fbpx

¿Es más crucial el primer amor o el último?

No me lamento del tiempo que he perdido quemándome las cejas sobre los primeros amores, pero sospecho, en todo caso, que lo hubiera aprovechado más si me hubiera dedicado a los amores tardíos”.

Vuelvo a Josep Pla como una hija pródiga contrita. Lo abandoné como abandoné hace dos días el rubio y me corté el pelo tanto que parezco un pajarillo tembloroso. Fue un impulso necesario. Una cierta traición a mi María que tendrá que entender, estoy segura. Ahora mi cuello se presta al ahogamiento y, aún peor, a la guillotina. Al zaherimiento, a la colleja, al desacato (quitando poesía).

Anoche, en un rapto de atrevimiento provocado sin duda por mi nuca desnuda, acuñé un nuevo significado para el verbo espetar: “Asar sardinas en la playa del Sur bajo la luz de las estrellas”. A Pla no le hubiera parecido mal. El hombre se siente, dice, incapaz de disertar literariamente sobre los primeros amores porque carece de imaginación. Eso confiesa en su “Cuaderno gris”, esa joya necesaria que alguien debería dejar en las mesillas de hotel sin esperanza, en las celdas de los presos, en los bancos de beata de iglesia tenebrosa, en los burdeles… Los llama -a los primeros amores, digo- “estados de martirio” y a mí me da la risa. Un día, en una playa del Norte (sin espetos, con gaviotas atentas al ataque de cuellos vírgenes desprevenidos), J. reflexionaba a lo Pla: “¿No crees que es mucho más relevante el último amor que el primero, y que sin embargo nadie le da importancia?”. Poca literatura, desde luego (“El amor en los tiempos del cólera” le devuelve su dignidad, subido a una barcaza. Dos cuerpos arrugados, dos corazones en llamas).

Una vez le pregunté a una mujer que entrevistaba, famosa por sus vaivenes amorosos y por plantar cara a prejuicios y bagatelas convencionales, que si cada hombre preparaba el camino al siguiente. La cuestión la pilló descolocada. Recuerdo la escena, ambas en el restaurante del Casino de Santander. Ella alta, rotunda y envuelta en un vestido de estampado animal print, el rimmel alargando al infinito sus pestañas. Yo a punto de enfermar tras una insolación. Su vaso de vino blanco, siempre con hielo: “Uff, te diría que sí. Puede que sí. Estoy segura”. Ella se había casado con un noble, luego con un empresario del arte, después con un desalmado y en ese momento estaba con un chicarrón del norte mucho más joven, al que plantaría meses después….

SEGUIR LEYENDO

http://notengoregreso.blogspot.com.es

BUSCAR