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El señuelo de las manos

“Suaves y delicadas, pero tan finas que cada vena estaba expuesta. Llenas de experiencias inclementes y de un pasado que no deja marcas manifiestas. No en ellas, pero si en su ser.

Así eran las manos de Julia, mi vecina y amiga. Esas manos ahora sobre las mías. Esas que tanto le habían dado y que ahora, a sus 96 años, seguían vivas y fuertes. Esas que me acariciaban con tesón en señal de agradecimiento por estar aquí. Con ella y para ella. ¿En cuántas ocasiones Julia habría desempeñado mi papel? El de esas manos jóvenes que arropan con ternura y respeto a la veterana sabiduría.

En la jovialidad de mis manos se gestan ansiosamente frescos deseos, ilusiones y esperanzas. En la mesura de las suyas el deleite de continuas pasiones y marchitadas añoranzas se enraizaban.

¿Quién nutría a quién? Me preguntaba a menudo cuando me iba a casa con la revista, que Julia alegremente me pasaba cada vez que tenía ocasión. Me sentía tan sostenida por ella, que siempre alargaba esa sensación de flotar unos minutos más, cuando soñaba entre las páginas de aquel magacín que ella ya había disfrutado. Imaginaba como sus manos pasarían aquellas páginas, mientras tomaba un sorbo más de chocolate. Yo cerraba los ojos y saboreaba ese dulce y delicado momento, que solo la intimidad de ambas podía cobijar.”

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