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En cuarentena

Se hallaba en medio de un acontecimiento histórico pero ella aún no lo sabía. Se trataba de Lilia, una niña de pelo cobrizo, piel clara y pecosa, la cual tuvo que pasar, como muchos otros, por una pandemia mundial.

Lily, como su abuela la llamaba, era una niña llena de vitalidad y felicidad que no atendía el problema que sucedía al cruzar la puerta de su casa. Muchas personas morían a diario por culpa de un virus que difícilmente se podía detectar, pues sus síntomas eran similares a los de un simple constipado.

La pequeña gozaba de alegría y bondad pero sobretodo de imaginación. Tal era esta virtud que cada acción que llevaba a cabo no sucedía igual desde su perspectiva. Durante todo este tiempo confinada en casa con su abuela Nina había vivido todo tipo de aventuras. No hacía galletas y pasteles con su nana sino que se convertía en una importante chef al mando de una gran cocina y su nana era su única compinche; tampoco se bañaba y enjabonaba sino que surcaba las aguas espumosas en busca de todo tipo de amigos marinos.

Sin embrago, su historia preferida era una ya inventada anteriormente. En el lado este de la casa de Nina había unos grandes ventanales por donde se veía salir el sol cada amanecer. Lily se levantaba pronto cada mañana para contemplar el alba y fantasear con ser aquella princesa encerrada en una alta torre de la cual no tenía escapatoria. En realidad, era así como se sentía. Tenía la necesidad de poder viajar a otros universos, vivir nuevas historias y experiencias.

La pequeña se encerraba en su mundo fantástico para olvidar su gran pérdida, una para la que todavía no estaba preparada. Se aislaba en esas historias para no vivir la suya propia. Porque no sabía cómo continuarla sin él. Porque tenía miedo, se sentía solo y perdida. Sentía que daba vueltas y vueltas en un lugar sin salida ni escapatoria. Sabía que era muy afortunada por tener a Nina pero no encontraba su sitio. Sentía que no encajaba desde que él se había ido.

Él siempre le decía que de mayor debía viajar muchísimo y debía perseguir siempre en tus sueños, seguir a su corazón y ser feliz, independientemente de las opiniones de las demás personas. Este era uno de los consejos que le había dado su padre antes de fallecer a causa de la enfermedad que estaba arrasando con miles de vidas allá por donde pasaba.

Nina sabía perfectamente por qué estaba pasando su nieta ya que ella experimentaba algo similar. Sentía que le habían arrebatado lo que más quería, que le habían arrancado una parte de sí misma, de su esencia, de su alma. No obstante, su nana comprendía que debía ser fuerte por ambas y debía intentar que siguiese su camino, tal y como lo hubiese hecho su hijo.

A partir de entonces, fue ella quien le susurró con delicadeza ese lema tan valioso y poderoso para la pequeña.

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