La suerte pasó a su lado
con lunares
en volantes
y una ráfaga de encajes
le gritó su nombre completo.
La tela de su falda
bromeó rozando auras
con un desparpajo de naranjos en flor.
Ay si su vida
no durmiera alicorta
sobre un ombligo de cuentas,
ay si no se despistara tanto
con los boliches del suelo…
Se habría dado cuenta
de los giros y giros
que dio esa muchacha apoyada en su eje.
Mil pasos de tango, ocho equinoccios
y nueve solsticios
—a ochenta millas
al viento maestral—.
Para alargarle la noche
y resucitarlo
de entre los muertos
cada amanecer.
Teresa Iturriaga Osa