Me hostiga el recuerdo de su mirada, los gritos silenciosos que no puedo callar dentro de mi y solo han pasado unos días.
Se hace difícil explicarlo. Es muy probable que estas cosas solo me ocurran a mi y nada más que a mi. Recurriré a esta pequeña historieta, que les he de contar, tal vez me permitirá definir y aclarar un poco lo que quiero expresar.
Alguna tarde, de algún día, de alguna primavera, el conocidísimo Sherlock Holmes y su amigo John Watson decidieron ir de campamento a las montañas. Una vez llegaron a su destino, de inmediato ubicaron todos sus artilugios en el mejor lugar disponible, amarraron los toldos, colocaron los catres, linternas y encendieron una buena fogata. El ambiente perfecto para conversar, fumar tabaco en pipa y deleitarse en las maravillas de la naturaleza. Pasadas las horas, la fogata extinta y entre sueños despierta Holmes. Miró con curiosidad al cielo, como el que busca respuestas. Decidió despertar a Watson.
-Watson, Watson, despierta.
-¿Que ocurre? Le respondió un tanto soñoliento
-Mira al cielo y dime lo que ves.
Watson se limpio los ojos y mirando al cielo dijo:
-Veo un cielo precioso, lleno de estrellas, si lo observo desde la perspectiva de un astrólogo podría decir que es un buen día para que Leo y Piscis se unan, o si lo veo como astrónomo diría que ha de venir una lluvia de estrellas, si lo viese con una mirada teológica, diría que los cielos cuentan las grandezas de Dios, como matemático tendría que concluir en el aspecto infinito de las estrellas o como meteorólogo diría que mañana tendremos un día soleado. Pero dime Holmes y tu, ¿que ves?.
-Watson, que idioteces dices, nos acaban de robar la carpa.
Una y otra vez tratamos de ver las circunstancias que nos aquejan desde diferentes puntos de vista, de prejuicios o a través del crisol de aquellas cosas vividas, a tal punto, que llegamos a perdemos de la realidad. Tenemos la necesidad de detenernos, mirar para ver y llegar a la conclusión de que nos han robado la carpa.
Solo han pasado unos días de aquella conversación y el recuerdo de su mirada provoca gritos silenciosos que no puedo callar dentro de mi. La profundidad de su ternura, la palabra sosegada, la sabiduría de sus gestos, tenía la elocuencia rítmica de mil poemas. Habíamos hecho el amor, sin tocarnos la piel, nos tocamos el alma, sin besar sus labios, pero besando la pasión de sus alegrías, sin hacernos uno, nos hicimos uno en lo íntimo del corazón donde zozobran las desventuras y renacen las aventuras.
Permitirte juicios acelerados, robaran la armonía de aquellos detalles de cada día, que las pequeñas cosas que puedes vivir a tiempo y a destiempo te desorienten nunca te harán justicia y que la forma de asumirlas puedan aturdir tus capacidades, es robarte la oportunidad de ser asertiva en el momento preciso, ese momento de hacer el amor en esa conversación ardiente al caminar descalzos a la orilla de una playa donde en su horizonte sucumbe la fuerza del sol como aquel que se rinde ante vuestro amor.
Permanece junto aquel que te acaricie el alma una y otra vez, que sepa besar la alegría de tu corazón. Podrás olvidar los besos de aquellos labios, el roce de sus manos, pero nunca olvidarás cuando besaron tu corazón y sus palabras te acariciaron el alma. Recuerda que en el último andén solo te acompañará esa historia escrita en las páginas del corazón y las que solo gravaron letras en tu piel desaparecerán en el polvorín de algún camino olvidado entre las soledades del otoño.