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Lucía Miranda u otra cultura teatral es posible

“Soy una chica de Valladolid a mi manera”

La reapertura del Teatro Galileo de Madrid con la exitosa obra Fiesta, fiesta, fiesta, donde estará hasta el 25 de enero, facilita el encuentro con Lucía Miranda, su directora y dramaturga. Una profesional del teatro que ha recibido premios, Almagro Off y el Premio Ojo Crítico de Radio Nacional, o ser finalista de los Max. Además de trabajar con regularidad tanto en España, con su compañía Cross Border Project, como en Estados Unidos o Latinoamérica.

Antonio Hernández (AH) – ¿Cómo se definiría? ¿Cómo dramaturga o cómo directora?

Lucía Miranda (LM) – ¿Solo puedo elegir una de las dos?

AH – Si quiere puede elegir las dos

LM – Entonces las dos. Soy el tipo de dramaturga que escribe para montar. No tengo por ahora ningún texto que haya escrito que no se haya montado.

Cuando escribo ya sé que se va a montar. O lo voy a montar yo o lo va a montar alguien. Nunca me he sentado a escribir una obra que no tuviera garantizado un montaje.

AH – ¿Por qué?

LM – Porque soy una mujer muy de acción y muy pragmática. Cuando me pongo a escribir es que quiero contar una historia en el escenario. Escribo pensando en cosas como los actores que la van a interpretar y en la escenografía. No concibo escribir una historia para que se quede en un papel.

AH – Con esta filosofía de trabajo ¿cómo fue dirigir Chicos y chicas de Dennis Kelly que se ha podido ver en el Pavón Teatro Kamikaze?

LM – Me gusta mucho dirigir textos de otros. Lo he hecho tanto dentro como fuera de España. Aunque es diferente. Como te he contado cuando escribo ya estoy pensando en cómo voy a dirigirlo. Me lo imagino con los actores en un espacio.

Cuando te dan un texto cerrado entras en negociación con un dramaturgo. Es muy interesante. Es un buen ejercicio. Ayuda a entrar en la cabeza de otra persona y hace que cuando me ponga a escribir mis textos me plantee cosas diferentes que antes no me había planteado.

Por ejemplo, en Chicas y chicos he trabajado un monólogo. Yo nunca he escrito un monólogo. Al montar este texto me ha permitido analizar los recursos que ha utilizado el autor o donde ha puesto el foco. Todo lo que he aprendido me servirá para la siguiente obra que yo haga.

AH- Cuando trabaja con el texto de otros autores ¿se tiene que contener para no intervenirlos? ¿Y cómo se contiene?

LM – Sí [dice rotundamente, con énfasis y riendo] No sé cómo se contiene uno. ¿Cómo se contiene uno cuando tiene ganas de llorar y no puede hacerlo? ¿O cuándo te quieres reír a carcajada limpia y no es el momento? ¿Cuál es la estrategia?

Soy muy intervencionista, lo que me ha podido causar problemas. Suelo tener una visión muy clara del montaje y me cuesta mucho ponerme a la disposición del texto. Creo que este es el motivo por el que escribo mis textos.

Cuando trabajas con los textos de otras personas tienes que hacer un ejercicio de contención y de respeto. El que me gustaría para mis textos si los montasen otras personas. Pero a mi me cuesta mucho hacer ese ejercicio de contención. Sin embargo, creo que hay que aprender a hacerlo porque es parte de lo que un profesional del teatro tiene que saber hacer.

En Chicos y chicas esta contención la conseguí hablando con Antonia Paso [la actriz que protagonizaba la obra] y con Javier Ortiz Arraiza [el productor de la misma]. Viendo como mi mundo se podía adaptar al mundo de Dennis Kelly sin que el autor desapareciese.

AH – ¿Fue esta filosofía de trabajo la que la llevó a crear Cross Border Project?

LM – Sí. Cuando yo cree Cross Border Project no escribía teatro todavía. He tardado mucho tiempo en escribir teatro. Bueno, he escrito siempre. Pero escribía cuentos, no obras teatrales.

Creé la compañía porque quería contar historias que a mi me apetecía contar con equipos que no veía en los escenarios españoles. Echaba en falta la diversidad cultural, la representación de la mujer, determinados papeles para las actrices. Los echaba en falta tanto en cantidad como en calidad.

La creación de la compañía fue algo muy vital y, a la vez, estuvo muy unido a lo político. A una concepción del mundo. Estoy convencida que el mundo tiene que ser más diverso y más igualitario. También la gestión de las compañías. Pienso que esa diversidad e igualdad del mundo también tiene que verse en los elencos.

AH – ¿Tiene el teatro un componente social y político?

LM – Toda obra lo tiene. Incluso la más comercial habla de cosas que son sociales y políticas. El amor es social y es político. En ese sentido, no encuentro diferencias entre hacer una obra sobre educación [como es Fiesta, fiesta, fiesta] de una obra que hable del amor romántico. Depende del enfoque que le des.

AH – ¿De dónde surge Fiesta, fiesta, fiesta?

LM – Surge de la necesidad de ver representada la diversidad cultural de las aulas en el escenario. En las funciones escolares de Nora, 1959 y Perdidos en Nunca Jamás nos dimos cuenta que había una gran separación entre la diversidad del público de los colegios e institutos y la que se veía en el escenario.

Nuestros espectáculos ya eran diversos, aunque no tanto como en Fiesta, fiesta, fiesta. Nos ocurría que tras verlos se acercaban y nos decían cosas como. “Nunca pensé que pudiera ser actor, porque nunca había visto un actor latino en teatro.” Nos lo comentaban sobre todo cuando hacíamos giras por provincias. Así que quise contar que el escenario también podía ser como el aula.

Estados Unidos y en Francia, países que conozco bien porque he vivido en ellos, nos llevan una ventaja de unos treinta años en estos temas. Ellos ya han trabajado aspectos como la primera generación o la creación de una identidad nacional en estos chavales. Y quería hablar de ello, de qué es lo que hace que nos sintamos de un lugar.

El haber vivido mi juventud fuera de España hizo que me sintiera un poco perdida con respecto a mi identidad cultural, algo que recuperé varios años después de volver. Si yo me sentí así, me pregunté ¿cómo se sentirá un chaval que ha nacido aquí, pero que tiene padres marroquíes y colegas de Zamora, de Rumania o de cualquier otra parte del mundo?

AH – ¿Por qué usó el verbatim [reproducir palabra por palabra lo que han dicho personas reales como un texto teatral] en esta obra?

LM – En esta obra era esencial. Lo tuve claro desde el principio. El verbatim es una herramienta que te permite que el lenguaje se convierta en identidad.

Los actores trabajan con los audios de las transcripciones directas de lo que ha dicho personas reales a las que se entrevista primero. Tienen que respetar los acentos, las pausas, las toses, las risas de dichas personas.

El lenguaje es una forma de contar como se concibe el mundo. El verbatim me permitía que esas formas diferentes de ver el mundo se viesen representadas en el escenario desde el lenguaje.

Al ser teatro documental, también quería trabajar de forma muy fiel a las personas representadas. Quería hablar de la riqueza de identidades y, a la vez, de la riqueza de lenguajes. El verbatim me lo permitía.

AH – ¿Lo ha usado en más producciones?

LM – El año pasado hice una producción en Miami que se llamaba I’m Miami. Era una obra compuesta por 7 piezas de microteatro producido por el Centro Cultural Español en Miami basado en 60 entrevistas que se convirtieron en unos 15 personajes.

Y antes de Fiesta, fiesta, fiesta lo he usado en otras obras de la compañía sin decirlo. Lo usaba para ver como funcionaba en algún personaje concreto. Por ejemplo, en la obra ¿Qué hacemos con la abuela? hay un personaje que es una rumana que cuida a la abuela. La actriz que la representaba usaba verbatim. Trabajó a partir de la entrevistas que yo le hice a la cuidadora rumana de mi abuela.

Pero cuando me lancé al uso generalizado en una obra ha sido en Fiesta, fiesta, fiesta. La próxima obra que en la que lo voy usar será en Casa. Una obra que voy escribir gracias a la beca Leonardo de Creación Literaria y Teatro que me ha dado la Fundación BBVA.

AH – ¿De qué va la obra?

LM – Va de qué es una casa. De qué nos hace sentirnos en casa. Por ejemplo: ¿en qué momento dejamos de llamar “mi casa” a la casa de nuestros padres? ¿qué es lo que nos hace sentirnos en casa?

Va a estar relacionado con los cambios que ha habido en los últimos años: gentrificación, migración, crisis de los refugiados, incluso, feminismo. Hay casas de acogida para mujeres, casas para menores, residencias de ancianos, albergues para gente sin hogar y muchas más. Para este proyecto voy a entrevistar a personas en las cárceles, a refugiados para que me cuenten el proceso desde que dejan su casa hasta que encuentran una nueva, a gente que ha sufrido desahucios o que ha perdido su casa en un desastre natural.

Todo estará relacionado con la casa, que, a su vez, está muy relacionado con Fiesta, fiesta, fiesta. Con la identidad y con lo que te hace sentirte de un sitio.

AH – ¿Qué le aportó el vivir fuera? ¿En Estados Unidos y Francia?

LM – Me han aportado a mi formación. De tal forma que cuando volví me sentí un poco rara porque no compartía con mis compañeros de profesión las mismas lecturas ni el mismo bagaje cultural. Era cierto que tenía a Lorca en la mochila, pero había un montón de lecturas, técnicas y teorías del teatro que yo había estudiado fuera, que eran mi biblia teatral, que aquí no se conocían ni practicaban.

Esta situación, en principio, jugó en mi contra. Sin embargo, con el tiempo me ha servido para poner en escena espectáculos de una forma que no era común hacerlo.

Además, el estudiar fuera, me ha permitido desarrollarme en lugares distintos y haber conocido a gente muy diferente. Desde poder ver cómo se trabaja en Filipinas, donde fui con una beca, o en Senegal o en Nueva York. No solo te aporta una riqueza profesional, sino una riqueza vital.

En París estuve primero de Erasmus [programa europeo de becas para facilitar la movilidad de estudiantes y profesores entre distintas universidades de Europa] y luego volví para trabajar en la UNESCO [Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura] como gestora cultural.

En Estados Unidos hice un Máster en Teatro y Educación en la Universidad de Nueva York. También allí fui profesora de español para extranjeros. Además, monté un proyecto para enseñar español a través del teatro.

A Estados Unidos voy mucho. Siempre estoy volviendo. Es mi casa y allí tengo un montón de amigos. Cada 2 o 3 años me voy para allá. El año pasado estuve en Washington haciendo un laboratorio sobre performance y política en la Universidad de Georgetown. Dos años antes estuve en un laboratorio para directores de escena que se organizaba en el Lincoln Centre de Nueva York. Casi siempre que voy a Estados Unidos es para seguir formándome.

Formarme en esos sitios no solo me ha permitido conocer a gente de todas las partes del mundo, sino que también me ha permitido trabajar mucho fuera de España. Cada año he trabajado en al menos 2 o 3 países diferentes.

Por ejemplo, el año pasado estuve de gira con espectáculo que se llama País Clandestino que no se ha visto todavía en España. Un montaje en el que participamos 5 directores de distintos países con el que hemos visitado en 2019 Uruguay y Portugal. Y el año anterior estuve en Bolivia en un proyecto con mujeres y en festivales en Francia, Brasil o Santiago de Chile.

Y también me ha permitido trabajar en cosas muy distintas. Desde estar en festivales como el FIBA (Festival Internacional de Buenos Aires) o el MIT (Muestra Internacional de Sao Paulo) a hacer un proyecto comunitario con mujeres indígenas.

Esto me ha ayudado, por un lado, a sortear la crisis, porque cuando volví España estaba en plena crisis. Por otro lado, a apreciar lo que tengo ahora. Estoy acostumbrada a estar en varios países distintos. Ahora que estoy embarazada, el tener espectáculos en tres teatros distintos de Madrid y dormir todos los días en mi casa, es jauja.

AH – ¿Cómo llegó al teatro?

LM – Desde siempre. Desde niña. El teatro siempre ha estado ahí. He sido muy teatrera. En casa nos disfrazábamos y jugábamos mucho a ser otros. Además de leer y ver mucho cine.

Por otro lado, en el cole en el que estudiaba en Valladolid, se hacía mucho teatro. Pertenecí al grupo teatral del colegio desde los 12 a los 18 años.

AH – ¿Qué importancia ha tenido su colegio en que ahora se dedique al teatro?

LM – Mucha. Creo que si no hubiese tenido un entorno como el que tenía en el colegio, en el que no se hubiesen desarrollado mis aptitudes artísticas, ahora tendría muy complicado el dedicarme a esta profesión.

Hablando con muchos compañeros me doy cuenta que este tipo de entornos ha sido fundamental para muchos de nosotros. En todos los casos siempre es clave un profesor o una profesora que monta el grupo de teatro del colegio.

Por eso desde la compañía lo impulso tanto y tratamos de trabajar en el ámbito escolar. Estoy convencida de que los colegios son el caldo de cultivo de los profesionales y del público del futuro. Aunque soy la única persona de mi grupo de teatro del colegio que se dedica al teatro, mis compañeros de entonces van mucho al teatro. Incluso tienen abonos teatrales. No importa que ahora sean profesores, trabajadores sociales o médicos, ese amor por lo que hacían les ha convertido en grandes espectadores, que es la otra parte fundamental del teatro.

Pienso que cuidamos poco el ámbito teatral escolar y, como ya he dicho, son la base de la profesión y del público. Deberíamos cuidarlos más. Si lo hiciéramos, nuestra profesión sería más fuerte.

Fíjate por ejemplo en Reino Unido. Un país que incluye las artes escénicas en las escuelas, que los teatros tienen grandes departamentos educativos que trabajan con los niños y los jóvenes. Y, claro está, también tienen una industria teatral muy potente que introduce otros elementos para que se desarrolle el teatro. Pero la parte educativa es clave para ellos.

Sí, estoy convencida que los colegios están abandonados por la profesión. Y que si los cuidásemos ganaríamos en todo. Incluido en dinero.

AH – Valladolid no es una plaza teatral tan importante como Barcelona, Madrid, Sevilla o Valencia. A parte del colegio ¿qué otras cosas había para fomentar su afición?

LM – Cuando yo era pequeña había muy pocas cosas. Sin embargo, ahora ha crecido mucho. Ha ampliado el número de teatros. Incluso, teatros como el Teatro Calderón de Valladolid tiene un proyecto para jóvenes que se llama La Nave que mola mucho.

Recuerdo haber crecido viendo a Teloncillo, que ahora son amigos, y de adolescente ir a ver a La vida es sueño o Pasión de la mítica compañía Teatro Corsario. Las compañías de Valladolid se lo han tenido que currar mucho. Y aunque en los últimos años se ha hecho mucho por multiplicar la oferta, las compañías de esta comunidad autónoma están muy abandonadas por la Administración, al menos en términos de ayudas económicas.

AH – ¿Qué impacto puede haber tenido la creación de la Escuela Superior de Arte Dramático de Castilla y León (ESADCYL) en Valladolid?

LM – No lo sé. No lo puedo valorar porque no conozco la escuela muy bien. Sé que el hecho de que haya una escuela ha incrementado el número de personas que quieren hacer teatro y que teatros como el Teatro Calderón o el LAVA (Laboratorio de las Artes de Valladolid) fomenten la formación con talleres de fin de semana con las compañías que van a trabajar en sus instalaciones.

AH – ¿Qué le hizo volver a España?

LM – No volví porque quisiera. Volví porque no me quedó otra. Me fui a Nueva York con una beca Fulbright. Una de las condiciones de la beca es que cuando acabes tus estudios vuelvas a tu país de origen por al menos dos años para aplicar los conocimientos aprendidos en Estados Unidos.

En el caso de Europa, vale que vuelvas a cualquier país europeo. Así que me fui a Francia, pero mi idea era volverme a Estados Unidos. Así que comencé los trámites para conseguir un visado como artista para irme a Norteamérica. Pero me enamoré, y como un hombre bueno es difícil de encontrar decidí quedarme. Mi caso es el típico caso de me quedé por amor.

AH – ¿Le costó mucho la vuelta?

LM – Muchísimo. Pasé dos años muy duros. Necesité la ayuda de mi familia y de mis amigos. Incluso, un amigo me dejó vivir en su casa sin cobrarme durante un montón de meses.

Acababa de llegar y me lo había fundido todo en mi formación. Los pocos ahorros que tenía me daban para comer y para pagarme el transporte público, pero no para sostenerme mientras buscaba trabajo.

Si buscas trabajo al tiempo que trabajas en algo que nada tiene que ver con tu profesión, en seguida acabas dejando la profesión. Así que me pasé dos años trabajando en trabajos no muy buenos y tratando de sacar la compañía a flote.

Fue fundamental Perdidos en Nunca Jamás. La monté nada más llegar. A nivel económico fue ruinosa, sin embargo funcionó muy bien a nivel de crítica y de público. Esto permitió que hiciera Nora, 1959 en La Zona Kubik y a partir de ese momento cambió todo.

Hice de todo. Como por ejemplo, traducciones. Incluso, trabajé en la sombra como gestora cultural para gente muy conocida. En este caso, no usaba mi nombre para que no se mezclara el trabajo artístico con el trabajo de gestión. Fueron dos años raros.

AH – ¿Qué aprendió estando en la sombra?

LM – Agradezco mucho el trabajo que hice en la sombra. Todo el trabajo de gestión ha permitido que la Cross Border Project esté ahora vivita y coleando. También aprendí que si quiero hacer algo, trabajar en algo, tengo que ver cómo sobrevivir de eso que quiero hacer. En pensar que un trabajo te va a dar un dinero y, luego, en qué vas a invertir dicho dinero.

Recuerdo que uno de estos trabajos en la sombra me permitió volver a Nueva York y hacer el curso para directores de escena del Lincoln Centre. Fue en este laboratorio donde se me ocurrió hacer Fiesta, fiesta, fiesta.

Tienes que poner en una balanza lo que quieres y lo que necesitas hacer para conseguirlo. Eso te enseña a relativizar.

AH – ¿Cómo se ve situada en el sector teatral español?

LM – En este sector todos somos muy currantes. Un año te puede ir muy bien y te dan el Ojo Crítico de Radio Nacional y te nominan al Max y al año siguiente puede que no aciertes tanto con lo que haces o con lo que decides y no te nominan a nada ni te dan ningún premio. Por eso, tienes que ser muy currante para mantenerte.

La verdad es que me siento muy cómoda en Madrid y, también, me siento parte del sector. Estoy muy feliz con la compañía. Es mi casa. Por otro lado, he hecho grandes amigos en la profesión. Así que creo que mi posición en el sector es el de una trabajadora del mismo que tiene que seguir trabajando.

Sí que es cierto que siento cierta responsabilidad con el aspecto educativo del teatro. No hay muchos profesionales que trabajen este aspecto en España como lo hacemos nosotros y por eso me siento más responsable. Quiero decir, responsable a la hora de apoyarlo, de dar mi opinión y de tratar de convencer a las personas con capacidad de decidir para que se le dedique más tiempo y más recursos, ya que me he dado cuenta que se escucha lo que digo al respecto. Lo que es muy satisfactorio

AH – Con todo lo que me ha contado ¿sigue siendo una chica de Valladolid?

LM – Justo ayer tuve una comida con mis amigos de la facultad y hablamos de cómo era yo cuando llegué a Madrid. De cómo me podía la provincia y de cómo había cambiado desde entonces.

Sin embargo, creo que sí, que hay momentos que sigo siendo una chica de Valladolid. Lo que sé ahora es que hay muchas maneras de ser una chica de Valladolid. Antes pensaba que solo había una y ahora creo que hay muchas. Yo he elegido la mía para seguir sintiéndome de allí, tener unas raíces que me hagan conectar con una ciudad pequeña.

Cuando me fui de casa a los 18 años, mi madre me dijo: “Hasta ahora has sido lo que tu padre y yo hemos decidido que seas. Has ido al colegido que hemos elegido para ti. Has comido en casa lo que nos ha parecido bueno que comieras. Has pasado las vacaciones donde hemos decidido. A partir de ahora, todas las decisiones son tuyas. Dentro de 10 o 15 años, cuando mires atrás no nos podrás culpar a nosotros. Mirarás atrás y verás lo que hayas construido, serás lo que tú quieras ser.”

Esas palabras me hicieron muy consciente de donde venía y la responsabilidad que adquiría. En ese sentido, soy una chica de Valladolid a mi manera.

AH – ¿Qué significa “a mi manera”?

LM – Después de todos estos años no puedo ser solo una chica de Valladolid. Hay ratos que lo soy, pero hay otros momentos en que me sale la neoyorkina o la latina que llevo dentro. Soy una mezcla de muchos viajes y muchas ciudades en las que he vivido.

Claro que soy de Valladolid pero ahora hay dentro de mi mucho más con todo lo que he aprendido desde que dejé la ciudad a los 18 años. No tengo porque renunciar a ser de Valladolid para incorporar todo lo que ha venido después.

AH – ¿Hay algo de lo que no se le pregunta en las entrevistas de lo que quisiera hablar?

LM – Creo que hablo de todo lo que me interesa. No caigo en algo que me interese de lo que no haya hablado. Muchas de mis historias están basadas en experiencias personales. Por ejemplo, en ¿Qué hacemos con la abuela? hablo de mi abuela. En Nora, 1959 hablo de mi otra abuela. Ocurre con todas mis historias, por lo que siento que no dejo de hablar de todo lo que me interesa. Jo, ¡qué suerte tengo!

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