“Nunca está una establecida en la profesión de actriz”
Pilar Massa es una actriz de 55 años que empezó en el teatro en la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) de la mano de Adolfo Marsillach. Desde entonces no ha parado y ha trabajado, por ejemplo, con Els Comediants, ha realizado talleres, participado en películas y series televisivas, una de las últimas la popular y longeva “El secreto de Puente Viejo” en Antena3 y la exitosa “Ministerio del tiempo”. En la actualidad es noticia porque acaba de estrenar en el Teatro Cofidis Alcazar “El notario” una divertida tragicomedia protagonizada por una quiosquera de pueblo.
Antonio Hernández (AH) – ¿Qué es “El notario”?
Pilar Massa (PM) – Es un monólogo coral. Es una sola voz que a través de la que hablan muchas personas que forman parte de una sociedad en la que hay que cumplir una estricta moralidad, sí o sí. Mi trabajo consiste en hacer llegar esas voces a través de una sola. La voz de Doña Erasmia la quiosquera que vive en un pueblecito de Grecia.
Es un monólogo muy mediterráneo, muy cercano a nosotros. Una historia llena de sorpresas, de costumbres, de ocultamientos con una traca que explota al final dejando un fuerte sabor a calabacines concinados.
Estoy teniendo mucho cuidado con lo que digo porque no quiero desvelar nada, para que vengáis a verlo, claro [dice riendo y contagiando la risa, algo que sucederá varias veces a lo largo de la entrevista.]
Es un texto sorprendente. De ese tipo de textos que no es fácil de encontrar. Como un puzle pequeñito que vas montando pieza a pieza hasta que al final lo tienes completo.
El texto procede de la novela homónima de Nikos Vasiliadis que Enmanuela Alexiou y Yorgos Karamijos adaptaron para Iro Mane, una actriz griega más o menos de mi edad.
AH – ¿Cómo llegó a este monólogo?
PM – Tomando un café. Todas las cosas buenas me suceden tomando un café.
Tengo una amiga griega, que fue mi alumna. Hablando con ella le dije que tenía ganas de hacer algo potente con personajes de mi edad y no lo que se ve en la actualidad. La cartelera está llena de historias de treintañeros hablando de si se casan, si dejan al novio o se quitan al novio. Aunque por supuesto, hay también obras excelentes dentro de la programación
Entonces ella me dijo que iba a ir al teatro a ver una obra protagonizada por una mujer. Después de verla me habló de la función. Me contó la historia. Lo único que teníamos era que ver si una palabra del texto con doble sentido también lo tenía en castellano. Resultó que lo tenía. Así que el quid del monólogo estaba salvado.
Lo único que le pregunté era si el argumento se centraba mucho en Grecia. Me dijo que sí, pero que era un texto cercano, atemporal, popular y que todo el mundo lo comprendería. Eso ocurre porque habla de seguir la moralidad de la sociedad antes que de que seguir tus propios sentimientos.
AH – ¿Qué hay de Erasmia en Pilar Massa y de Pilar Massa en Erasmia?
PM – Las dos tenemos los calores y la amargura de la menopausia. Los cambios de humor que la acompañan junto con los celos de la gente joven, de las cosas que ya no podemos tener.
Sin embargo, no tengo muchas cosas en común con ella, afortunadamente. Para mí ha sido un reto interpretarla. Ella es una mujer que se quedó viuda muy joven, con 22 años, y desde entonces no ha tenido ningún tipo de relación sentimental porque la consideran una persona “usada” y, por tanto, la última en el listado de las preferencias de los mozos [usa las palabras que dice Erasmia, el personaje que protagoniza la obra.] Tiene que cumplir con la norma de obrar con rectitud, no darle nada a los hombres, que lo que quieren es algo rápido y efímero.
Sin embargo, nos parecemos en que ella y yo somos muy luchadoras. Ella saca adelante a su hija y el quiosco que les dejó su marido. Yo saco adelante esta vida que es la que tengo y es la que quiero.
AH – ¿Cómo es la vida lleva Pilar Massa?
PM – Una vida de altos y bajos que supongo que es la vida de todos los artistas. De ilusiones y desilusiones. De respeto y amor al teatro.
Debuté en el teatro con 20 años con Adolfo Marsillach. Para mí fue maravilloso. Era la hija de un sastre. Procedía de una familia muy humilde. Sin ningún tipo de enchufe. Trabajaba cuidando niños mientras iba a la escuela de arte dramático.
En 1985 me presenté a unas pruebas para la que sería la CNTC junto con otras muchísimas personas y Adolfo me seleccionó. Desde entonces mantengo el amor al teatro con mayúsculas, con mayúsculas.
A veces doy clases de interpretación en las que me encuentro con gente joven que cantan y bailan muy bien y que hacen cosas increíbles. Sin embargo, también me encuentro con algunas personas que solo quiere ser famosas, algo que no sé realmente lo qué significa.
Es que yo amo el teatro. Amo las historias. Y hago muchas cosas. Unas me salen bien y otras me salen mal. Como los pintores que pintan muchos cuadros y unos le salen mejor que otros.
También me gusta el riesgo. Por ejemplo, en “Contraacciones” hice de jefa de recursos humanos, la obra tuvo mucho éxito, así que tras este éxito decidí hacer algo que no tuviese nada que ver. Ahora estoy haciendo Erasmia en “El notario”, una mujer que comienza la obra comiéndose una tortilla vestida con una bata, con zapatillas de esparto y mi moñito. En mis proyectos más personales, siempre busco personajes que me supongan un reto.
Por lo demás llevo una vida muy tranquila. Me he separado cuarenta mil veces así que he decidido que me voy a estar quieta. Mientras tanto, leo mucho, busco funciones bonitas y hago la televisión que me sale.
AH- ¿Cómo de importante ha sido la parte personal en su carrera profesional?
PM – Los actores trabajamos con nuestras emociones y nuestros sentimientos. El amor es la gran emoción. He vivido épocas en las que estaba trabajando y yo estaba mal sentimentalmente. Yo pongo el alma en cada cosa que hago y, en estos casos, el alma se te descoloca y te afecta negativamente. También he tenido épocas de tanto amor y tanto respeto que ha sido maravilloso.
El amor cambia mucho con la edad. El amor con 18 años no tiene nada que ver con como lo vives a los 30, a los 40 o a los 55. A esta edad, todo se ve con distancia y de otra manera. Ahora noto que tengo un poso de la vida.
AH – Cuando aparecen los sinsabores de la profesión, las desilusiones ¿qué es lo que la hace seguir?
PM – Lo tengo muy claro. Como diría Fernando Fernán Gómez, me hace seguir que necesito pagar las facturas. Soy una mujer sola que tiene que pagar el alquiler, la luz, el teléfono y actuar es lo único que sé hacer.
Aunque cuando encuentro un texto y un personaje como el de “El notario” la chispa por la profesión se enciende. Entonces me preparo el personaje, me voy a los pueblos para ver como son la mujeres y pienso como hacerlo.
He vivido épocas en que tenía encima de la mesa cuatro guiones, rechazaba ofertas, ganaba dinero y tenía muy buenas críticas, la crítica siempre me ha tratado muy bien.
Pero como dice mi amigo Javier Gutiérrez nunca tienes que creerte nada demasiado ni lo bueno, ni lo malo. Así es. Después de hacer “Contraacciones” con la que llegué a estar en el Teatro María Guerrero del Centro Dramático Nacional y tuvimos mucho éxito de público y de crítica, he tenido un parón muy largo. En el que no salía nada.
Me llamaba mi representante para hacer castings. Los hacía y luego me informaba que se lo habían dado a una actriz de treinta y tantos. Yo ya no tengo treinta y tantos, sino cincuenta y tantos.
Estamos en una sociedad en el que las mujeres de mi edad no pintamos nada. Si me tocase la lotería me compraría un montón de libros y me iría a vivir a una isla.
AH – Cuando se está ilusionado con lo que se hace ¿qué se siente?
PM – Nunca olvidaré cuando me llamaron para incorporarme a la CNTC. Salté, grité, llamé a mi madre. Fui la mujer más feliz del mundo y eso que vivía en una buhardilla en Lavapiés.
Ese trabajo significaba tener un sueldo, trabajar con Adolfo Marsillach, viajar por el mundo. Entonces hacíamos maletas para seis meses de gira porque en todo ese tiempo no íbamos a pasar por Madrid ni un instante. Ahora, cuando me llama mi representante para hacer un papel en una serie, madrugo, lo estudio y lo hago, pero es otro rollo.
AH – ¿Qué diferencia hay entre empezar y estar establecida en la profesión?
PM – Nunca se está establecida en esta profesión algo a lo que no acabo de acostumbrarme. La gente dice que se acostumbra, pero no, no te acostumbras. Es muy duro. Los artistas somos muy inestables y vulnerables. Aunque es cierto que al final lo entiendes.
Ahora, las veces que estoy triste, descolocada porque no tengo trabajo, he hecho una prueba mal o me han dicho no sé qué lo encajo todo de distinta manera a cuando estás empezando.
Por eso, cuando me preguntan que qué consejo daría a los jóvenes siempre les digo lo mismo: que no sucumban a la envidia. Si no se consigue un papel es que no era para ti. Lo importante es el trabajo y creer en uno mismo.
Cuando estás empezando tú te crees maravilloso, todo lo demás te parece una mierda, piensas que vas a triunfar. Con el tiempo, todo lo vas poniendo en su sitio. Se aprende a respetar a los compañeros porque sabes lo difícil que es subirse a un escenario para decir simplemente el té está servido.
AH – ¿Cuánto tiempo estuvo en la CNTC?
PM – Mucho. Pertenezco a l elenco de actores que la fundamos. Estuve en el primer “El médico de su honra” de Calderón de la Barca con José Luis Pellicena que en aquel momento era más joven que yo ahora. Trabajé en “Los locos de Valencia” con María Luisa Merlo, a la que acabo de dirigir en “Conversaciones con mamá” que se podrá ver en el Teatro Amaya . Estuve los primeros años y luego salí para volver.
AH – ¿Qué pasa cuando uno deja la estabilidad y la proyección que le ofrecía CNTC?
PM – Bien, me fue bien. Me llovían las ofertas. Me llamó Eusebio Lázaro para hacer “Otelo” y “La comedia de los errores”. Me llamó Antonio Guirau para trabajar en el Teatro Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa. Había días que hacía 3 funciones. Una a las 10 de la mañana y otra a las 12, dentro de las campañas escolares, y luego la de por la tarde. Trabajé con Queta Claver, Héctor Colomé y con tanta gente maravillosa. Hice “Chicas de hoy en día” cuando comenzaban las series o sitcoms.
AH – ¿Cuándo le ha llegado el parón del que hemos hablado?
PM – Ahora. Bueno, hace cinco años. Cuando cumplí los 50. Trabajé muchísimo hasta entonces. He podido producir con mi dinero pero al llegar los cincuenta desapareces, es como que no existes.
AH – ¿Le pasa lo mismo al resto de sus compañeras de profesión?
PM – A la mayoría. Pero como somos muchas y una generación de actrices estupendas muy bien formadas, algunas si que trabajan mucho.
No me refiero a que no haya trabajo. Por ejemplo, yo estoy haciendo “El notario”. Sino que siendo la ficción un reflejo de la sociedad resulta que en la ficción no hay mujeres de nuestra edad. Eso no ocurre fuera. Por ejemplo, si ves la serie “The good wife” en Netflix dices “¡Qué buena!” Eso lo dices porque te crees los personajes y te los crees porque las actrices tienen la edad de los personajes que interpretan.
Imagínate el personaje de una jueza que tiene un hijo, que se ha separado no se cuantas veces y que está de vuelta de todo y ponen a una actriz de 25 años a hacerlo y te preguntas ¿cuándo? ¿Cuándo ha tenido tiempo a vivir todo eso? En “The good wife” las actrices son maduras, sesentonas, tienen la edad del personaje.
En una revista de cine leí una cosa que me hizo mucha gracia. Decía que en España no debe haber mujeres mayores de 50 por la calle porque en las series no las hay. Ves una serie policiaca y ves a una actriz joven de 14 años que hace de policía, sabe disparar, lleva no se cuantos años en el cuerpo. O hace de médico en una serie de hospital. No te las crees porque ¿cuándo han tenido tiempo para desarrollar esas carreras?
AH – ¿Por qué cree que pasa eso?
PM – No tengo ni idea. Habría que preguntar a los directores de casting y a los guionistas.
Sin embargo, no pasa con los actores. Profesionales estupendos de mi edad que son calvos, tienen barriga, arrugas, y a los que te crees haciendo de médico, de juez, de pescadero, porque tienen la edad de sus personajes.
En el caso de las actrices pasan cosas como que para hacer de una madre de familia con hijos de 25 años están poniendo actrices de 30. Hecho en falta a compañeras que eran muy buenas a las que ahora no se ve, ni se sabe lo que están haciendo.
Somos contadores de historias. Trabajamos en la ficción y la ficción debe reflejar la sociedad. En nuestra sociedad hay muchos tipos de mujeres jóvenes, adultas, maduras, una diversidad femenina que no se ve en la ficción española actual.
AH – ¿Qué haría para cambiar eso?
PM – Concienciar a los guionistas. Sacarlos a la calle. Yo voy en autobús a mi casa y escucho unas historias maravillosas. Deberían mirar a su alrededor. No copiar otras series sino reflejar la vida real.
Las mujeres de mi edad tenemos mucho que contar, nos pasan muchas cosas. A mí me pasan muchas más cosas ahora que cuando tenía 25 años.
AH – ¿Por qué le ocurren más cosas ahora que cuando tenía 25 años?
PM – Porque estoy rodeada de muchas más cosas. Por ejemplo, entonces no se había muerto mi padre. Ahora tengo un montón de conflictos internos. Tengo amigos que tienen cáncer. He vivido el amor de muchas formas.
Lo anterior me produce un revoltijo de sentimientos que no tenía cuando tenía 21 años. En aquella época tenía las ganas de triunfar y el de enamorarme, nada más. Ahora tengo muchos más deseos y sentimientos en mi vida. Por ejemplo, la amistad tiene ahora un lugar más potente que entonces. Los amigos que te han ido quedando a lo largo del tiempo te van dejando un poso.
Mis alumnas me producen mucha ternura y, como ya he dicho, están muy bien formadas. Sin embargo, no pueden contar “Doña Rosita la soltera” o “La casa de Bernarda Alba”. Por ejemplo, yo podría haber dicho Erasmia [la protagonista de “El notario”] con veintitantos pero no habría podido sentirla. Ahora puedo sentirla y tiro de esos sentimientos para interpretarla.
AH – ¿Por qué tiene que hacer otras cosas que no sean hacer teatro cómo actriz? ¿Por qué tiene que dirigir, dar clases, hacer series?
PM – Soy una mujer inquieta y trabajadora. Todo forma parte de lo mismo. Con los años vas aprendiendo y hay cosas que te apetece probar a ver como te salen.
La dirección siempre me ha gustado mucho. Cuando encuentro textos que son un proyecto propio, que me dan vueltas en el corazón y en la cabeza, tardo uno o dos años en ponerlos en marcha, asumo lo que cuesta pero me doy el gusto de elaborarlos a mi manera .
Cuando son mis proyectos, como dice Flotats, prefiero arriesgarme y equivocarme yo. No quiero convencer a otro para que haga una cosa como yo la he pensado, aunque me equivoque.
AH – ¿Todos sus proyectos personales son proyectos pequeños?
PM – También he hecho proyectos personales grandes como por ejemplo “Esa cara” de Polly Stenham. He sido la primera en estrenarla en España. Compré los derechos cuando se estrenó en Londres, entonces la autora tenía 19 años. Hicimos un gran montaje, con una gran cama en medio del escenario.
Lo que quiero decir es que si se me mete en la cabeza hacer algo pequeño, me cuesta tratar de convencer a otra persona para que haga las cosas como yo las veo. Por ejemplo, el hacer un montaje como “El notario”.
Por otro lado, siento que tengo ese olfato necesario para contar la historia de una determinada manera. Todos los que nos dedicamos a esto somos artistas, en definitiva.
AH – ¿Qué retos le quedan por delante?
PM – Mi reto es la supervivencia y llegar a la jubilación haciendo esto. Llevo 35 años subida a un escenario. Soy una actriz que nunca ha puesto copas, no me ha dado tiempo, aunque si hay que ponerlas las pongo.
AH – ¿Hacer un musical?
PM – No, uno tiene que ser consciente de sus limitaciones. Lo que podría hacer sería dirigirlo.
AH – ¿Usted dirigió una ópera en el Teatro Real?
PM – Sí. Creo que todavía reciben e-mails pidiendo que la repongan.
AH – ¿Es fácil estar en el teatro comercial?
PM – Estoy con mi productora. Pagaré a los técnicos a final de mes bien con lo que se saque en taquilla, bien de mi bolsillo. No tengo ninguna subvención y la estoy sacando adelante con mi esfuerzo y mi trabajo.
Y estoy en un teatro comercial porque me pasee por los diferentes teatros públicos, pero llegaba tarde. Cuando llegaba me decían que ya estaba todo programado.
Así que llame a la puerta de Grupo S Media y me dijeron que sí. Me están tratando muy bien. Ellos ponen el teatro y los servicios del teatro y yo pongo con mi compañía todo lo demás. Estoy trabajando a porcentaje de taquilla.
AH – ¿Qué aprende cuando forma a actores y actrices jóvenes?
PM – Me enseñan muchísimas cosas. Que tengo que estar preparada. Que hay que reciclarse todo el tiempo. Hay muchísima gente joven que tienen el chip de tener que estar formándose continuamente.
A veces me enfado con ellos porque no se han leído toda la obra o porque no conocen, por ejemplo, a José Bódalo. Pero me enseñan muchísimas cosas.
AH – ¿Por qué cree que estando tan interesados en el teatro desconocen la historia del mismo?
PM – Hay jóvenes de 20 o 22 años que leen, que se lo ven todo, que aman el teatro. Los que no conocen la historia del teatro son los que te preguntan que cuántos famosos han salido de un curso o de una escuela. Son personas que piensan que se puede ganar un dinero fácil y que en la vida se han leído una función.
Puede que desde el amor y el respeto que le tengo al teatro esté siendo injusta. Si les digo que trabajé con Adolfo Marsillach preguntan que quién era o se ponen a buscarlo en el móvil. Pero es que cuando yo empecé sabía quién era María Guerrero y otras actrices mayores que yo. El otro día le recordaba a María José Alfonso que la había visto en “Qué absurda la gente absurda” o en “Materia reservada”. Era una niña cuando iba con mis abuelos al teatro y todavía me acuerdo de las obras que me llevaban a ver.
AH – Ha hecho muchas cosas pero ¿ha escrito obras de teatro?
PM – No, no he escrito nada. No creo que supiera hacerlo bien, así que se lo dejo a los maestros. La escritura me da mucho respeto. Creo que es la base para que luego puedas interpretar o dirigir un personaje.
Aunque no sé escribir, tengo olfato para encontrar un buen texto y para dirigirlos. Yo prefiero el rol de los directores y los actores porque somos los comunicadores de ese texto.
AH – ¿Qué le aportan los actores a los textos?
PM – Les dan vida. Yo trato de aportarle verdad. No una verdad stalisnaskiana, sino humanidad independientemente de que un personaje sea una buena o mala persona.
AH – ¿Por qué cree que hay que aportarle eso a un personaje?
PM – Porque si como espectador pagas 32 euros y no te lo crees, lo que quieres es que te devuelvan el dinero. Yo actúo cada tarde en exclusiva para cada espectador me pase lo que me pase.
AH – ¿Cómo se lidia en escena con las interrupciones azarosas que se puedan producir?
PM – Concentrándose mucho. Creyéndote el personaje a tope por encima de todo. Tirando para adelante. No hay otra. Una vez que arrancas no puedes estar entrando y saliendo del personaje.
El público piensa que no nos enteramos de nada, pero cuando estás en escena estás a cien. Tenemos como unas antenas con lo que nos damos cuenta de todo lo que pasa fuera del escenario. El otro día me contaba María José Alfonso que le dijo a una señora que ella la había oído rascarse, sacar un caramelo, lo que ha dicho por lo bajo, todo, todo, todo. A la vez, esa situación de alerta te permite tener un control del personaje tremendo para poder seguir.
AH – ¿Qué le gusta que se lleve el espectador cuando van a verla al teatro?
PM – Me encanta que me digan que la obra se les ha hecho corta porque eso significa que se ha quedado con ganas de más.
AH – ¿Y de “El notario”?
PM – Me gustaría que lo que yo transmita el otro lo reciba, que se produzca esa comunión. Ese es el reto que tengo ahora.
AH – Cuando voy al teatro tengo la impresión de que los actores siempre me están haciendo regalos ¿cómo se empaquetan eso regalos?
PM – Se empaquetan de vanidad. Soy una mujer muy vanidosa, egocéntrica. A lo que acabas de decir le doy la vuelta y pienso que soy “la regaladora”. Después de haber estado en el escenario lo único que nos queda es la vanidad de haber podido haceros esos regalos.
AH – ¿Cree que el teatro va a desaparecer?
PM – No. Nunca. Es el enfermo que nunca muere. Creo que el teatro se está poniendo de moda frente a las redes sociales, que yo llamo twinki por resumir todas las que hay en una sola palabra.
Me decía Adolfo Marsillach que cuando no había ni pantallas, ni televisión, ni fútbol, se discutían los estrenos de teatro como se discuten hoy los partidos de fútbol. Me gustaría que Madrid se llenase de teatros y de una programación buena y diversa que se discutiese de esa manera.
Estoy convencida de que el teatro se va a poner superdemoda, más allá de los monólogos de humor, como lo es ahora Instagram. Y los actores vamos a ganar en respeto y en cariño. Vamos a estar de moda.