fbpx

Claudia Faci, una artista entregada al encuentro con el otro

Lo más cercano a la esencia del ser humano tiene que ver con la alegría y la capacidad de alegrarse.

Todo estreno de Claudia Faci provoca una gran expectación entre el público más interesado en la creación escénica contemporánea. Eso es lo que pasa con “Estoy pensando en tortugas”, pieza que estrena en Naves Matadero – Centro Internacional de Artes Vivas. Artista que combina sus conocimientos, habilidades y aptitudes de coreógrafa, bailarina, actriz y escritora para crear espectáculos para los que todavía no existe una categoría o una clasificación, ni falta que les hace pues lo importante no es el género al que pudieran pertenecer, sino lo qué plantean y cómo lo plantean.

Antonio Hernández (AH) – La obra que estrena en Naves Matadero- Centro Internacional de Artes Vivas se llama “Estoy pensando en tortugas”. ¿Está pensando en tortugas?

Claudia Faci (CF) – No. Ahora mismo no.

AH – ¿De dónde procede este título?

FC – Es una frase que robo directamente de un libro de Clarice Lispector que se llama Agua Viva. Es un libro rarísimo. A partir de esa frase he escrito la mayor parte del texto de la pieza, un texto que no tiene que ver ni con el libro ni con la autora, un texto mío.

La verdad es que he hecho lo que querido. Lo he llevado a mi terreno pero lo he hecho con el mismo espíritu que ella que tiene que ver con estar diciendo el presente constantemente. Estar entregada al instante y al momento.

Hay una parte que no quiero desvelar porque es lo que se ve en la pieza. Y otra parte tan sencilla que es como hacer una afirmación. Al decir “Estoy pensando en tortugas” estoy no diciendo otro montón de cosas que tendrían una connotación negativa. Un estar frente a algo. Con esta afirmación me pongo del lado de lo afirmativo, de lo positivo, desde un lugar muy sencillo.

AH – ¿Por qué se quiere poner del lado de lo afirmativo y de lo positivo?

FC – Mi trabajo en general ha sido bastante cañero, he dado mucha caña. He hecho mucho la guerra. Y ahora estoy en un momento distinto de mi vida.

He dado pasos atrás para tomar perspectiva y mirar las cosas desde otro ángulo. Ahora hago otra cosa distinta de la que hacía antes.

AH – ¿Qué es esa otra cosa?

FC – He sentido necesidad de buscar una continuidad con el mundo, una connivencia con el mundo. Una manera de poder hacer las paces con lo que hay que es lo más básico. Pensando en piedras y en tortugas. En nuestra voz como una continuidad de los sonidos del mundo. En nuestra piel como una continuidad. En nuestra sangre como un río que fluye a lo largo del mundo.

Necesito recuperar algo de eso para no quemarme a lo bonzo en una plaza pública y dejar de hablar, que siempre es una posibilidad.

AH- El NO gigante que Santiago Sierra pasea por el mundo colocando en distintos lugares y situaciones ¿lo cambiaría por un sí?

FC – No me parece tan distinto el NO de Santiago Sierra y el SÍ que hago yo. Es decir, tiene que ver con cómo articular el lenguaje. Somos y nos comunicamos “en” el lenguaje. No “por”, ni “a través” del lenguaje.

Que yo intente buscar una continuidad con el mundo no quiere decir que le dé cabida, dentro de la responsabilidad que tenemos por este planeta, al desastre que hemos convertido las relaciones humanas, para empezar.

Yo suscribo ese no. Pero estoy haciendo otra cosa. Cuando me pongo delante de ti, alguien a quien no conozco de nada, yo de entrada no vengo con un “no”, vengo con un “sí”. De lo que se trata es de aquello que tenemos en común. Un aspecto pequeñísimo de la vida. Yo soy una persona pequeñísima. Y las personas que van a venir a Naves Matadero son poquísimas en relación con todas las que hay en el mundo.

AH – Por lo que ha dicho no se puede separar arte y política ¿qué le diría a aquellas personas que piensan que son ámbitos distintos?

FC – No tengo la intención de convencer a nadie de nada.

AH – Entonces ¿qué aportaría al debate de si el arte es o no es política?

FC – El arte tiene una dimensión política. Como considero que todos tenemos una dimensión política, igual que tenemos una dimensión sexual y moral. Es parte de nosotros a partir de que vivimos juntos en la polis.

Creo que es parte de nosotros. Me parece que aquello a lo que se llama últimamente política, que es a lo que se dedican los políticos, y que tiene que ver bastante con el trapicheo, no es lo que heredamos como noción de política.

Cuando una persona se pronuncia públicamente de una manera personal en medio de la plaza, me parece que eso contiene un gesto político, aunque no solo eso. Sin necesidad ninguna de señalar al marco político para pronunciarse.

No soy de las personas que piense que es separable. Pero tampoco soy de las que participe mucho sobre el arte o el teatro político o no político. No me parece más político hablar sobre relaciones entre personas que ocupan cargos políticos, que otras muchas acciones.

AH – ¿La vida es un continuo?

FC – Es que no podemos separarnos nosotros mismos dentro de nosotros mismos. Esta idea que tenemos de que el estómago actúa por su cuenta y el cerebro por la suya. O, más sencillo todavía, esta idea de que existe una separación entre la mente y el cuerpo, francamente es una cosa totalmente artificiosa y artificial. No es así.

Hemos sido educados para pensar en departamentos estancos. Es una cuestión de lenguaje. En el momento que queremos aprehender, tomar posesión, delimitar, ejercer cierto control de las cosas que percibimos, tanto fuera como dentro, les ponemos nombre. Así es más fácil organizarlas en cajones. Es una forma de organización que no responde a la realidad de lo que somos.

AH – Usted ha hecho muchas cosas a lo largo de su carrera profesional que impide clasificarla en cajones estancos.

FC – Para mí todo es lo mismo. No hay diferencia en todo lo que he hecho. Nací en una familia de bailarinas. Heredé una manera de estar en el mundo y relacionarme con la sociedad en la que vivo. No es algo que yo buscara, para mí es natural.

En paralelo, siempre me interesó mucho la lectura o el mundo de las ideas, a pesar de que de joven no le hice mucho caso. A medida que me fui desarrollando, de manera más bien tardía, y de forma bastante natural fueron ocurriendo cosas. Me ofrecieron hacer teatro antes de que estudiara interpretación. Desemboqué en un mundo de propuestas escénicas que incluían la palabra. Luego me formé.

Ha sido todo un poco lo que me ha ido pidiendo el cuerpo y lo que la necesidad ha dictado. Si una desarrolla una carrera de bailarina o de actriz con tantísima fortuna como para estar empalmando una producción fascinante con otra, está ocupadísima. Probablemente tire millas.

Pero si no es el caso, probablemente una empiece a hacerse preguntas. Está el hambre y el empezar a mirarse para adentro. Ver como poner en relación lo de dentro y lo de fuera. Yo empecé a escribir por absoluta desesperación, por necesidad de pronunciarme.

La primera vez que lo hice, lo hice pensando que me iban a echar del teatro al día siguiente. Y no ocurrió. Ocurrió más bien lo contrario.

AH – ¿Qué aporta a una bailarina, actriz y directora teatral el detenerse a escribir y estar a solas?

FC – Lo pensaría al revés. El asunto es qué tiene una que aportar. Creo que sentándose a escribir uno se hace esa pregunta. Cualquiera es libre de sentarse a escribir en casa, lo que importa es si se quiere hacer algo con eso o qué se hace con eso.

Probablemente sentarse a escribir pensando en el hecho escénico ayude a entender qué cosa es eso, cual es el acto que tiene lugar en el espacio escénico. Luego lo que ocurre es que se despliega en un ser que uno no conocía antes de ponerse a escribir.

AH – O sea, que habría como dos motivos. Uno el pensar en lo que uno va a hacer en ese espacio público al que van a ir un grupo pequeño de personas de la polis y el otro motivo sería conocerse.

FC – Sí. Aunque yo hablo de cosas que ocurren. No hablo de cosas que una piensa a priori. Son las cosas que ocurren. Repito que yo empecé a escribir movida por bastante desesperación, necesidad y hambre. No hubo una decisión tranquila de “ahora voy a hacer este ejercicio.” Aunque, en el momento de sentarme sí que había un compromiso con el hecho de hacer ese ejercicio de escribir.

Nunca me pude plantear lo que iba a pasar con eso de antemano. Me lo fui encontrando. Por lo tanto, no puedo dar otro testimonio que no sea ese.

AH – El hambre y la desesperación están muy relacionados con la incomodidad ¿para trabajar en lo artístico hay que estar incómodo?

FC – No, sinceramente, no. Pero a cada cual en cada momento de la vida se le pone en marcha un motor. No me interesa nada apoyar la teoría o la hipótesis de la hagiografía de los artistas que lo pasan mal y luego son descubiertos.

Lo que pasa es que en el dolor, en el hueco que a uno le produce el mundo, puede tomar la decisión de habitarlo de una manera que luego resulta fértil. Hay personas que tienen, o tenemos, en algunos momentos de la vida grandes dificultades para relacionarnos con el mundo de otra manera y lo conseguimos desde el lado de lo artístico.

De ahí a decir que el dolor produce grandes obras, me parece simplista. Me parece que no es real. Lo más cercano a la esencia del ser humano tiene que ver con la alegría y la capacidad de alegrarse. Y con algo que yo puedo llamar felicidad y que tiene que ver con la connivencia con el mundo.

A veces, cuando uno se lo está pasando muy bien no se toma la molestia de pararse a escribir. Pero a veces, otros sí.

Entiendo que es una leyenda y que estéticamente tiene su punto, sobre todo cuando eres adolescente. Pero no creo que responda a una verdad.

AH – ¿Cuando era adolescente pensó que iba a llegar donde está?

FC – Nunca pensé en llegar a ningún lado. Nunca he visto mucho futuro por delante de mí.

AH – ¿Por eso ha realizado la pieza “Estoy pensando en tortugas”? ¿Vivir en presente?

FC – Una cosa es la voluntad de comprometerse para vivir el presente y otra la incapacidad para visualizar el futuro. Yo tengo las dos [lo dice con sus ojos negros mirando de frente a la vez que suelta una carcajada franca que mueve a acompañarla en la risa]. Son inseparables.

Nunca me he proyectado mucho en el futuro. Cuando era adolescente seguramente no era capaz ni de imaginarme en el futuro.

AH – Esto es típico de los adolescentes. Son más presente que futuro.

FC – Sí. Aunque siempre están las preguntas de qué quieres ser de mayor, qué vas a estudiar y esas cosas. Alguna vez, no sé si de adolescente o de niña, he tenido una imagen de mí misma como viejita, viejita, escribiendo en un bosque. No soy viejita y, desde luego, no hubiera sospechado que yo me iba a poner a escribir.

AH – Sin embargo, cuando uno prepara una pieza que se va representar durante varios días en Naves Matadero y que luego puede girar, hay que tener capacidad de ver futuro.

FC – Es un futuro al que alcanza la vista. Sí, pero en base a algo concreto, tampoco mucho más allá. Con un poco de suerte haremos la pieza en algún otro sitio. Firmaré un contrato y asumiré el compromiso de hacer eso.

Sin embargo, no tengo ni idea de qué va a pasar ni con mi estómago, ni con mi hígado, ni con mi madre, ni con mis amantes, ni con mis amigos, ni con el mundo, ni con el clima, ni con el precio de la vivienda. Tampoco soy capaz de decir si va a ir bien o mal.

A mí me parece que el vínculo con el futuro se establece en el compromiso con el presente. No puedo hablar mucho más. Lo cierto es que yo tengo compromisos profesionales de aquí hasta mucho tiempo. Son como piedras que están puestas en el camino. Si todo va bien, sabes que vas a ir de una a otra porque has quedado allí con gente. Desde luego es suficiente para mirar adelante. Esto no me parece una visión de futuro. Es algo, pero no una casa.

AH – ¿Cómo de importante es la gente que se pueda encontrar al ir de una piedra a otra?

FC – Fundamental. No tengo ningún interés por nada que no tenga que ver con gente.

AH – Los seres humanos le interesan.

FC – Sí.

AH – ¿Qué encuentra o cuenta sobre los seres humanos en el trabajo que hace?

FC – He pecado de exceso de confianza y de fe en el ser humano. Me he empeñado en que todo ser humano es bueno siempre, que todo el monte va a ser orégano.

Soy bastante insegura por lo que tiendo a confiar bastante en la gente. Me refiero a decir: “Seguro que tú tienes razón y yo no.”

Lo cierto es que hay pruebas de sobra como para caerse del guindo y asumir que el ser humano es un desastre total. A pesar de que tenga algo absolutamente maravilloso con capacidades tan maravillosas como la capacidad de amar. Un fenómeno relacional que no le pasa a otras especies.

El ser humano es una gran decepción que está relacionada con una idea que se tiene. Porque si no se tiene una idea uno no se decepciona de ella.

AH – ¿Qué idea tenía del ser humano que la ha decepcionado?

FC – El ser humano me ha decepcionado mucho. Es algo que tiene que ver con la generación a la que pertenezco, la educación que he tenido. Soy occidental, europea, española, nacida en los sesenta. Crecí pensando que el ser humano perseguía su libertad y que estaba dispuesto a currárselo para conseguirla y separarse de desastres anteriores. Anteriores a mi nacimiento. Visión enana la mía.

Mi composición del mundo ha sido muy concreta. Cuando en la segunda mitad de mi vida, las cosas cercanas, pegadas a la piel, ponen en evidencia que el ser humano no defiende ni libertad ni derecho ninguno. Sobre todo, que al ser humano no le importa el prójimo. Es necesario que no te importe para pasar por encima de su cabeza. Para mantener su bienestar y sus mínimos derechos es necesario que el prójimo le dé totalmente igual. Para mí ese ha sido el gran chasco.

Te lo cuento desde una visión pequeñísima. La historia de la humanidad no cuenta lo contrario. Es solo que a mí me había parecido lo contrario porque he nacido en el momento que he nacido, en el lugar que he nacido y del lado de los privilegiados.

Ese pasmo que le sobreviene a uno cuando se da cuenta de que en general el prójimo está bastante dispuesto a pisarle la cabeza a una es muy fuerte.

Sin embargo, el vínculo que se ha establecido con el ser humano, el vínculo que se tiene con los demás, y la ternura que se ha creado no desaparecen de la noche a la mañana. Uno se queda ahí, conviviendo con esas dos cosas. Desconfiando y confiando a la vez.

AH – La literatura, el arte y el teatro ¿ayudan a mantener los vínculos con los otros a pesar de las decepciones?

FC – Sí, a mi sí. Volvemos a lo de la persona que se expone. Exponer significa poner fuera lo de dentro, que se pone fuera. Ese gesto es conmovedor. A mí sí me ayuda.

También es cierto que no he conocido otras formas de vivir. No me voy a hacer la lista. Esto es lo que tengo, esto es lo que hay. Esta ha sido mi manera de andar.

El ser humano que se expone y que se pronuncia lo hace para los demás. No lo hace para sí mismo. Eso me conmueve. Me hace sentir unida a él.

Lo que pasa es que en cuanto que hablamos del arte viene como detrás pegado toda una bolsa enorme que tiene que ver con la industria y ese aparato que llamamos cultura. Una bolsa que no necesariamente va a favor de que el ser humano se exponga. Es otra cosa, otro juego.

AH – ¿Cómo una artista responsable convive en esa dicotomía?

FC – Para mí solo cabe la posibilidad de hacer lo que me gusta. No cabe la posibilidad de hacer o fabricar otra cosa. Es decir, yo debería tener un oficio capaz de ser puesto al servicio de la decoración, pero no estoy en disposición.

No quiere decir que no tenga conciencia de que lo que yo hago algunas personas lo vean como decoración. Me parece perfecto y muy respetable. Pero lo que quiero decir es que no movería ni un pelo de mi cabeza, ni me metería en el lío que supone poner en pie una propuesta escénica en este país, por una cuestión de oficio. No me veo ni capaz. Solo me veo capaz de moverme por hacer algo que realmente tenga ganas de hacer. Y que sienta que viene a cuento en un contexto y momento concretos y con la gente con la que quiero. Para mí no hay otra posibilidad. Mis intereses van por otro lado.

AH – ¿Existen referentes que la hayan reforzado en esta forma de pensar?

FC – Una intenta estar en diálogo con las lecturas, las conversaciones, las escuchas, las otras manifestaciones artísticas, literarias y políticas. Una atiende más a unos interlocutores que a otros, la verdad.

Esos interlocutores a parte de aportar cosas también propician un diálogo externo que en definitiva propician un diálogo interno.

En general me interesan las personas que piensan, que tienen que ver con el acto de pensar y eligen una vía de conocimiento. Me parece muy delicado decir unos nombres y no otros porque en distintos momentos de mi vida han influido unos más que otros. Hay oleadas. Van y vienen. A veces me interesa mucho gente muy joven y otras veces gente muy antigua.

Me resisto a poner nombres porque me resisto a la marca como fórmula. Prefiero no darlos. He mencionado en la entrevista a Clarice Lispector de la que había leído cosas pero no había tenido el mayor diálogo. Mi relación ha sido ahora en un momento concreto, de una manera concreta, para una pieza concreta.

He tenido una gran relación con la obra de Chantal Maillard, incluso personalmente con ella. La primera obra que escribí fue por ella. Luego he leído a los posestructuralistas, como otra mucha gente.

Pero, por ejemplo, todos los artistas con los que trabajo en “Estoy pensando en tortugas” son artistas a los que yo admiro, con los que mantengo un diálogo abierto desde hace mucho tiempo.

AH – ¿En qué disposición debe estar uno para mantener un diálogo?

FC – En disposición de escuchar.

AH – ¿Cómo practica esa escucha cuando una persona como usted crea y dirige el espectáculo?

FC – No soy una gran experta en ello. La mayor parte de mis piezas las he hecho sola, con colaboraciones que llegan después. Cuando hago cosas con gente, y esta es mi segunda obra con gente, el proyecto es completamente inseparable de las personas. Está absolutamente inspirado. Es en ellos en los que me inspiro. En sus maneras de estar en el mundo.

AH – ¿Vienen ellos o los llama?

FC – Los he llamado yo pero han sido uniones naturales. En los dos casos. Había un claro deseo mutuo de trabajar juntos desde hacía tiempo. Era algo que iba a confluir. A veces de forma muy repentina. A Lucas Condró lo conocí un día y al día siguiente le propuse trabajar conmigo.

Son encuentros. Es verdad que he sido yo quien ha convocado, pero podría haber sido otro. De hecho, lo he sido. Con varias de las personas con las que he trabajado como directora también he trabajado de otras maneras o también me han dirigido.

AH – ¿Cómo se consigue encontrarse con los otros?

FC – No sé. Todos tenemos los ojos abiertos. ¿Tú no te enamoras? [De nuevo lo dice riendo, con esa cara alegre, y es imposible no seguirla en la risa].

Supongo que soy sensible a ciertas cosas, sensibilidades, a ciertas maneras de relacionarse, de estar en el mundo. Desde un contexto social a un contexto artístico.

AH – Tal y como lo cuenta parece fácil, como si tuviese un talento natural para encontrarse con los otros, sin embargo, el número de personas que viven solas y sin apenas contacto con los otros está aumentando de forma importante tanto que en Reino Unido se va hacer un ministerio específico.

FC – Yo tengo tendencia al aislamiento. Momentos de mucha desconexión. Sin embargo, ahora que me lo planteas no me queda más remedio que reconocer que he tenido mucha suerte de encontrarme con gente tan rica como con la que estoy compartiendo mi trabajo ahora. Claro que no son 87 personas, son 6. Sí, supongo que tengo suerte.

He tenido la suerte de encontrarme con unas encarnaciones gloriosas que me acompañan en esta pieza: Óscar Villegas, Luciana Pereyra Agoff, Lucas Condró, Sandra Gómez, Jaime Conde Salazar y Ana Rovira. A través de los cuales respira toda la idea que yo empecé a sembrar. Yo soy solo una excusa.

AH – ¿Ha sido la suerte la que la ha llevado por toda su carrera profesional?

FC – No, ha sido más el hambre y la necesidad y no me refiero a la física. Yo estoy atenta. Si estás atento ves lo que toca o lo que corresponde.

AH – Poner la atención es algo activo que se hace de forma voluntaria.

FC – Sí, es activo. He vivido años aislada en una atalaya en el campo escribiendo como una loca. Salía. Hacía bolos. Me encontraba con los demás de una manera muy intensa.

El acto escénico solo me interesa porque tiene la posibilidad del encuentro. Para mí el asunto es el encuentro. Es ahí donde tengo la atención puesta. Cuando se produce el encuentro es muy fuerte. Un intercambio de información y de fluidos. Muy potente.

En mi caso concreto se alterna con una considerable capacidad de aislamiento.

AH – ¿También se produce con el público?

FC – Me refería también al encuentro con el público. He estado muchas veces sola en escena y el otro es ese que está mirando. Cuando digo encuentro es el de todos con todos.

AH – Sin embargo, el tiempo para encontrarse con los compañeros es largo, porque es tiempo necesario para crear la pieza, mientras que con el público es el tiempo que dure la pieza.

FC – Con los compañeros hay más tiempo de disfrutar de estar juntos, pero también hay más posibilidad de desencontrarse. Mientras que con el público, aunque los minutos pasen en el reloj, todos intentamos salirnos del tiempo. No hay mucha medida ahí.

Ese encuentro por breve que sea, a poco que se produzca esa mínima comunión porque estamos respirando el mismo aire, ni si quiera con todos, con dos, es muchísimo. Es muy fuerte. Llena y vacía a la vez de una manera brutal.
Intento desdibujar los límites de la mirada. Aunque sea siquiera un momento.
5

BUSCAR