A veces podemos preguntarnos por qué dejamos entrar en nuestra vida a determinadas personas, obviando esa voz interna que nos grita y desoímos. Sin embargo, la pregunta más útil sería para qué, así conseguiremos entenderlo. Solo el tiempo, siempre sabio y paciente, nos ofrece la posibilidad de convertirnos en observadores de lo que vivimos en primera persona y nos responde con una verdad implacable: la nuestra, aunque no coincida con la de los demás. Al fin y al cabo, no existe una única realidad sino tantas como personas , y según el lugar desde el cual miramos el mundo. Nos empeñamos en buscar respuestas fuera cuando, en realidad, están en nuestro interior. Lo que pasa es que nos da miedo leerlas.
A veces la vida nos desarma y nos sacude por dentro, removiendo la aparente calma de un viaje que nunca sabes como acaba.
A veces abrimos ventanas con el anhelo de aires de cambio pero, por el contrario, dejamos entrar vientos de tormenta y nos dejamos arrastrar por ellos sin, ni siquiera, pararnos a medir su fuerza.
A veces se nos meten piedras en los zapatos que nos dificultan el camino, los pasos se vuelven pesados y no avanzamos. Nada fluye de forma natural. El agua se queda estancada deseando brotar entre las rocas.
A veces nos ponemos una venda en los ojos. A veces, incluso, la tela llega a cubrir todo nuestro cuerpo y no queremos ver lo que la vida viene a enseñarnos.
A veces sucede algo que nos sacude, nos despierta y dejamos caer esa venda que atamos tan fuerte. Poco a poco vamos deshaciendo el nudo que nos apretaba y vamos aceptando la lección que nos tocaba aprender.
Es entonces cuando abrimos bien los ojos y nos damos cuenta del para qué, aceptando, sin juzgarnos, sin juzgar, comprendiéndonos, y aprendiendo que…
Es necesario vivenciar ciertas experiencias para evolucionar, que una derrota nos enseña más que mil aciertos. Nuestros tropiezos son nuestros maestros. Aprendemos a arriesgar, a ganar, a perder, a saltar al vacío, a recoger nuestros pedazos con dignidad, a resurgir de nuestras cenizas cual ave fénix, a coger fuerza para levantarnos y a seguir de pie. Y si no aprendimos la lección una vez, la vida nos la devuelve con una lente de aumento.
A veces las personas no son como creíamos, a veces nosotros no somos como creíamos. La fascinación e idealización son armas peligrosas que nos impiden ver más allá de lo que hay debajo de la piel. Aprendemos que existen lobos hambrientos que se acercan al cuerpo para poseerlo sin querer conocer su verdadera alma, llena de historias. Tal vez está bien que sea así para ellos, sin que nada trascienda, pero, sin duda, son aspectos que deben quedar claros desde el principio para no alimentar falsas ilusiones. Que las amistades enmascaradas en cálidos abrazos caducan. No hay mayor enemigo que aquel que se vende con el disfraz de algo que no es, que solo piensa en su propio interés y beneficio. Las palabras conquistan con su tinta efímera, pero son los hechos los que nos ganan o nos pierden para siempre.
Aprendemos que la comunicación no puede ir en una sola dirección puesto que nunca llegaría a buen puerto. La buena comunicación sabe de detalles, de reciprocidad y de complicidad. Los silencios dosificados destruyen, dejan su espacio a las conjeturas, a la confusión y al desconcierto.
Aprendemos a aceptar los capítulos más amargos de nuestro libro vital, a disfrutar con los que nos sacan las sonrisas, a valorar a quienes permanecen a nuestro lado a pesar de todo, a reconocer las prioridades mal planteadas, a decir adiós a aquello que nos perjudica, a entender que la vida no es siempre coherente y justa, por tanto, qué hacemos pidiéndole tantas explicaciones.
Aprendemos a no volver a transitar por donde encontramos excusas o desconsideración, a soltar lo que no suma, lo que no crece. Que la vida está hecha de alegría y dolor y cuando lo aceptemos caminaremos más libres por el mundo, nos dice el poeta inglés William Blake.
Aprendemos a combatir la adversidad con la fortaleza, el egoísmo con la generosidad, la mentira con la verdad, la traición con la confianza, la que se gana, la que no se regala.
Aprendemos que no podemos dar a quienes no quieren recibir, que la falta de interés sincero se esconde en excusas bien diseñadas, que dos que marchan en distintos sentidos y usan un lenguaje diferente nunca llegarán a encontrarse en el cruce del entendimiento.
Aprendemos a aceptar las consecuencias de nuestras decisiones y de nuestros actos, a identificar nuestras limitaciones y a asumirlas con comprensión. Que poner límites a los apegos nos da libertad. Que esperar es el verbo más decepcionante cuando se conjuga en primera persona.
Caminemos sin vendas que nos aprieten, sin máscaras que nos camuflen, sin armaduras oxidadas.
“Me gustas así, con el alma despeinada, con los ojos sin vendas y la sonrisa sin riendas”.
Mind of Brando