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Eres mía

 

Qué va. La falda no era demasiado corta. Sus piernas sí eran bonitas, demasiado para compartirlas con el mundo, según él.

Tenía entonces diecinueve años, nuevos, en un cuerpo de estreno. De regalo. Porque así debía ser el amor, sin dudas ni miedo. Tampoco.

La alegría vivía en sus manos. Todo, era él.

Los ojos de él. El abrazo donde disipar el miedo a lo nuevo. El amor, lo que debía ser. Y el calor de relevo, recién abandonada la casa y la madre.

Un novio, el primero. Y los besos de los primeros días, siempre dulces. Y dulzura también en las mejillas, los brazos y el vientre. Sin miedo ni dudas. Amor. Como debía ser.

De la cintura la llevaba por la calle, suave cintura, suave abrazo. Los primeros días. Los primeros años. Y el pelo largo. Y la cintura suave. Y los pasos, suyos. Y la sombra en propiedad. Y el pelo largo.

Pelo largo, sí, y no se te ocurra cortarlo, ni cambiarlo, ni ser, ni estar.

Ni más allá, ni más acá. Solo conmigo.

Que te llevo por la cintura. Que eres mía, y mi brazo es el precinto. Que el aire del que tú dependes, son cadenas. Es así como te quiero. El amor así debe ser.

Niña. Tan niña como eras. Tú qué sabes. Tú qué sientes. Si no eres nadie. Si no eres nada. Solo mía.

Esto es el amor.

Y esa falda, demasiado corta. Y esos ojos que te miran, porque tú tienes la culpa. Por ser bonita, ridícula y bonita, y tan niña como eres. Y no llores.

Pero no es amor el desvalimiento, ni frío, ni dolor en las mejillas, los brazos y el vientre.

Ni el cadáver de la alegría, ni los días deshechos a golpes, a gritos.

Qué va. La falda no era demasiado corta. Es el dolor, demasiado larga. Y la muerte en un instante. Y la eternidad perpleja.

Todo lo que no debe ser el amor.

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