Foto: @Geraldine Leloutre
“Yo sé lo que valgo y lo que no valgo, cuando estoy bien y cuando estoy mal. No necesito que me lo digan”
Lola Cordón es una actriz con muchas tablas, es decir, con una larga carrera profesional. Una trayectoria laboral que empezó con el teatro que hacía con Alberto Closas hasta llegar a trabajar con tres de las directoras más reputadas en la actualidad: Angélica Liddell, Carlota Ferrer y Carolina África. Estos últimos trabajos, su personalidad y la forma de afrontar la vida le han valido a sus ochenta años el calificativo de moderna.
Antonio Hernández (AH) – ¿Cómo se presentaría usted a quien no la conoce?
Lola Cordón (LC) – No me presentaría porque no soy capaz de autodefinirme.
AH – Podría ser “Soy Lola Cordón y…” ¿cómo continuaría?
LC – Soy Lola Cordón y llevo más de 50 años en la profesión de actriz. Tuve mucha suerte. En Valencia, donde vivía, hice teatro universitario. Estuve trabajando con José María Morera, que ya ha fallecido.
Cuando me vine a Madrid trabajé en una empresa que rodaba películas para los mexicanos en inglés. Estando allí me llamó Morera y empecé a trabajar en el Teatro Alcázar [en la actualidad Teatro Cofidis Alcázar]
Y desde entonces trabajo en esto. Además de que no se hacer ninguna otra cosa.
AH – ¿Se ha mantenido simplemente porque no sabe hacer otra cosa o hay algo más?
LC – No, es que hacer teatro me gusta. Cuando era niña nos fuimos a vivir a Valencia desde Vitoria. Justo cuando acabó la Guerra Civil. En aquella época, mi hermano, con el que me llevo 15 años, estaba en Madrid estudiando Filosofía y Letras. Y mi hermana, con la que me llevo 12, estaba interna en Vizcaya. Así que cuando mis padres iban al teatro no tenían con quien dejarme, me llevaban con 6 y 7 años. Fue entonces cuando me aficioné.
Luego llegaba a casa, me disfrazaba y les hacía yo mis funciones. Mis padres me reían la gracia hasta que les dije que me quería dedicar a esto. Entonces se horrorizaron, cuando fueron ellos los culpables de que me guste el teatro.
Toda mi vida he sido muy rompedora. Siempre he hecho lo que me ha dado la gana
AH – ¿Dónde estudió teatro?
LC – En el conservatorio de Valencia. Pero no tenía nada que ver con lo que se estudia ahora.
AH- ¿Y luego?
LC – Me vine a Madrid con una maleta. Alquilé una habitación en la casa de unas amigas francesas que conocía de Valencia. Pero vine sin nada planificado y tenía que buscarme la vida. Empecé en la productora de las películas mexicanas que te he comentado y estando allí y buscando otro trabajo, me llamó Morera.
AH – ¿Qué papel le ofreció?
LC – No comencé sacando una bandeja. Lo hice haciendo un personaje, tenía frases que decir. Siempre he tenido trabajos importantes.
AH – ¿Y después?
LC – Después de esas obras policiacas pasé al Teatro Valle-Inclán, que ya no existe, estaba en la calle Princesa. Ahora allí hay una discoteca. En ese teatro hicimos Los físicos de Dürrenmatt, una obra fascinante con un reparto estupendo. Luego hicimos El hilo rojo. Todo los que trabajaban en este espectáculo están muertos. Vicente Parra, Lola Cardona, Eugenia Zuffoli, la madre de Bódalo… las únicas que vivimos todavía somos Pilar Velázquez y yo.
AH – ¿Cómo llegan a producirse estas obras durante la dictadura franquista?
LC – No sé quien las produjo. La verdad es que eso no me preocupaba. Yo solo me preocupaba de hacer mi trabajo. De todas formas Morera tenía dinero. En Valencia tenía una relojería, Relojería Morera. Después no hice cosas tan bonitas. Si hasta hice una obra de Alfonso Paso, todo el mundo ha hecho al menos una obra de este autor.
AH – ¿Ser actriz entonces es muy diferente a serlo ahora?
LC – Hemos mejorado en muchas cosas. Por ejemplo, si haces una tournée, bueno, ahora no se las puede llamar así, te buscan el alojamiento y tienes dietas. Eso no existía antes.
Cuando hice Mariana Pineda de Federico García Lorca con Lola Cardona viajábamos en trenes de madera. Nos teníamos que buscar el alojamiento. Además teníamos que hacer dos sesiones. Una a las 7 y otra a las 10, por lo que no te daba tiempo a ir a casa a cenar.
Alberto Closas fue el primer actor que hizo la función única en la que yo estaba. Recuerdo que era una obra horrorosa de Emilio Romero que entonces era el director del diario Pueblo, cuya redacción se encontraba enfrente del CCOO. Emilio decía que la gente dejaba de ir porque Alberto lo hacía muy mal. No es cierto, la obra era mala y poco a poco la gente dejó de acudir al teatro.
AH – ¿Cómo afronta Lola Cordón estar en algo que no funciona pero en lo que tiene que estar porque se ha comprometido a ello?
LC – Por los compañeros. Yo lo que no quiero es trabajar con gente que sea deleznable aunque la función sea estupenda. Con personas desagradables en escena, que no dejan hablar al oponente. Eso existe.
Una vez hice una función muy bonita, El estornino, pero la compañía era un espanto. Después de esto tuve un bache. Pensé que yo no quería estar en una situación así. Así que estuve un tiempo dedicándome a otras cosas. Vendí seguros, buscaba publicidad. Cuando tuve cuarenta y pico años y quise volver, mucha gente ya no me conocía.
AH – ¿Qué alegrías le ha dado el teatro?
LC – Muchas. Trabajar con Krystian Lupa, cuando acababa de ser nombrado el mejor director europeo, ha sido una de las mayores satisfacciones que he tenido porque es un ser maravilloso.
Ha estado recientemente en el Teatro Abadía con Ante la jubilación. Fui a escuchar la conferencia que daba. Hacía nueve años que no me veía pero él estuvo encantador, como si no hubiera pasado el tiempo. Cuando en la gente que he dejado de ver hace un tiempo encuentro la misma actitud de cariño, de afecto y de cordialidad que antes…
AH – ¿Qué cree que tiene Lola Cordón para generar esa cordialidad?
LC – No siempre genero cordialidad en los otros.
AH – De acuerdo, pero con la que gente que si la produce ¿qué les da Lola Cordón?
LC – Que soy muy auténtica. Siempre digo lo que pienso. Y si no puedo decirlo me voy. Si voy a un estreno de una persona que aprecio y no me gusta lo que he visto, me voy sin saludar. A una persona que quiero no la puedo engañar.
AH – ¿Hay mucha gente dentro de la profesión a la que usted quiera?
LC – Sí, pero he observado que la gente es poco fiel en sus afectos. Soy una persona que cuando doy mi amistad, la doy para siempre. Pero la gente no siempre es así. Eso me produce mucha tristeza. Por eso cuando vi que Lupa me abrazaba con el mismo afecto y con la misma empatía que hacía nueve años, y su pareja, que también estaba, eso me produjo mucha satisfacción.
¿Viste Ante la jubilación? Y ¿no te dejo petrificado en la butaca? Yo después de ver eso no he visto nada que me haya gustado tanto. Con tan pocos medios, sin gastarse millones ¡Cómo no le van a nombrar el mejor director europeo!
AH – ¿Qué otros directores o directoras con los que ha trabajado y le han mostrado los mismo afectos?
LC – Alberto Closas, aunque era otro tipo de teatro. Otro que me encanta es Mario Gas. Y Alfredo Sanzol, que le acaban de nombrar director del Centro Dramático Nacional. Le he mandado un Whatsapp para felicitarle.
AH – ¿Por qué piensa que la compañía La Belloch hizo una obra para usted llamada Modërna? ¿Por qué a Lola Cardón se la considera moderna?
LC – Porque yo era feminista sin saberlo.
AH – ¿Qué significa esto?
LC – Yo hacía siempre lo que me daba la gana. Volví de Inglaterra con 21 años y les dije a mis padres que me dieran la llave del portal, que no tenía que estar llamando para que me abriesen. Luego me casé en contra de su voluntad y, cuando ya lo habían aceptado, me separé estando embarazada. ¡Yo que me había casado por la iglesia!
AH – ¿También ha tenido que luchar por esa libertad en el teatro?
LC – El mundo del teatro siempre ha sido muy abierto.
AH – ¿Qué más cosas buenas le han pasado en el teatro?
LC – Otra de las cosas buenas ha sido trabajar con Carolina África. Una mujer inteligente y trabajadora. La quiero mucho, y ella me corresponde.
AH – ¿También ha trabajado con Angélica Liddell? ¿Cómo le ha ido?
LC – Me ha ido bien. Pero con Angélica Liddell lo único que puedes hacer es desnudarte. Hablar lo habla todo ella. Ante todo supuso un reto y viajar.
Con Angélica no ganas dinero. Aunque lo hace todo legal, te paga los ensayos y la función. La obra [¿Qué haré yo con esta espada?] duraba cinco horas.
Fue gracias a ella que estuve en Aviñón. ¿Has estado allí?
AH – No, nunca he estado.
LC – Tienes que ir. Es una maravilla. La ciudad vive alrededor del teatro. Todas las calles están llenas de carteles sobre teatro y salas.
Me alojaba fuera de la muralla. En una residencia absolutamente monacal que no tenía ni teléfono en la habitación. Cogía un autobús para ir al centro que durante el festival no se pagaba.
La obra se representaba en el Claustro de las Carmelitas. Hacía un frío y un viento terrible ya que empezaba a las 10 de la noche y acababa a las 3 de la mañana y todas las chicas y yo desnudas esperando para actuar. ¡Pasamos un frío! Hacía tanto frío que la gente se iba pero por el frío. Acabamos casi solos en el teatro.
AH – ¿Se ha tenido que desnudar más veces en el teatro? ¿Y cómo se afronta un desnudo en el teatro?
LC – No, no me he tenido que desnudar más veces en el teatro. Y se afronta mal. Aquellas 8 chicas eran tan guapas y luego salía yo.
Estuvimos en Jerusalén. Yo pensaba que lo que hacía no tenía ningún sentido. Entonces al final de la obra se acercó la mujer del director del teatro a hacerse un selfie conmigo y me dijo que mi papel era una maravilla. Entonces pensé que estaba haciendo algo.
Trabajando con Angélica Liddell me he dado cuenta que en todas sus obras siempre deja una apertura a la esperanza. En esta obra un chico joven y yo salíamos al final de la obra, casi la cerrábamos. Personificábamos el amor.
Nunca en la vida hubiera ido a Jerusalén si no hubiera trabajado con Angélica. Cuando llegamos vi a muchos judíos ortodoxos con los tirabuzones y la kipá y le se lo comenté a ella. Me respondió que no me preocupase que no tenía nada que ver con el público del teatro en el que estábamos programados. Tenía razón. En ningún lugar tuvimos tanto éxito como en Jerusalén. Un público entregado.
El director del teatro era encantador. Nos ofreció una cena fantástica. Y me comentó durante la cena que su pueblo había sufrido tanto a lo largo de la vida que se había hecho muy agradecido.
AH – ¿Cómo se hace el recorrido de Alberto Closas a Angélica Liddell?
LC – Porque soy muy dúctil como actriz. Me vio Borja, un colaborador de Angélica, en Verano en diciembre de Carolina África y La Belloch, y le dio mi nombre. Gracias a eso he viajado muchísimo.
Tengo un bolo próximamente en Praga con esta obra, pero no creo que vaya, a pesar de que no conozco la ciudad. A mi me gusta mucho andar por los lugares que visito y desde que me rompí la vertebra no puedo andar bien. La primera vez que estuve con Krystian Lupa en Berlín podía pasear por el Paseo Bajo los Tilos. Pero la última que he estado con Angélica Liddell a penas podía pasear por la ciudad. Y es una ciudad que me encanta. Así que no creo que vaya a ir a Praga, ya me he desnudado bastante [dice haciéndome reír por cómo lo dice].
AH – ¿Qué hay entre Alberto Closas y Angélica Liddel?
LC – Entre medias está Buenos Aires. Fui en 1974. Estuve a punto de quedarme porque me gustaba y porque yo les gustaba bastante. Sin embargo, no me quedé. Tenía una hija adolescente que vivía con mi hermana y su marido y no podía estar tan lejos. Además, era una época horrible porque llegó la ultraderecha y empezaron los asesinatos.
AH – Con tanta gira y los horarios que tienen ¿cómo cuidan los artistas de teatro de sus familias?
LC – Mi hija estaba en Vitoria con mi hermana y mi cuñado. Mi padre había fallecido y mi madre era ya muy mayor para quedarse con mi hija. Ten en cuenta que yo nací cuando mi madre tenía cuarenta y tantos años y mi madre pensó que tenía la menopausia, no que estaba embarazada.
Mi cuñado tenía una buena posición y mi hija estaba mejor con ellos. Aunque venía mucho a Madrid a verme. Íbamos mucho al teatro y le gustaba, pero no la atrapó como a mí. A mis nietas tampoco.
AH – ¿Qué ha aprendido en el teatro que le haya servido para la vida?
LC – Creo que es al revés. Los años que estuve trabajando realizando encuestas, buscando publicidad y vendiendo seguros me enriquecieron humanamente. De eso me di cuenta cuando volví al teatro.
Cuando iba a buscar publicidad en una discográfica me vestía con vaqueros y más desenfadada. Pero cuando iba a buscar publicidad en una empresa me vestía como una señora del Opus. Yo hacía mi teatro durante estos años. Así que a la vuelta me di cuenta que tenía muchos más recursos.
Es cierto que el teatro te da un sentido de la disciplina, como nada en la vida. Tu sabes que tienes una función a las 7 y otra a las 10, y que tienes que estar ahí pase lo que pase.
AH – Sin embargo, popularmente se piensa que el mundo del teatro es el mundo de viva la vida loca.
LC – Al contrario. En el teatro se trabaja mucho. Cualquier espectáculo tiene mucho trabajo. Por ejemplo, Mrs Dalloway que se hace en el Teatro Español. Me he comprado el libro porque no me enteré muy bien cuando he visto la obra. Creo que es una novela muy difícil de adaptar.
AH – ¿Hay algo de lo que a Lola Cordón le gustaría hablar y nunca le preguntan?
LC – Yo soy poco de hablar. Afortunadamente tengo el mínimo de vanidad. En esta profesión los actores tienen el vicio de la vanidad, aunque hay gente que no. La vanidad me irrita profundamente.
El otro día llame a Julieta Serrano para felicitarla por su interpretación en la película Dolor y gloria. Luego me la encontré en el Teatro Español y le dije que no la iba a felicitar más para que no adquiriese el vicio de la vanidad. Ella me respondió: “Ya es tarde”.
AH – ¿Cómo ha luchado usted contra este vicio?
LC – Siendo como soy. No me sale el ser vanidosa. He hecho tournées, he hecho bolos. He tenido buenos compañeros. Pero era llegar a Madrid y todas las actrices querían estar en los camerinos de abajo, cerca del escenario. Sin embargo, yo solo pedía que me colocasen en el último piso prefería estar sola, tener mi propio camerino, porque en la gira siempre estaba compartiéndolo.
A mí me daba igual estar abajo porque yo se lo que valgo y lo que no valgo, cuando estoy bien y cuando estoy mal. No necesito que me lo digan. Tengo un sentido autocrítico inmenso.
AH – ¿Qué le importa?
LC – Hacer mi trabajo con honestidad, sinceridad y verdad. Ser auténtica y que la gente me crea.
AH – ¿Qué resortes mueve para eso?
LC – Es muy orgánico. Yo siento más el personaje que lo pienso. Hay que pensar para saber cuando hacer una pausa o no hacerla, pero me lo dice más el cuerpo.
AH – ¿Cuándo se dio cuenta de que era así?
LC – Lo descubres ensayando en el escenario.
AH – En esta forma de trabajo ¿cuál es el rol del director o directora?
LC – Los directores te dan pautas, con ellos estudias los personajes. Eso con Lupa… te tiene un mes haciendo trabajo de mesa y estudiando. Si por él fuera todavía estábamos ensayando Final de partida [que se pudo ver en el Teatro de la Abadía]
AH – ¿Qué proyectos tiene a futuro?
LC – Pues de momento no tengo nada. Tengo un casting. Fíjate con los años que tengo todavía hago casting. Claro que luego leo que Meryl Streep hace casting y me digo, igual que Meryl Streep ¿de qué me quejo? [dice con un optimismo contagioso]