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Quiero ser tu amiga (pros y contras de estar sola)

Quiero ser tu amiga (pros y contras de estar sola) | Woman·s Soul

Hay personas de las que uno querría ser amigo por ósmosis de simpatía. Me pasó el domingo después de leer la entrevista con Élisabeth Badinter en El País. La mirada sagaz de la filósofa octogenaria, de la que debo confesar que no he leído obra alguna, pecado que corregiré sin duda- no admitía ni media rendición a la vida. Uno envejece un poco más el día que decide dejarse vencer y concentrarse en hablar de la salud, la comida y los chismes ajenos. El músculo sigue al cerebro, y seguro que la ciencia me contradice, pero observo que las personas más interesantes se mantienen jóvenes gracias a la curiosidad, la precisión de palabra, una dieta rica en amor y lecturas y baja en colesterol y en mezquindad, algunas dudas y discreto ejercicio físico. También sin encender demasiado la televisión.

Dicho esto, yo misma podría argumentar en mi contra, pero voy a centrarme en mi nueva amistad con Élisabet, que dijo cosas como “Hoy para muchas tener hijos es como crear una obra maestra” o “Todo el mundo se dice feminista, aunque solo en los debates de salón. Muchas veces es una palabra vacía de contenido al servicio de la comunicación”. Yo asentía una y otra vez, entusiasmada, y lamentaba no tener un interlocutor/a válido cerca para compartir en voz alta mis pensamientos (ah, la soledad, tan gozosa, es espesa y ácida como un yogur griego una tarde de domingo).

Élisabet Badinter

No me interesan nada las mujeres (ni los hombres) que articulan su discurso en torno a sus hijos, a su pareja o a su perrito faldero. Son candidatas al envejecimiento precoz, porque el día que se quedan si esos tópicos grasientos, se quedan en nada. Creo que sin proponérmelo selecciono compañías que obvian el guión resobado. Ayer compartí con mi amiga F. la horchata más deliciosa de la capital del reino mientras me describía su viaje a Japón y por qué le inquietaba quedarse en Madrid unas horas en las que podían estallar minas a su paso. F. tenía jet lag y la mirada en fuga, pero eso no le impidió centrarse, como siempre, en lo que de verdad importa. Luego me acompañó, sonámbula, a comprar una cama, y mientras yo me repantingaba en un colchón, y en otro, y un tercero, para elegir mi compañero fiel de la próxima década, ella se dejaba llevar por pensamientos incógnitos y un velo de tibia melancolía que sentí que no debía perturbar.

En un momento dado le confesé a F. cómo había experimentado la soledad más seca, esa que se parece un hueso muy roído, en algunos momentos de estas vacaciones. Ella asintió porque sabe muy bien de lo que hablo. Y no, no era tristeza, sino una de esas pocas certezas que se tienen al encontrar un pecio debajo del mar, a una profundidad casi abisal, cuando nos despojamos del ruido y de los lugares comunes. Cuando hacemos una limpieza a fondo de nuestra mente polvorienta. Cuando sentimos como un pellizco en el estómago que los hijos no son una obra maestra, sino un esqueje que se arranca en pocos años y te deja una cicatriz perenne. Y es bueno que así sea.

-¿Tienes amigos estos días sin niñas en la ciudad?
-No sé, alguno hay, no me preocupa… Quiero llevar al límite esa sensación huérfana que me obliga a experimentar el vacío sin ruidos y con horchata granizada.

Quasimodo
Si estuviera con Élisabet le hablaría de todo esto y de cómo me perturba el equipaje en el vestíbulo de casa. No lo quiero deshacer, por si tengo que salir corriendo. Le diría que últimamente sueño con una piscina en Londres que advierte en un cartel: “profundidad, 30 metros”. Que ya tengo mis billetes a París para que en Otoño Minichuki y mi postadolescente conozcan al fin la Torre Eiffel y el Notre Dame de Quasimodo, esa película con la que mi hija mayor se deshacía en lágrimas de pequeña y que creo que no fue capaz de ver hasta el final. Que nunca sentí que mis hijas fueran mías. Que dejaron de serlo justo el día del parto.

Y sí, querida Élisabet, tienes toda la razón en tu respuesta a esta pregunta del periodista:

-¿Que una mujer lleve el velo es necesariamente un ataque al modelo republicano?
-Para mí, una mujer puede vestirse como le apetezca, en el espacio privado y en el público. De hecho hay formas de vestir que me chocan más que el velo, como ver a una niña de 13 años con las nalgas al aire.

No puedo estar más de acuerdo, amiga. Voy a conseguir ya mismo alguno de tus libros. Gracias por la compañía.

 

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