Llovía a raudales. Yo corría por las calles desiertas intentando encontrar otro cuerpo en el que resguardarme. Tenía frío y estaba aterrorizada. El cadáver de Marie permanecía en el suelo del callejón, había sido víctima de un ajuste de cuentas. ¡Putas drogas! Ya no quería volver a vivir en otra montaña rusa emocional ni pasarme el día colocada por las esquinas. Mucho menos ser presa de algún animal que se cobraba las deudas entre embestida y embestida. Demasiado cuerpo para un alma como yo. Simplemente deseaba ser una inquilina tranquila, habitar en una morada de carne y hueso confortable, sin más complicaciones.
Lo mismo me daba una estudiante, que una doctora que una bailarina. Solo pedía que con todo su corazón y toda su mente consiguiera sanarme. Con Marie aprendí a pecar y quedé herida. Esta vez tenía que escoger bien y no repetir una y otra vez las mismas equivocaciones. Era bueno aprender de los excesos, pero también de la aceptación y el bienestar. Encontraría a la mujer ideal, me haría con ella y ambas conseguiríamos alcanzar la sabiduría.
Mientras escapaba de mi último destino, la noche se volvió muy negra. No se veía nada. De repente, noté que me adentraba dentro de un cuerpo, era el de una mujer con la cara cubierta y una pistola en la mano. Su alma se la había llevado el diablo. Yo quería escapar de ella, pero no había ninguna puerta de salida. Parecía que mi futuro inmediato iba a ser los atracos a las cajas de las tiendas y las gasolineras. Incluso a algún que otro banco… Yo ya no era un alma joven y todo lo que buscaba era descansar. De repente: ¡bang, bang, bang! ¡Joder, cuánta sangre! Esta vez duró poco… ¡Vuelta a empezar!