La veta de sirope que aguarda en ese cucurucho de nata que venden en cajas de cuatro y que mamá tiene siempre en el frigo. El chicle rosa que se adhiere al empaste de la muela después de haber saboreado un chupa chups de fresa durante un buen rato. El chocolate caliente que se desparrama con una insolencia de orgasmo en ese momento en que hincas el cubierto en un coulant.
Así son las historias que importan, las que detonan todo y las que también son capaces de enmendar los desastres más cotidianos. Ocultas, por “detrasito”, rodeadas de nata, de ruido, de caramelo, de fasto, de esponjoso bizcocho. A veces súbitas, inesperadas. Escondidas detrás de las cosas que sí se ven y de las que todo el mundo habla. Sucesos que no suceden por sí solos pero que trenzan, que consecuentemente ocurren. Personas que vienen y van, que atraviesan eriales de fechas, océanos de distancia, multitud de vidas para pasar y enseñarte algo. Efectos que están detrás de las causas, fichas que se caen tiempo después de que alguien dio ese golpe en la mesa y cuando ya nadie espera más desastre tras el desastre. Palacios ocultos tras las fachadas sobrias y desconchadas de una ciudad cualquiera, pasos en los camino de circunstancias de todos los días. Así son las historias que importan, las que cuecen a fuego lento los ingredientes del verdadero cambio.
Como todo eso que dices con el estómago cuando cantas en los vapores de la ducha, cuando lloras a lágrima suelta un día en que la luna te ha alterado las aguas, cuando haces música y estás sola y crees que nadie te puede escuchar. Como todo eso que sale cuando hundes hasta el fondo y sacas con cuidado de no extraer todo el contenido de un golpe, una cucharita de helado.
Me lo decía el indígena amigo, “el secreto mejor guardado es el que se mira detrás de los vidrios”
Y ya lo había escrito Jhon Lennon “La vida es eso que va sucediendo mientras tú te empeñas en hacer otros planes”