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Por cómo me trata

Hace un tiempo hablaba con unas amigas sobre qué es lo que les había enamorado de sus parejas. No sabéis la cantidad de búsquedas que hay en Google sobre “cómo enamorar a una chica”. Unas hablaron de su mirada, una bonita sonrisa, mucho carisma o un gran sentido del humor. Como veis, nada de pócimas mágicas a la luz de la luna. Y hubo una de ellas, que se quedó pensando y respondió “por cómo me trata”. Qué respuesta tan fantástica, pensé. Y a pesar de que todos podrían sentirse alagados por las respuestas que habían dado sus parejas, creo que a mí me hubiera gustado que me tocara esa. Por cómo me trata. Dice tanto de ellos, que irradia felicidad. Por eso me decidí a escribir algo así, porque muchas veces nos obcecamos en ponernos guapos por fuera, y nos olvidamos que es la forma de tratar a una persona lo que puede hacer que no se te quite de la cabeza.

Y por eso, te pido que la cuides. No sólo en los días radiantes, sino que la cuides en sus días más tristes. Si piensas que en una relación todo será de color de rosa mejor comprarse un gato. Así que encárgate de hacerla reír aunque se resista a mostrar una sonrisa. Y también deja que llore. De vez en cuando lo único que necesitamos es tener un hombro en el que llorar y un sincero “todo irá bien”. Y cuando vea tu camiseta pintada de lágrimas, rímel y más lágrimas, y te mire con cara de disgusto, tú simplemente señala a la lavadora con gesto despreocupado. Porque ese tipo de detalles, por insignificantes que parezcan, son los que marcarán la diferencia.

Así que ten detalles, a montones. Cambia tus planes y aparece en su casa cargado de películas y palomitas un día el día que no pueda salir y menos se lo espere. Vaya tontería, ¿no? Pues mírala bien, esas sonrisas no se regalan, son edición limitada, y tú has conseguido la tuya. Disfruta del momento. Cómetela a besos, que no quede un milímetro de su piel sin recorrer. Demuéstrale que tu amor no depende de su talla de pantalón ni de sujetador, no depende de su color de pelo, la capa de maquillaje, o su nuevo corte de pelo. Pero recuerda, si se lo ha cortado, dile lo bien que le sienta.

Enséñale tu forma de ver el mundo, el mundo, y comparte mil experiencias con ella. Aprende de todas y cada una, apúntate las inolvidables. Acompáñala, a cualquier parte, a donde ella lo necesite aunque el camino no sea corto ni fácil. Acompáñala y dale de la mano, para recordarle que estás de su lado y no ha de tener miedo. Apóyala en sus buenas decisiones, y también en las malas, pero intenta primero que no las tome. Paciencia, ten mucha paciencia.

Explícale por qué no estás de acuerdo, por qué prefieres no hacerlo, por qué has cambiado de opinión. Pero siempre explícaselo, puede que tú mismo lo entiendas, pero somos más complicados de lo que creemos y desde fuera las cosas se ven diferentes. Por eso argumenta todas tus decisiones: cuando el problema no se entiende no se puede resolver.

Calla, cuando sepas que no es el momento, cuando sientas que te puede el orgullo, que puedes arrepentirte. Calla, y tu silencio será tu mejor arma. Pide perdón cuando hayas herido sus sentimientos. No te preocupes, todos cometemos errores, pero pide perdón, porque no hay mejor forma de sanar una herida. No cuesta nada y escucharlo sienta muy bien. Perdona, acepta sus disculpas sólo cuando estés preparado, tómate el tiempo que necesites, pero inténtalo con todas tus fuerzas, porque los rencores se acumulan en el pecho y arrugan el alma. Perdona siempre que puedas, pero perdona bien.

Nunca pienses que con esto es suficiente, da y recibirás mucho a cambio. Pero hazlo porque quieres, no porque te lo pida, porque entonces todo el valor que pueda tener, simplemente, se desvanece. Sé original, sorpréndela, aleja la rutina, cread proyectos en común y luchad por lograrlos.

Confía en ella, trátale como tu pareja, pero también como tu amiga, tu confidente, tu amante. Dale guerra, la paz puede llegar a ser aburrida. Y sobre todo, quiérela, como si no hubiera un mañana, como si no hubiera otra persona en el mundo. Quiérela loca e incondicionalmente. De los pies a la cabeza. Recuérdaselo, todas las veces que lo necesite, y las que no también. Dale seguridad, las inseguridades son la puerta a las malas decisiones, y esas las queremos bajo llave. Trátala bien, no como a una princesa, sino como a la mujer maravillosa que es. Porque ella ha decidido darte lo más preciado que tendrá nunca en su vida: su tiempo. Y eso, no tiene precio. Así, cuando le pregunten qué es lo que le enamoró de ti, dirá un rotundo y extraordinario “por cómo me trata”.

Reparando alas rotas 

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