Y de repente, Ana se despertó, abrió los ojos, y encendió una linterna que, sin saber cómo, apareció en su mano. Se encontró en una cueva profunda, oscura, con múltiples pasillos que se abrían delante, detrás, a los lados de ella… Se encontraba extasiada. Por las ampollas que aguijoneaban sus pies, por los arañazos que escocían en sus brazos y cara, por las contusiones que se hacían notar por todo el cuerpo, dedujo que llevaba mucho tiempo caminando a trompicones por esa cueva.
Se sentó lentamente para evitar marearse. Estudió todo lo que tenía a su alrededor. La luz de la linterna era tenue, así que tenía que incorporarse y caminar hacia lo que quería ver para poder conocer algún detalle. Con cierta pesadez, más causada por el temor que por pereza, se puso de pie.
Había llegado el momento de decidirse por un pasillo. Si se quedaba allí quieta moriría. Sin agua, sin alimentos, sin nada. De momento podía respirar, pero era cuestión de tiempo que también se acabara el oxígeno. Y las pilas de la linterna no serían eternas. No quería exponerse a volver a caminar a oscuras por tan farragoso terreno.
Estudió las entradas de los distintos pasillos. Comenzó por los que se encontraban detrás de ella, ya que estaban más cerca:
El primero no emanaba luz alguna, ni siquiera una ligera brisa… nada.
Del segundo, el que estaba justo detrás de ella, salían luces de distintos tonos, sonidos que, si escuchaba con atención, intercalaban algunas risas iniciales con muchos llantos y algún grito desgarrador. En principio estuvo tentada de decidirse por aquél. Algunos de los sonidos que le llegaban, la transportaban a fantásticos recuerdos que ella misma había construido, recuerdos que le hacían palpitar el corazón con fuerza. Pero el ruido de los gritos la hizo recapacitar. Y justo cuando dio un paso atrás se dio cuenta de que estaba pisando una huella suya cuyo sentido era su ubicación actual. Por allí ya había pasado. Se miró a sí misma, se palpó el cuerpo magullado, la cara con lágrimas secas, pudo percibir dos huellas en su piel, una era grande, alguien la había pisado, pero la otra… la otra era como la que ella misma iba dejando… No, ese pasillo definitivamente no era el adecuado.
Dio un cuarto de vuelta y miró. Dio otro cuarto de vuelta y miró de nuevo. Se abrían ante ella un sinfín de pasillos. Unos eran estrechos, otros más anchos. Unos dejaban escapar más luz que otros, al igual que pasaba con el sonido.
Aún no había tomado ninguna decisión, no le había dado tiempo, cuando apareció un extraño ser. Parecía alegre y despreocupado. Caminaba con seguridad, como a saltitos, guiado por un intenso foco. Ana casi habría jurado que llevaba un plano y todo, aunque cuando el ser se acercó no tenía nada en las manos, excepto una cámara de fotos. El ser en cuestión no era un ser, era un chico, pero a Ana realmente le pareció tan diferente, que hasta le extrañó.
El chico se acercó sin ningún tipo de preocupación ni vergüenza y comenzó a hablar. Primero se presentó, pero sus maneras eran poco ortodoxas, no se guiaba por unas normas convencionales. Habló de él, de sus gustos, de sus viajes, los hechos y los que aún se mantenían en modo “planes”, habló de libros, música, de proyectos personales… En seguida Ana encontró hueco en esa conversación. Rememoró viejas ilusiones que tenía calladas desde hacía tiempo y observó con agrado el interés que él mostraba cuando ella las contaba. Le cautivó la ilusión y las ganas con las que describía todo. Le sorprendió encontrar a alguien con quien compartiera tantos gustos, valores e ideales, sin apenas conocerlo. Se encontró cómoda en su compañía. Agradeció no parecerle una loca tanto por su forma de pensar, como por el aspecto tan desastroso que presentaba.
Se dejó llevar por el ritmo de la conversación, comenzaron a caminar y, sin que Ana fuera consciente, se decidió por un pasillo, por el que había elegido el chico de los saltitos. El trayecto comenzó con una más que agradable conversación, continuó con novedosas aventuras para Ana. En poco tiempo había superado un montón de retos que antaño le habían parecido inalcanzables y ya estaba planificando muchos más…
A saltitos
