de enseñar a las personas que quieren dedicarse a este oficio.
AH – ¿Ha hecho pedagogía posteriormente?
LR – Mucho, mucho. Es una de las cosas que más echo de menos.
AH – ¿Es por eso por lo que casi todas las obras que programa en el Fernán Gómez llevan asociadas una parte pedagógica?
LR – Sí. En parte. Tenemos un programa llamado Ágora Joven que coordina María Pastor. Y se hacen muchos talleres con los profesionales que están en escena. Creo que es muy importante, sobre todo en un centro público, el ofrecer este tipo de actividades para las personas interesadas.
AH – ¿Por qué dejó de actuar y se dedicó a la dirección?
LR – Porque la directora estuvo siempre ahí. Cuando uno comienza en esto del teatro uno tiende a hacer interpretación porque es a lo que se tiene más acceso, pero ahora no volvería.
AH – ¿Cómo se dio cuenta de que la interpretación no era lo suyo?
LR – Nunca me gustó que me dijeran lo que tenía que hacer, desde pequeña. Siempre tengo mis propias ideas sobre cómo hacer las cosas.
Además, de que la interpretación es algo muy difícil y esclavo. Hay que cuidarse mucho para estar bien cuando se sale a escena, para tener la voz que se necesita.
Los intérpretes me merecen mucho respeto. Me alucina que haya actores. Y si ya son mayores me alucina el que se mantengan en el escenario, que sigan saliendo.
AH – ¿Cómo trata a los elencos con los que trabaja?
LR – Con mucho respeto. Y les cuido mucho. Teniendo muy presente que son ellos los que se pasan el personaje por la piel. Que lo conocen mucho mejor que tú. Por lo que, como directora, no estoy para mandar, sino para acompañar y coordinar.
Estoy para darle unas bases muy claras al principio. Y a partir de ahí tienes que ir de su mano. Tienes que dejarles hacer. Tienen que hacer su trabajo.
AH – ¿Hay labor pedagógica en la dirección?
LR – Un poco sí. Pero es de ida y vuelta. Ellos también te enseñan. Hay que tener en cuenta que los actores son muy frágiles. Siempre están expuestos. Y se te dan. Su trabajo es de una generosidad enorme.
AH – ¿Se trabaja igual con los actores que con el resto del equipo artístico de una producción?
LR – Es diferente. No es la misma fragilidad. Depende del tiempo que lleves trabajando con ellos. Por ejemplo, con la figurinista Almudena Rodríguez Huertas llevo trabajando desde el principio de mi carrera. Así que no nos hace falta ni hablar. Con cuatro cosas que nos digamos es suficiente para que sepa que es lo que se necesita y hacer una propuesta que me guste.
AH – ¿Tiende a mantener los equipos artísticos con los que trabaja?
LR – Sí, tiendo a trabajar con el mismo equipo artístico. Un equipo que puede cambiar porque la gente se jubila. Estas cosas también pasan en la vida. Por eso Micomicón es una compañía y no una productora. Tenemos un estilo de hacer las cosas.
AH – Lleva mucho tiempo en este sector, ¿para qué se ha quedado?
LR – Es verdad, llevo mucho tiempo. A mí lo que me gustaría sería jubilarme e irme a la playa a escribir [dice riéndose] Si pudiera lo dejaría todo para escribir. Pero es muy difícil. Escribir es lo que más me apetece y es con lo que más a gusto me siento.
Pero seguramente me he quedado en el teatro porque es muy absorbente. Porque son muchas vidas en una. Además, mi trabajo actual como directora del Teatro Fernán Gómez, Centro Cultural de la Villa, me lleva mucho tiempo.
AH – ¿Hasta cuándo tiene el contrato?
LR – Hasta ya.
AH – ¿Y le gustaría seguir?
LR – Sí, mucho. En primer lugar, porque tengo un equipo estupendo. Y en segundo lugar, porque me pilló la pandemia, la borrasca Filomena y tres años de obras. Por lo que esta temporada es la primera en la que he podido hacer un programa completo. Y dejar establecidos ciclos como el de Danza en la Villa. Luego, el que venga hará lo que quiera.
AH – ¿Depende de usted toda la programación del centro?
LR – Hay ciclos como el de jazz, flamenco, góspel y música antigua que tienen sus propios directores artísticos. El resto, es decir, el teatro, la danza, las exposiciones y algo de música sí las programo yo.
AH – ¿Cómo elige lo que va a programar?
LR – Voy mucho a ver teatro y otros espectáculos. Además, me llegan proyectos y los evalúo. También sigo esa dramaturgia que te decía antes. Una dramaturgia de la programación.
Por ejemplo, este año se iba a vincular toda la programación al Barroco porque existía la posibilidad de tener una gran exposición sobre el mismo. Pero se murió su comisario y no la pudimos hacer.
Por eso se programó el espectáculo de Morboria de El teatro y otros males… que acechan a los corrales. O se ha producido Mañanas de abril y mayo. Y el espectáculo infantil fue El viaje de Isabelade La Tartána. Estábamos acabando con la pandemia y pensé, que, como ocurrió en el Barroco tras la gran peste, había que volver a los teatros.
AH – ¿Qué le quedaría por hacer?
LR – Muchas cosas. Hacer un Shakespeare a lo grande. Estrenar en el Festival de Mérida. Muchas cosas.
AH – ¿Por qué cree que Micomicón se considera un referente en Latinoamérica?
LR – No lo sé. En breve estaremos en Colombia con Una humilde propuesta. Y Atra bilis se representa mucho en Latinoamérica. Nos están continuamente pidiendo derechos. Cuando llegamos Colombia o en Venezuela o Salvador con esta obra nos dicen que se nota que los conocemos muy bien. Y es que la gente de allí reconoce a una tía o una abuela en esta obra.
AH – ¿Conoce el teatro que se hace allí?
LR – Llevo tiempo sin viajar. Antes si que iba. Pero volar me da miedo y desde que tuve a mi hijo me da aún más miedo de que pase algo. En quince años hice un viaje a Brasil y ahora, como te he dicho, voy a ir a Colombia.
AH – ¿Ha trabajado en Latinoamérica o con elencos latinoamericanos?
LR – No. Pero durante mi estancia en Centroamérica di un taller muy exigente a actores centroamericanos. A nivel pedagógico sí que hemos trabajado más.
AH – ¿Ha encontrado diferencias entre actores latinoamericanos y españoles?
LR – Depende mucho del país. En cualquier caso, tengo recuerdos muy buenos. Tienen una forma de trabajar que a mi gusta mucho. Son muy sinceros, muy abiertos y ponen mucha emoción.
AH – Usted ha hecho muchas cosas, ¿por qué no se ha focalizado?
La grandeza del teatro es que es muchos oficios en uno. Abarca muchas cosas. Y si te focalizas en una a lo mejor te mueres de hambre. Hay que valer para un roto y un descosido.
AH – Mañanas de abril y mayo tiene muchas canciones, pero no recuerdo que haya hecho una zarzuela o una ópera.
LR – No, no he hecho. Ópera no me gustaría hacer. No toda me gusta y hay cosas que no acabo de entender. Sin embargo, sí me gustaría hacer una zarzuela.
Soy una apasionada del género, me divierte muchísimo. Por ejemplo, me encanta La verbena de la Paloma, Doña Francisquita o El Rey que rabió. Obras que entroncan mucho con el Siglo de Oro y con el teatro popular. A mi el teatro popular me encanta. Aunque también me gustan mucho Wagner y la ópera barroca.
Mi teatro tiene mucho de popular. Entronca con el teatro de variedades, la literatura del Siglo de Oro, con la picaresca y con la música tradicional.
AH – ¿Dónde y cómo ha aprendido todo esto?
LR – He sido un ratón de biblioteca desde los siete años. Leer ayuda mucho. Y por el camino me he encontrado a mucha gente que me ha enseñado muchas cosas.
Por ejemplo, con Marcos León, que pertenece a Micomicón y que sabe todo lo que hay que saber de música y bailes tradicionales. O Arturo Martín Burgos que me ha envenenado con el arte contemporáneo y la pintura abstracta.
Esta muy bien tener amigos, hasta en el infierno, para que te enseñen.
AH – ¿Qué debe tener la gente para que les des permiso para enseñarla?
LR – No lo sé. Lo bueno de este oficio del teatro es que te encuentras gente estupenda. Y no hay más.
AH – Parece que decide hacer lo que hace de forma intuitiva ¿Qué es para usted la intuición?
LR – Algo muy importante si lo acompañas de mucho trabajo y de mucha investigación. Es como la anilla de la que tiras para abrir la lata.