Soy de esa clase de mujeres que van por la vida sin maquillaje como Maryse Condé.
Soy de esa clase de mujeres a quienes les gusta arrimarse a las locas del ático para hacerse amiga de ellas.
Soy de esa clase de mujeres que a pesar de los sufrimientos causados por ir por la vida sin maquillaje conserva toda la pasión. Intacta.
Como intactos estaban los cabellos en el cepillo de plata de Rebeca en Manderley. Eso me contó mi amiga, la segunda señora de Winter, cuando entró a vivir a aquella mansión en la que planeaba Rebeca como si se tratase de un poema jamás descifrado.
Pero antes de continuar debo advertirte de una cosa: ninguna narración es inocente y esta tampoco lo es.
Mi amiga también es de la clase de mujeres que va por la vida sin maquillaje y cuando entró a vivir a Manderley lo primero que descubrió en la cómoda de Rebeca fueron polvos de arroz, carmín, agua de rosas, varias cremas y perfumes, un pañuelo manchado de rouge, unos vocetos de ropa interior femenina hechos a carboncillo y un cepillo de plata.
Y todo aquello que encontró fue muy importante para ella porque en aquella casa nadie le contaba nada, al menos con palabras.
No le explicaban cómo había sido su día a día, qué le gustaba comer, si leía en la biblioteca o prefería pasear o montar a caballo. Nada. Todas aquellas mujeres que habían estado al servicio de Rebeca no despegaban los labios si no era para suspirar por ella. Todo eran suspiros y miradas desviadas hacia lugares imprecisos cuando ella preguntaba.
No todas las historias están hechas de palabras, de eso ya te habrás dado cuenta y eso fue lo que le pasó a mi amiga, que ella empezó a hilar una, la suya con los silencios, el rouge en el pañuelo, las invitaciones para un baile de disfraces firmadas con una enorme y sensual R al final, la foto de otro hombre, un desconocido, los camisones de seda aún en la mesita de noche de la alcoba de su marido, y el cepillo de plata que conservaba enmarañados todos aquellos cabellos largos y oscuros que habían sido de ella, de la misteriosa Rebeca.
Una noche mi amiga robó ese cepillo de plata de la cómoda de Rebeca sin que nadie la viera y empezó a peinarse por las noches, pasando por su cabello las mismas cerdas que habían acariciado los de ella, aquella melena que tanto debía envidiar, según el ama de llaves de la mansión.
Le aconsejé a mi amiga que sacara pecho y dejara de creerse todas aquellas historias confeccionadas para hundirla, que aquella narración que estaban hilando entre todas las mujeres de la mansión no era más que una trampa para amargarle la vida porque ninguna narración es inocente, ya te lo he dicho.
Le recomendé a mi amiga que cogiera los cabellos de Rebeca enmarañados aún en el cepillo de plata e hiciera una bola con ellos y los tirara la mar. Que con esa bola de pelos se desharía del mal al mismo tiempo que se desharía también la madeja del relato que ella se había contado sobre sí misma.
Mi amiga lo hizo y a los pocos días empezó a recuperar su vitalidad.
Fue entonces cuando me invitó a tomar un té en Manderley, las dos solas, sin Rebeca y fue entonces cuando le dije que tenía que pedirle algo a cambio, que necesitaba que ella, de ahora en adelante, fuera la mejor amiga todas las mujeres, especialmente de la que es burlada por sus compañeros de trabajo por estar con unos kilos de más y pese a eso ser feliz, de la que recibe órdenes de un jefe bobo y altivo y tiene que callarse, de la que es despedida del trabajo al quedarse embarazada, de la que es juzgada por decir que no quiere ser madre, de la que tiene pinta de golfa según sus vecinos, de la que prefiere estar sola que mal acompañada, de la que se niega a dejar de brillar para que lo haga otra.
A todas estas mujeres, le digo, debes invitarlas aquí, a Manderley y contarles tu historia y cómo te deshiciste de la sombra de Rebeca con tan solo cuestionarte la historia y tirar esa bola de pelos lejos de ti.
Tienes que ser tu mejor amiga, pero te advierto, ninguna narración, ni siquiera esta misma, es inocente pero esta al menos trata de favorecerte a ti, amiga, y te la cuento porque soy de esa clase de mujeres que quiere que todas estemos bien.