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Una historia

En las ruinas también hay un solar vacío lleno de nuevas oportunidades.

A veces una servilleta basta, para volcar el estímulo. Es como si una fuerte necesidad de caligrafiar emociones, un retazo de realidad, un instante quizás, se apoderara de ti y nada pudiera negarle el imperativo impulso de escribirlo.

Sospecho que a la inspiración le gusta frecuentar el ruido. Cuanto más ruido haya a tu alrededor más se acerca a tu oído. Y el susurro se vuelve dictado. Y el entorno solo marco.

Anoche estaba en el cine. Envuelta por la luz que solo proyectaba la inmensa pantalla y el sonido moviéndose en todas las direcciones, incluido mis propios latidos. Agazapados en mi cuerpo, rendido en la incomodidad de una butaca que nunca sería almohada.

Estaba tan metida en la película que por momentos me confundí con el protagonista. Contuve, como éste, al principio el aliento. El parpadeo o cualquier mueca que me delatara. Respirando hacia dentro. Como si tratara de hacer retroceder la noche. Como si pudiera evitar la tormenta sosteniendo el aire atrapado en mi garganta.

Hasta que se hizo viento.

Del que se escapa y sacude las rendijas. Se cuela y sopla hasta abrir las ventanas, las puertas… y las heridas.

Y se convirtió en huracán.

Ya no estaba en el cine, ya no estaba en la película. Estaba sentada a oscuras frente a mi misma. Y no podía esconderme. Y no quería.

Dejé de ser consciente si había tres, diez o cien mil personas en aquella sala.

Lloré y lloré. Lloré sin freno, sin remedio ni censura. Lloré años y años que retrocedían. Hasta hacerme niña.

Lloré cada palabra, cada imagen, cada silencio. Aire y más aire. Viento agitándolo todo. Desordenando y arrastrando sin bridas. Sacudiendo. Amontonando las cosas imprevistas sin dejar esquinas. Retirando el pelo con la furia que desnuda tu cara pero también la limpia.

Y en medio de todo ese huracán que me enmudecía, se guareció en mi oído otra vez ese impulso.

Quería escribir. Contar todo esto. Decir y decir. Explicar tantas cosas… Romper el inmaculado silencio de una página en blanco. Escribir y escribir tratando de poder expresarlo. Era como si mis lágrimas llevaran todas las tintas. Todos los verbos, todos los tiempos.

La película acabó. La vida seguía.

Sin embrago, llegué a casa y no podía escribir. Por primera vez no podía. Tal vez aún quedaban las últimas tormentas silvando por ahí. Empujando alguna contraventana olvidada.

Lo necesitaba pero no podía. Sí, así funciona. Es la historia la que escoge quién y cuándo ser contada.

Después, poco a poco, llegó la calma. Y se instaló.Esta vez iba en serio. Esta vez parecía la definitiva. Todo; los libros, la luz, las plantas, las fotos, la casa entera era la misma, pero se veían muy distintas. Una extraña sensación de liviano lo suspendía todo.

Desperté esta mañana y decidí contarlo.

Contar que la vida empieza justo después del fundido a negro. Así como amanece tras el momento más oscuro y cerrado.

Que las peores tormentas están dentro, y que lo único que hace que cesen es precisamente dejar que sucedan. Que llueve o truene, que pase, para que acabe. Y las calles, los campos y las almas se limpian.

Que en las ruinas también hay un solar vacío lleno de nuevas oportunidades. Que todos tenemos un libro, una canción, una película, una ciudad o un olor que nos exortiza y a la vez se vuelven la propia medicina.

Que puedo llenar muchas páginas aunque al final solo esté escribiendo la misma palabra.

Contar que la vida será una sucesión de suelos y conquistas. Y encontrar el equilibrio consciente entre ellos es un arma indestructible. Que el verdadero reto es ser un funambulista. De un lado las risas, los amigos, las carcajadas, la playa.. Del otro el miedo, el dolor, las lágrimas. Y tú en medio con los brazos abiertos y esa sonrisa pícara manteniendo el contrapeso.

Que todos llevamos un monstruo dentro y también un niño. Que todos tenemos sueños y pesadillas. Y podemos ser verdugos y también víctimas. Que lo importante es saberlo. Y ser los protagonistas.

Aguantas el equilibrio sin dejar de pedalear, esa es la única forma de avanzar. “Que la vida está en la mirada” (decía anoche la película)

***

Busqué la cafetería más ocupada del barrio. El rincón más incómodo y ruidoso. Y empecé a escribir una historia que ya estaba escrita.

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