Siento la tristeza clavada,
ajustada en las bisagras de un corazón
que poco a poco, dejó de ser mío
para irse transformando en nuestro.
Presiento nuestro turbulento cariño.
Hecho de aceptación y silencios,
de negación a gritos afónicos.
Adelanto nuestras caídas
hacia pozos de caricias y abrazos
sin tener que abrir los ojos,
sin necesidad de vernos
en las pupilas brillantes del otro.
Tan cerca y a la vez tan lejos,
tan rotos y simultáneamente unidos,
enlazados por algo claramente indescriptible.
Enloquezco, sintiéndote latir,
fluir tu sangre dentro de mis venas,
tu pasado y presente en colisión,
rompiendo como una tormenta,
en mis oídos hasta dejarlos sordos.
Solo escucho entonces
el sonido que surge de tu garganta
respirandome al oído,
solo noto tu cuerpo
tímidamente encajado entre las curvas del mío.
En esos momentos,
perdido el sentido que nos definió
como mortales, creamos eternidades efímeras.
Por algunas horas
seremos aún las sombras
cubriendo al otro.
Hasta que salga la aurora.