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C’est la vie

No entiendo cómo el tiempo ha podido transcurrir tan rápido.

Sería un día feliz, muy feliz. Ya habría preparado el desayuno, las bandejas listas para entrar en tu habitación, expectante por verte la cara al abrir el regalo. Con la esperanza de que, por una vez, estuviera a la altura de lo que tú siempre has estado. Cómo si un regalo pudiera estar a la altura de alguien.

La verdad es que no recuerdo el último regalo que te hice, ni el penúltimo, ni el anterior, tampoco el primero. Pero sí recuerdo tu sonrisa, tus largas manos, tus palabras, la fortaleza que transmitías detrás de ese cuerpo lleno de cicatrices.

Cómo ha podido transcurrir tan rápido.

Estoy en mi casa, que ya no es hogar en tu ausencia. Me he acostumbrado a tu ausencia, la ha llegado a convertir en soledad adictiva. Tal vez encuentre en ella la paz que no logro ahí fuera.

Quién sabe.

Me imagino el día de hoy en el ayer. Me perturba que ya no.

Me imagino el día de hoy en el mañana. Me perturba por si no.

De esto va la vida, me respondo sin preguntar.

C’est la vie, para sacar hierro al asunto, para no perder el humor de tu retranca heredada. Siempre he creído en la habilidad de los que saben reírse de sí mismos. No es un arma, es una armadura.

Ahora entiendo lo que me decías,

“cuando me necesites, búscate”.

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