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Rita Cosentino, una directora de escena que crea a partir de la música

“Si a alguien no le gusta lo que hago o lo que digo por el hecho de que soy mujer, no es mi problema”

Rita Cosentino es una bailarina de ballet que un día decidió hacerse directora de escena. Esa decisión la ha llevado a formar parte de los equipos artísticos de teatros tan importantes como el Teatro Colón de Buenos Aires o el Teatro Real de Madrid o a colaborar con el Festival Castell de Perelada, el Theater An der Wien de Viena, el Grand Théâtre de Aix en Provence o Teatro de la Zarzuela. En el Teatro Real es responsable del programa El Real Junior, el programa pedagógico que el Real ha presentado recientemente.

Antonio Hernández (AH) – ¿En qué momento profesional se encuentra ahora mismo?

 

Rita Cosentino (RC) – Me encuentro en un momento un poco extraño después del estreno en el Teatro Colón de Buenos Aires, de Un tranvía llamado deseo de André Previn, basado en la conocida obra de teatro de Tennessee Williams. Es una obra muy difícil, muy conocida.

 

Para mí ha sido una prueba de fuego por varios motivos. Estudié y trabajé en el Teatro Colón durante muchos años. Fue mi casa 16 años. Me enseñó todo lo que sé. El que me invitaran como directora de escena fue como volver a casa pero de otra manera.

 

Además, ha supuesto un antes y un después en muchos sentidos. Desde el punto de vista artístico me ha dejado colocada en otra posición, y ahora mismo estoy intentando ver cuál es. Desde luego, ha hecho que me replantease mis métodos de trabajo y mis caminos creativos. Esta experiencia me ha modificado y, por supuesto, me ha enriquecido muchísimo.

 

AH – Además de este reciente montaje ¿hay algo más que le haya influido tan intensamente en su carrera?

 

RC – El venirme a España y a Europa. Yo ya tenía una carrera en Argentina pero al venirme a España fue como volver a empezar. Aquí se me fueron dando muchas oportunidades de dirigir de todo: ópera de repertorio, ópera contemporánea, ópera para niños, zarzuela y danza. Aquí, también me atreví a hacer todo eso. Y al hacerlo he adquirido mucha confianza porque creo lo he hecho bien. Sobre todo, si se tienen en cuenta que los teatros en los que he estrenado me hayan vuelto a llamar para dirigir otros espectáculos.

 

Al venirme a Europa, también me di cuenta de que el teatro que me interesa es el teatro musical. La ópera y todo lo que tenga que ver con la música escénica.

 

AH – Aunque su teatro es el teatro musical, usted era bailarina ¿por qué dejó de bailar y se pasó a la dirección de escena?

 

RC – Bailé hasta los 25 años. La carrera de una bailarina es muy dura y muy corta. A los 20 años entré en contacto por primera vez en el Teatro Colón y me hice adicta a la ópera. Posteriormente, supe de la existencia de su Instituto Superior de Arte, un centro muy importante donde se puede aprender desde danza o canto a dirección de orquesta pasando por dirección de escena o caracterización. Todos los oficios que tienen que ver con la ópera y el ballet.

 

Este instituto me permitía aunar todo lo que yo estaba haciendo hasta ese momento. Por un lado la danza, puesto que bailaba, y, por otro, bellas artes y la dirección de escena que estaba estudiando en la universidad. Así que me inscribí para hacer el examen de acceso. Es un examen muy difícil porque solo hay plaza para 5 personas. Lo saqué y, a partir de entonces, me dedico a la ópera.

 

AH – ¿Cómo entró a trabajar en el Teatro de Colón?

 

RC – Tuve mucha suerte porque al segundo año de estar estudiando en el teatro Colón, me cogieron para ser ayudante de dirección de espectáculos que se iban a representar en la sala principal. Lo que hizo que con 23 años adquiriese mucha experiencia.

 

Posteriormente me quedé a trabajar mediante contratos hasta formar parte de la plantilla fija. Llegué a ser coordinadora del Centro de Experimentación del teatro. Un centro muy importante que ha permitido que el público bonaerense cambie.

 

Este centro, dedicado al ballet y a la ópera contemporáneos y a la nueva creación, fue fundado en 1990 por Sergio Renán, que era el director del Teatro Colón por aquella época. El coordinador del centro fue un pianista, Gerardo Gandini, compositor y pianista de Piazzolla, con el que trabajé 8 ó 9 años y del que aprendí mucho.

 

AH- ¿Qué la llevó a dejarlo y venirse a España?

 

RC –. Mucha gente me pregunta que qué me pasó, que si me vine por la crisis. No fue por eso. Gané una beca de la Fundación Carolina para hacer un curso de dramaturgia y dirección en Casa de América durante 4 meses.

 

Posteriormente gané una beca para hacer prácticas durante dos meses en el Teatro Real haciendo de ayudante de dirección de La flauta mágica de Mozart que montó La Fura dels Baus.

 

Cuando acabé me volví a Buenos Aires. Justo cuando me volví me llamaron para preguntarme si quería trabajar en el teatro. Fue una gran sorpresa y coincidió con que el Teatro Colón se iba a cerrar por un largo período de tiempo porque necesitaba una gran restauración y no se sabía cuándo volvería a abrirse.

 

AH – Parece que la suerte ha jugado un papel muy importante en su carrera.

 

RC – No sé si llamarlo suerte. El tema del azar y la suerte es un tema extraño. Creo que si uno trabaja mucho, se centra en lo que uno desea y está pendiente de lo que sucede alrededor acaba surgiendo algo.

 

Al ofrecimiento del Teatro Real podría haber dicho que no y haberme quedado en Buenos Aires. Tenía mi plaza. Era de plantilla. Pero decidí arriesgarme y venirme al otro lado del planeta a empezar de nuevo.

 

No fue fácil empezar de nuevo a la mitad de mi vida. Ya no era una adolescente y aquí era una desconocida. A pesar de la experiencia que tenía, tuve que empezar de cero.

 

Por eso tengo tanto que agradecer a este país. Un país abierto, lleno de gente que quiere ayudar, que sabe reconocer el esfuerzo y el trabajo. He tenido que trabajar muy duro para llegar hasta aquí, sin embargo no puedo quejarme de nada.

 

AH – ¿Hay diferencias entre cómo se trabaja en Europa y en Latinoamérica?

 

RC – Todos los teatros de ópera que conozco trabajan de forma muy parecida. Son como islas en las que se trabaja con metodologías similares para conseguir poner una ópera en escena.

 

Es el contexto el que condiciona esas islas. Por ejemplo, la coyuntura económica de los países o ciudades condicionan de una manera determinada la forma en la que se pueden montar las óperas. En Europa tienen un margen más amplio, más cintura. En Argentina se hacen cosas de la nada, se agudiza la creatividad. al no tener casi con qué montar una ópera. Tener mucho presupuesto no siempre te garantiza una puesta escena de calidad.

 

AH – ¿Encontró muchas dificultades para ser directora de escena?

 

RC – Si lo dices por ser mujer, sí. Hablando en términos generales, al principio no. Pero a medida que te vas metiendo es cada vez más difícil. Cuando tienes que decirle algo a un técnico, que habitualmente son hombres, te miran con ojos extraños.

 

Si te fijas en las temporadas de los teatros, somos muy pocas las mujeres que somos programadas y visibles, a pesar de que somos muchas las directoras de teatro.

 

Por tanto, la dirección de escena en la ópera es un mundo muy difícil para las mujeres. Creo que en el teatro no lo es tanto.

 

AH – ¿Cómo ha afrontado estas dificultades?

 

RC – Con entereza. Soy consciente de lo que tengo para ofrecer. Me siento muy segura. Si a alguien no le gusta lo que hago o lo que digo por el hecho de que soy mujer, no es mi problema.

 

AH – ¿Es difícil trabajar con cantantes consagrados? ¿Cómo les dice lo que quiere hacer como directora de escena?

 

RC – Diciéndoselo. Mi experiencia es que los cantantes suelen poner mucha confianza en las personas que les van a dirigir. Seguramente, a lo largo del proceso evaluarán si les mereció la pena toda la confianza que depositaron en el director, pero, en principio, confían.

 

Ellos ponen en escena cuerpo y alma, están expuestos. En esa situación, hay que cuidarlos. Uno de los objetivos que me pongo cuando tengo que montar algo es cuidar a los cantantes. Al fin y al cabo, son ellos los que van a tener que darlo todo encima del escenario, los que deben dar el espectáculo y llevar adelante la idea que yo les di.

 

AH – ¿Suele haber conflicto entre el director musical y el director de escena?

 

RC –Nunca he tenido grandes conflictos con los directores de orquesta porque creo que todo es negociable. Todo puede hablarse. Ellos me hacen peticiones como, por ejemplo, hacer salir antes al cantante porque necesita que le miren, o que no canten de espaldas. Suelen ser recomendaciones para que el cantante se encuentre cómodo para cantar y, por tanto, son bienvenidas.

 

AH – ¿Hay diferencias entre dirigir una ópera de repertorio y una ópera contemporánea?

 

RC – Cuando una opera es poco conocida porque es de nueva creación, no se ha representado nunca o se ha representado poco, me siento más libre. No hay una historicidad ni el público tiene un background de la de esa obra que interfiera en la dramaturgia y el concepto que yo quiera darle.

 

He dirigido óperas que eran estrenos mundiales. Por ejemplo, Un tranvía llamado deseo jamás se había hecho en Latinoamérica, a pesar de que se había visto varias veces en EEUU y alguna vez en Europa. Por lo tanto, el público no tenía un antecedente sobre la obra

 

AH – Y ¿hay diferencia entre dirigir obras para niños y para adultos?

 

RC – Sí, la hay. El público infantil es muy exigente y no se le puede tratar como si fuera tonto. Aunque haya temas complejos o abstractos que no se puedan tratar en estos espectáculos, no son tontos. Es un equilibrio difícil de conseguir.

 

La imaginación de los niños no tiene límites. Todo es animado para ellos, lo que permite poner más cosas en escena que en las que se ponen para adultos. En general, en el teatro infantil y juvenil hay códigos diferentes y mucha libertad.

 

AH – Antes ha contado que se ha dado cuenta que lo suyo es el teatro musical ¿Cómo se da uno cuenta de eso?

 

RC – Para mí la música es texto. Me resulta muy fácil entrar en el mundo de la música. Escuchándola puedo imaginar el espacio en el que va a suceder y las acciones que tienen que hacer los cantantes. Me construyo inmediatamente el mundo que voy a crear.

 

Sin embargo, el texto, la palabra sola, me es más árida. Me cuesta un poco más. Cuando leo un texto para escenificarlo siento que me faltaba algo si no hay un discurso musical. Con la palabra siento cierta soledad. Aunque he dirigido teatro de texto.

 

Además, en el teatro de texto, el silencio es silencio. En mi opinión, en el teatro musical, no, tiene otra dimensión. Aunque un cantante no cante se siguen diciendo cosas.

 

AH – ¿Le gustaría dirigir una comedia musical?

 

RC – ¿Por qué no? La comedia musical y la ópera son hermanas. Están en el mismo terreno. De hecho, como bailarina bailé en algún musical.

 

AH – ¿De que le gustaría hablar y no le han preguntado?

 

RC – De la diferencia de caché entre los directores y directoras de escena en el mundo de la ópera. Y también entre las directoras y los directores de orquesta. Habría que reducir la brecha salarial existente igualándoles el salario.

 

También habría que dar más oportunidades a las directoras de escena de ópera de dirigir. Se las conoce muy poco aunque hay muchas (sobre todo en Alemania, Francia y Reino Unido). De hecho, las realmente conocidas son 3 o 4, pero somos muchas más.

 

AH – ¿A qué cree que se deben estas diferencias? ¿Son las mismas razones que para el resto de la sociedad o en el mundo de la ópera se dan unas circunstancias especiales?

 

RC – El mundo de la ópera está dentro de la sociedad y está afectada por lo que pasa en la misma. Por otro lado, la ópera se ha mantenido porque ha sabido renovarse y evolucionar. Creo que la incorporación de escenógrafas, vestuaristas, directoras de orquesta y directoras de escena, contribuiría a ampliar su visión por lo tanto a su renovación y evolución. A que la opera siga viva.

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