fbpx

Amor

Hace unos días un amigo me preguntó si yo creía que algunas personas “aman” más que otras. Deja que ponga la palabra entre comillas porque no estoy segura de saber realmente lo que quiere decir. Este amigo se preguntaba si su novia era más capaz de amar que él, porque parece que ella es más generosa, más tolerante, más paciente; en fin, más capaz de “amar”. Esto me ha dejado pensando. ¿Será que algunas personas aman más que otras?  ¿Es que yo amo menos que otras personas que se encuentran en una relación? porque yo llevo una vida solitaria (por fin, a los 73 años) y no parezco tener necesidad alguna de tener una pareja. En mi matrimonio, que duró 30 años, ¿fue mi marido o fui yo quién amó más? En mi segunda relación de pareja, ¿hubo alguien que amó menos?  En ambas relaciones, ¿hubo siquiera amor, o era otra cosa? ¿Qué es el AMOR en realidad, de qué se trata y dónde puede uno encontrarlo?

Byron Katie dice: “Las personalidades no aman, quieren algo.” Para Katie, el ego y la personalidad son la misma cosa. Así que debo preguntarme si de verdad amaba a mi primer marido, y responder sinceramente que no, por lo menos no a un nivel consciente. ¿Cómo puedo estar tan segura?  Porque, cuando él confesó haber tenido un amorío un tiempo atrás, en vez de preguntarle si había sido feliz en esa relación, si le había dado algo que yo no era capaz de darle y si había sido muy doloroso para él romper con ella para cumplir con sus obligaciones maritales (lo que habría sido amoroso), hice una santa rabieta, amenacé con suicidarme (era demasiado cobarde para matarlo a él, pero dejarle con la culpa de mi muerte me parecía la venganza máxima) y procedí a huir de la realidad con el alcohol hasta mi divorcio, diez años más tarde. No me importaba su felicidad, ni su dolor, ni sus necesidades en ese momento; y probablemente, podría encontrar muchas ocasiones en que eso era verdad; era sólo mi vanidad lastimada. En ese momento, no había siquiera el riesgo de que él me dejara, pero mi pobre ego no soportaba la impotencia de encontrarse ante un fait accompli.

Entonces ¿amé de verdad a mi segundo compañero? Recuerdo haberle dicho al Universo que quería enamorarme locamente, algo que no me había sucedido con mi primera pareja. ¡Cómo si ‘enamorarse locamente’ pudiera asegurarme una relación duradera! El Universo cumplió mi deseo (siempre lo hace, estemos o no conscientes de ello), y me enamoré perdidamente. Tanto, que estaba convencida que, de no terminarse aquello, me moriría. Afortunadamente había leído Innamoramento e amore de Alberoni (Enamoramiento y amor, en español) que explica la diferencia entre enamorarse y amar, y promete a los enamorados que el periodo álgido durará más o menos 6 meses, generalmente menos.

Cómo Alberoni había prometido, el periodo de enamoramiento se convirtió en lo que yo llamaba “amor”. Sin embargo, ¿lo era?  Sin duda había cosas de él que yo “amaba”: me hacía reír, me trataba con ternura, me tomaba de la mano cuando caminábamos juntos, hacíamos el amor cuando yo quería y el sexo con él era más que bueno… pero todas las cosas en mi lista de lo que ‘amaba’ de él tenían que ver conmigo y mi supuestas necesidades. En la lista no había nada acerca de él. Así que ¿era amor?

Entiéndanme: no digo que mis relaciones estaban mal o equivocadas en alguna forma, ni siquiera digo que no eran normales, pero la pregunta acerca de si una persona puede amar más que otra me ha hecho considerar: 1) si es posible, y 2) ¿cómo puedo saberlo, a menos que encuentre alguna forma para medirlo?  

Si un lado de la ecuación da más, tolera más, sirve más al otro y es más fiel ¿significa eso que aman más o simplemente que necesitan más? Si alguien te dice (como le dijo la novia a mi amigo): “Quiero que me quieras tanto como yo te quiero a ti” ¿esa persona expresa amor o necesidad?

“Las personalidades no aman, quieren algo.” Si yo “quiero” algo, es porque creo que lo necesito, creo que al tenerlo mejoraría mi vida, sería más completa, más llena, etc.  En ambas relaciones, yo quería muchas cosas, entre otras: ser ‘feliz’ (otra palabra que debe ir entre comillas). Sin embargo, ahora sé que quería una cosa de la que no me hice consciente hasta el día que partió mi segunda pareja. No obstante que le había pedido yo que se fuera, cuando llegó el momento, me encontré llena de dolor y llorando histéricamente. Casi no podía creer lo que estaba sucediendo. Después de haber instigado el rompimiento, iba a descubrir que había cometido un error.

Cerré los ojos y comencé a respirar profundamente llevando el aire al lugar donde se encontraba el nudo del dolor y expirándolo… Poco a poco comenzó a soltarse el nudo que tenía en el pecho, y comencé a sentir cómo volvía la calma. Estaba en ello cuando, de repente, surgió de la oscuridad del inconsciente una creencia cuya existencia yo había ignorado: “Sin un hombre, mi vida no significa nada”. Por un instante, me quedé atónita e inmediatamente después solté una sonora carcajada. ¡Era una creencia absurda! Una creencia escondida en mi inconsciente de la que yo no tenía ni la menor idea. ¡Ni siquiera decía esta creencia que “sin ese hombre” mi vida no significaría nada, sino “sin un hombre”, así que no tenía nada que ver con la pareja que partía!

Es más, comprendí en ese mismo momento que la creencia ni siquiera era mía, sino algo que les había oído decir a mi abuela y a mi madre. Sin embargo, había vivido en mí motivando –por lo menos en ese momento- un insoportable dolor. Al recordar esto, tengo que admitir que, aunque no hubiera querido ninguna otra cosa, esa absurda creencia inconsciente de que sin un hombre mi vida no significaba nada, había motivado profundamente mi apego a las dos relaciones.

Entender esto me permitió contemplar la partida de mi compañero sin dramas, con el corazón lleno de agradecimiento por lo que habíamos compartido. ¿Lo amaba yo menos a él que él a mí? No lo creo. Pero en ese momento, comencé a necesitarlo menos, necesitar menos de los demás, desear menos de los demás y comenzar a aprender cómo darme a mí misma aquello que quería conseguir a través del otro. A partir de entonces, descubrí que no hay nada que no me puedo procurar por mí misma. Esto no quiere decir que no recibo de otros; al contrario: recibo y me siento tan agradecida al otro y a la vida por tanta generosidad y abundancia. Simplemente, no necesito que el otro me lo dé. Cuando, de hecho, quiero algo de otra persona, simplemente lo pido. Si esa persona no lo tiene o no quiere dármelo, busco otra y otra hasta que encuentre quién sí pueda dármelo.

Comprendo ahora que esta posibilidad de llenar mis propias necesidades, más y mejor que cualquier otra persona (incluyendo mis padres, en su momento) me regaló algo inesperado: me hizo libre y, por primera vez en mi vida, comencé a sentir verdadero amor por mí misma y eso resultó ser el sentimiento más increíble que había experimentado jamás. Me llenaba completamente y no pedía nada a cambio. Lo puedo sentir ahora, mientras escribo esto y mis ojos se llenan de lágrimas. Recuerdo algo que escuché a un amigo, alguna vez: ‘No puedes dar a nadie más lo que no puedes darte a ti misma’. Quizá es la versión moderna de ‘Ama a tu prójimo, como a ti mismo’, lo cual no es decir ‘sacrifícate a ti mismo por tu prójimo para que él/ella te ame a ti’, sino ámate a ti mismo y luego ofrece ese mismo amor al prójimo.

Entonces, eso quiere decir… creo que quiere decir: dale a tu prójimo las mismas cosas que te das a ti misma 1) si él/ella te las pide, y si puedes y estás dispuesto a hacerlo; 2) y si hacerlo no daña a nadie, ni a ti misma.

Así que ¿Qué me doy a mí misma?  Lo mismo que le doy a mi querida perrita: Atención, Respeto, Consideración, Amabilidad, Ternura, Ayuda cuando se necesite, Comprensión… Y cada una de estas cosas abarca muchas más.

Pero, quizás es el momento de regresar a la pregunta original: En una relación ¿ama uno más que el otro? ¿Cómo podríamos saberlo? No creo que tenga importancia: hoy  creo que las relaciones son para aprender, no necesariamente para amar (y pueden ser muy amorosas también), y si en una relación yo aprendo a amarme a mí misma, entonces casi seguro amaré suficiente al otro para dejarlo ir con amor si ese es su deseo… o el mío. Lo que sí es posible es que una de las dos personas crea que necesita más al otro, y lo confunda con amor.

Cuando le preguntaron a Byron Katie porqué se había casado con Stephen Mitchell, ella respondió: “Porque me lo pidió. Después de considerarlo durante más de un año y de pedir a todas mis amistades que me ayudaran a encontrar razones por las cuales no debería casarme con él, no encontré ni una sola, así que dije que ‘sí’. ¿Ama Katie a su marido? Ella ama a todo el mundo, y él aparentemente no tiene problema con eso.

Entonces ¿qué es el amor? ¿Alguien ha podido decirlo mejor que Kahlil Gibran en El profeta?

 El amor sólo da de sí y nada recibe sino de sí mismo.
 El amor no posee, y no quiere ser poseído.
 Porque al amor le basta con el amor.

 El amor no tiene más deseo que el de alcanzar su plenitud.
 Pero si amáis y habéis de tener deseos, que sean estos:
 De diluiros en el amor y ser como un arroyo que
   canta su melodía a la noche.
 De conocer el dolor de sentir demasiada ternura.
 De ser herido por la comprensión que se tiene del amor.
 De sangrar de buena gana y alegremente.
 De despertarse al alba con un corazón alado y dar
   gracias por otra jornada de amor;
 De descansar al mediodía y meditar sobre el éxtasis
   del amor;
 De volver a casa al crepúsculo con gratitud,
 Y luego dormirse con una plegaria en el corazón para
   el bien amado, y con un canto de alabanza en los labios.

Que así sea.

BUSCAR