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Libérate de las ataduras: aprende a decir no y evita las emociones tóxicas

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Pocas veces somos conscientes de las ataduras invisibles que nos impiden crecer. Si sientes que tu vida no va acorde con tus deseos, que tus decisiones están condicionadas por factores ajenos a ti o que algo te impide mostrarte tal como eres, necesitas cortar esos hilos que te condicionan.

En la vida nos vemos obligados a lidiar con emociones complejas y situaciones que no siempre son fáciles.
Intenta gestionarlas correctamente para que no te atrapen en una red invisible que mine tu bienestar.

“VALORA” LOS PROBLEMAS

Es una trampa en la que caemos a diario. Dejamos que las emociones negativas crezcan hasta alcanzar
dimensiones desproporcionadas. Una discusión o una contrariedad son problemas que se pueden superar.
Solo hay que saber adaptar nuestra respuesta emocional a su dimensión real, sin exagerar las adversidades.
Céntrate en la solución. No malgastes energías en círculos viciosos negativos.

EVITA QUE GANE EL ESTRÉS

La presión es un agente positivo cuando actúa como un estímulo, pero se convierte en una emoción turbadora
cuando es, por el contrario, fuente de ansiedad.

Desconecta. Una de las claves para mantenerla bajo control es “desconectar” de las exigencias diarias.
Abstráete de todo aquello que te genera angustia y te sobrepasa. Si no, el estrés te acabará absorbiendo.

Cuenta con los demás. Asumir todas las responsabilidades de la casa, sobrecargarte en el trabajo o
autoimponerte obligaciones que no te corresponden es una actitud muy perjudicial. Si tu día a día está cargado
de “tengo que”, procura revisar tu nivel de exigencia.

Aprende a delegar. Establece prioridades en tu agenda. Aquellas cosas que te hacen sentir bien también
deberían ocupar un lugar preferente.

SÍ A LA NEGATIVA

Decir no es el cortafuegos que nos ayuda a proteger nuestra identidad. Esta barrera de seguridad se
resquebraja cada vez que anteponemos los intereses de los demás a los nuestros. El miedo a defraudar, a
crear conflictos o a que nos rechacen están detrás de esta actitud. Ceder es más fácil, pero las consecuencias
son más perniciosas porque perdemos libertad y se erosiona la imagen que tenemos de nosotros mismos.
Antes de dejarte llevar, tómate un tiempo para estudiar tu decisión.
Argumenta tus motivos. No es lo mismo que excusarse. Plantéalos con seguridad. Nadie puede discutirte ese
derecho.

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CULPABLE, ¿DE QUÉ?

El sentimiento de culpa nos arrastra hacia la pasividad. El juez implacable que llevamos dentro nos hace sentir
culpables no solo ante lo que hemos hecho, sino sobre lo que podríamos hacer en un futuro y, en
consecuencia, dejamos de actuar. Detrás de este sentimiento tan paralizante se esconde una baja autoestima
que habría que trabajar.

Sustituye la palabra culpa por responsabilidad. La primera no te da opciones porque condena antes de juzgar,
la segunda deja las puertas abiertas a un planteamiento más equilibrado y, en caso de ser necesario, a una
posible rectificación.

Agradar a todos: misión imposible

Tan malo como estar paralizado es actuar bajo la batuta de varios directores de orquesta. Y es lo que nos
ocurre precisamente cuando intentamos buscar la aprobación continua.

Tú, primera. Si inviertes tu tiempo y energía en gustar a todos, aparte de fracasar en el intento, acabarás por
olvidar qué es lo que te gusta a ti.

Sé honesta contigo misma. Es la mejor forma de ser honesta con los demás. La clave está en aprender a
aceptar las críticas y a relativizarlas. No todos tenemos por qué ver el mundo desde el mismo prisma.

Resuelve los conflictos pendientes

Aunque no sea nuestra intención, es inevitable hacer daño a alguien alguna vez, ya sea por algo que hemos
hecho o, al contrario, que hemos dejado de hacer. Si el desencuentro no se resuelve en los primeros instantes,
el daño se enquista y acaba convirtiéndose en un lastre que no nos dejará avanzar.

Pedir perdón. La única forma de cortar con esta situación perturbadora es pedir perdón. Cuando se trata de
un malentendido pensamos que disculparnos es un signo de vulnerabilidad o debilidad, pero en realidad es
una muestra de generosidad y autoestima.

Sinceridad y saber ponerse en la piel de la otra persona. Son los ingredientes para cerrar las heridas y
tanto uno como el otro están a nuestro alcance.

MANTÉN A RAYA LAS RELACIONES TÓXICAS

Cuando mantenemos una relación saludable nos enriquece y nos deja crecer como personas, pero no siempre
es así.

Mereces lo mejor. En ocasiones establecemos vínculos emocionales con personas que nos asfixian con sus
exigencias, críticas y negatividad, y lo hacemos porque en el fondo creemos que no nos merecemos más, que
son las relaciones que “nos ha tocado vivir”. Cambia la situación, solo tú puedes desprenderte de esas
amistades tóxicas que, por un lado, te atan y, por otro, te debilitan.

Apuesta por las relaciones positivas. No es nada saludable tener a tu lado a alguien que se alegra más de
tus fracasos o errores que de tus triunfos.

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6 ACTITUDES DAÑINAS

1. Adaptarte a todo. La capacidad de adaptación es una virtud siempre y cuando no traspases la frontera de
lo que realmente quieres. Ser flexible nunca debe ser lo mismo que renunciar a tus propósitos. Si lo haces para
agradar a los demás te estás equivocando.

2. Pensar en negativo. Una visión pesimista de la vida es una coartada perfecta para justificar nuestra
pasividad. Como pensamos que todo lo que emprendamos va a salir mal, ni siquiera lo intentamos. Lo cierto es
que solo puede salir bien aquello por lo que luchamos y trabajamos. Quedarse quieto es el verdadero fracaso.

3. Criticar. Cuando juzgamos a los demás de forma malintencionada estamos potenciando un tipo de discurso
que puede volverse en nuestra contra porque antes o después ese juez interior puede dirigir la mirada hacia
nosotros mismos.

4. Exceso de susceptibilidad. Si ves fantasmas allá donde no los hay acabarás luchando contra molinos de
viento. Si te sientes ofendida o atacada con frecuencia, posiblemente el problema no está en los demás, sino
en tu autoestima.

5. Reprimir tus emociones. Muchas personas no se permiten exteriorizar sus emociones porque lo
consideran un signo de debilidad. Sin embargo, expresar lo que sentimos nos ayuda siempre a digerir el dolor
y a liberarnos de él.

6. Ser muy exigente. Exigirnos ser perfectos en todos los ámbitos es una fuente de frustración porque nunca
llegamos al ideal marcado. Lo mismo ocurre si también se lo exigimos a los demás. Todos tenemos límites y
deberíamos aprender a aceptarlos.

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