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La mejor versión de nosotras mismas

Hacer, hacer, hacer…

Tengo la impresión de que cada vez más mujeres están a punto de tener un ataque de nervios, como aquellas de Almodóvar. Y esto es así desde siempre.

Me voy a la literatura y lo encuentro desde la “época de las cavernas” en los libros de Jean Marie Auel donde las mujeres ya estaban a tope con la crianza, la búsqueda de alimentos, la atención a la comunidad y protegerse para sobrevivir. Viajar a esa época de la mano de esta autora es fantástico, si no has leído nada no te pierdas El Clan del oso cavernario.

Sigo buceando en los libros y me voy a los tiempos en los que Las chicas de campo de Edna O´Brien estaban muy ocupadas siendo granjeras, aspirantes para monja o muy estresadas con encontrar un marido. Una de estas tres posibilidades tenía la mujer por los años 50. Tampoco hace tanto de aquello.

En el mundo rural las mujeres siempre han sido multitasking, como vemos en la novela de una de mis escritoras favoritas, Carol Joyce Oates, en Qué fue de los Mulvaney, o en Los santos inocentes de Miguel Delibes, en Francesca en Los puentes de Madison de Robert James Waller o la misma Isak Dinesen en sus Memorias de África. Ya ves que da igual el continente, en el campo, la mujer siempre ha estado muy ocupada.

Lo que compartimos nosotras con las mujeres de otras épocas es ese asumir y asumir tareas que ahora llamamos “ponernos objetivos”.

Ahora estamos en septiembre, un inicio de etapa y viene con una lista interminable de tareas y rutinas que queremos imponernos para ser una mejor versión de nosotras mismas.

Todo está lleno de mensajes de lo que nos convendría hacer: desde una dieta, a yoga antes de irnos a trabajar, tomar una copa con las amigas una vez a la semana, hacernos un exfoliante corporal una vez al mes, leer al menos un libro al mes, comer más saludable, lo que implica comprar en otro tipo de mercados, hablar con la familia del pueblo con más frecuencia, hacernos las uñas permanentes durante todo el año para que luzcan perfectas, hacer al menos tres escapadas al año, nadar, este año sí, me conviene por la espalda….y dar las gracias a Dios, al Universo, a las personas a todo, cada día antes de dormir, en un diario de Gratitud. Amén.

Hacer, hacer, hacer…

A veces me pregunto a dónde queremos llegar y si con tantas exigencias autoimpuestas no convendría mejor ser una mujer de campo, no tan sufridora como las de antes, pero que al menos, después de su trabajo, te quedara algo de tiempo para contemplar un rato el paisaje.

¿No nos estaremos cargando de demasiadas cosas para ser mejores y nos estaremos convirtiendo en una versión “agotada” de nosotras mismas?

¿Es el estar siempre atendiendo a cumplir los objetivos la mejor versión de nosotras mismas?

Haz tu lista de obligaciones y revísala por si acaso te falta página y piensa que en realidad en esa lista solo debería haber una cosa: ser feliz al final del día y respirar mientras miras por la ventana y, como Francesca, en Los puentes de Madison, alzar un brindis “por las noches antiguas y la música lejana”.

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