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Cielo derrumbándose

Vuelve a casa bajo un silencio apagado, colgado de un cielo gris y de una lluvia pensativa que no se decide a caer.

La mañana augura un día plomizo, con ráfagas de viento de las que revuelven el pelo y arrastran las hojas que en un plácido abandono se dejan llevar hacia las piernas de seres que avanzan dormidos a sus lugares de fichaje. Empleos vacíos por los que cobran a final de mes.

Ella regresa, en dirección a una casa que es una caja de silencios entre paredes. La llama ilusoriamente hogar, pero sabe que eso no podría encontrarlo ni en el interior del corazón que sigue latiendo a intervalos en su pecho. Arrastra por las aceras unos pies fríos, algo entumecidos del vagar de horas a la espera del primer rayo de luz, de una señal de un faro inexistente, que le guíe fuera de unos pensamientos, mitad recuerdos, mitad idealizaciones nunca pronunciadas.

El tráfico es lento, señal del viernes antes del un fin de semana en el que, los que puedan, escaparan de la prisión de acero y asfalto. Leyes no escritas pero grabadas en el ADN de los urbanitas. Se permite una leve sonrisa oculta bajo el cuello del jersey mientras se acerca al portal.

Descubre a un vecino asomado a su ventana, unos números antes, fumando un cigarrillo casi consumido ya, mirando un cielo que quiere desplomarse pero aún no lo consigue. Uno de aquellos de trabajo en casa que toma un descanso entre reuniones. Sin saber porqué se descubre saludándole con una mano enguantada en lana. Cruzan una mirada de un par de segundos,sin un auténtico reconocimiento. Luego una inclinación de cabeza y una sonrisa casi imperceptible responden a su gesto. Contactos humanos en la actualidad. Las habilidades sociales reducidas a torpes movimientos por vergüenza a una exposición real. 

Saca las llaves que golpean contra la puerta acristalada del portal, al otro lado de la cual un vecino la observa buscar en el interior del bolso durante veinte segundos sin hacer un movimiento de abrir la puerta para dejarle pasar. Desconfianza ante un vecino-extraño. Descortesía en un día que amanece con ganas de llorar. Tristeza que debe cargar en su alma, piensa ella al cruzar frente al impávido observador.

Luego dos vueltas en la cerradura de la puerta que separa el pasillo del piso. Y al abrir la puerta, un olor que la rodea, un ambiente encajado bajo su piel, de horas y sombras, rotas por la luz que se desliza por las ventanas. De regreso al vientre entre paredes, al calor sin presencias ahora mismo.

Fuera, empiezan a caer las gotas de una lluvia ácida. El cielo se desmorona por fin.

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