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Soñar en tiempos de pandemia

No soy tan ingenua como para pensar que basta con pedir un deseo para que se  haga realidad. Y menos, en estos tiempos en los que la vida se nos ha puesto del revés y cada día, hemos de lidiar con una incertidumbre para la que esta sociedad del ‘tienes derecho a todo’ no nos había preparado.

Soy soñadora por naturaleza. He concebido cientos de sueños a lo largo de mi vida, algunos en momentos personales mucho más duros del que nos ha tocado vivir ahora. Muchos, muchísimos, nunca se cumplieron. Sin embargo, los que quise de verdad, aquellos en los que puse todo mi empeño, los que ocuparon cada neurona de mi cerebro y empeñaron cada latido de mi corazón, esos en cuya dirección me moví con la firme creencia de que los conseguiría sí se hicieron realidad.

Una vez me dijeron que yo daba la imagen de ser una mujer que siempre conseguía lo que quería. Por no desilusionarla, me abstuve de contarle la cantidad de sueños imposibles que guardo en el baúl de las decepciones; aunque, para ser honesta, no se las conté porque la mayoría ya se me habían olvidado: estoy firmemente convencida de que para ser feliz, hay que ser un poco desmemoriada (especialmente con las experiencias negativas).

En otra ocasión, un amigo me envió un paquete con un puñadito de arena de la costa del Mar del Plata con el siguiente mensaje: “Puede que en la vida no consigas todo lo que deseas, pero seguro que consigues todo lo que hará de ti la persona que quieres llegar a ser”. Y así ha sido.

 

 

A lo largo de estas cinco décadas largas que cargo en los huesos, y en el corazón, he aprendido una cosa —a machetazos, a desilusiones, a dentellada limpia—, algo que espero no olvidar: por muy cuesta arriba que se ponga la vida, no estoy dispuesta a renunciar a tener sueños. No hace falta que sean grandes sueños, basta con que sean sueños asequibles, pequeños, de andar por casa… Porque la simple decisión de echar a andar en dirección a ellos ya es un acto de amor hacia mí misma; un acto revolucionario, y de coraje, en estos tiempos en los que para muchos, la simple supervivencia ya es un sueño.

Para quién no sabe dónde va, ningún viento es favorable, leí una vez. No puedo estar más de acuerdo. En cambio, cuando tenemos clara la dirección de nuestros sueños, todo conspira a nuestro favor, incluso a pesar de nosotras mismas que, a veces, nos boicoteamos para no conseguirlos. ¡Ay esas falsas creencias!

Por eso, en estos tiempos en los que pintan bastos para los sueños, yo elijo echarme a la mar y orientar las velas para que el viento favorable me lleve al puerto de mis sueños. Porque sin esperanzas, sin proyectos, sin retos, la vida es, simplemente, sobrevivir. Especialmente en tiempos de pandemia.

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