(Fragmento del poema publicado en mi poemario “Con las alas de repuesto”)
Cerré los ojos y me dejé caer.
Permití que el viento rozara mis mejillas,
que el vértigo por la caída,
se instalara en el fondo de mi estómago,
que la vida se me metiera en los oídos
y la felicidad brotara de mi pecho, a borbotones,
desde el pequeño corazón, que conservo, aun.
Con palabras entre los dedos,
tejí ilusiones prematuras
de risa contenida y de lágrimas emocionadas
que salieron, desbordadas, de sus compuertas, por fin.
Y me creí capaz de todo:
De ser luz e inconmensurable claridad;
De ser oscuridad, si era lo que decidía;
De resistir a la aurora;
De alzarme renovada tras el amanecer;
De subir a los tejados a cantarle a gritos a la luna;
De correr sin miedo a caer;
De levantarme, si alguna vez, llegaba al suelo.
Descubrí sorprendida que, las caídas,
no son tan duras cuando el cuerpo
se siente liviano, indestructible.
Ahora que aprendí todo esto,
amor de mi vida, desvelo, noche en vela
al ritmo de los latidos de cada uno de mis pasos,
dame más vidas, más despertares a tu lado,
Para seguir saltando al vacío;
Para seguir cogiendo aliento;
Para notar la tierra húmeda de la orilla entre los pies.
Dame fuerza, valor y coraje.
Volar, a veces, es simplemente, dejarse caer.