fbpx

Felizmente infeliz

¡Qué manía con que seamos felices, oye! Y yo me pregunto, ¿hasta qué punto tenemos esa obligación?

Desde mi experiencia personal, yo creo que la mayoría de las personas queremos ser felices, incluso los animales. Sin embargo, la vida no es sencilla. Está llena de trampas, dificultades, piedras que a veces parecen montañas, retos… Como se suele decir, es una lucha constante por ir solucionando esas trabas, por superarnos a nosotros mismos y, en definitiva, por ir sobreviviendo.

Yo (como todo el mundo) he tomado muchas decisiones drásticas. Además, soy así, drástica. Después de mucho pensar sin apenas manifestar… ¡Zasca!, tomo la decisión e inmediatamente después viene la acción, caiga quien caiga, sea la que sea y tenga las consecuencias que tenga. Y es así tanto para acoger a un nuevo perro en mi casa, como para acabar con una relación con el que ha sido mi pareja durante unos años. No sé hacer eso de “nos damos un tiempo”. Lo que es, es, y lo que se acabó, en teoría, se acabó.

Y con estos conceptos tan claros llegas, después de más de un año de haber dejado esa relación y, casi por narices, casi porque tú misma te obligas, porque lees diferentes textos que te lo aconsejan, llegas exprimiendo la vida, haciendo cosas sin parar, escondiendo un dolor que nunca termina de callar, intentando aprovechar las oportunidades que te da la vida o que tú misma buscas. Llegas un día agotada y cabreada con el mundo entero, y te das cuenta de que con tantas cosas buenas que te están pasando, esas que siempre habías soñado, y resulta que te saben a naranja amarga, y, además, sin chocolate. Aunque, ¡para!, realmente no es ese día, sino que es un hecho que lo llevas percibiendo desde el principio, pero siempre lo has callado pensando el típico: “ya pasará, es cuestión de tiempo. Si hago un esfuerzo conseguiré ser feliz”.

Pero ese esfuerzo nunca obtiene su recompensa y por momentos, las cosas tan buenas que te están sucediendo, comienzan a tomar otro color, comienzan a enrarecerse y ya no sabes si es por tu culpa (ay, la culpa…) o porque realmente hay un factor con el que no habías contado o que, seguramente, tú misma habías omitido para que te parecieran fantásticas. Llegas a la conclusión de que hace tiempo que perdiste una lucha laboral, que ya tiraste la toalla, ni te respetan ni te respetas, en casa te da la sensación de que intentan hacerte lo mismo, discutiéndote cada una de las palabras que salen de tu boca. Y entonces te preguntas ¿esto era así antes?, ¿en qué momento ha cambiado todo esto?, ¿en qué momento he perdido la percepción y el control de mi vida?.

Y entonces te das cuenta, y lo dices con todas las letras; no eres feliz. Y por muchas cosas que hagas, si no superas los baches del pasado, por mucho que sonrías, cada decisión que tomes tendrá un alto porcentaje de ser errónea, porque no ves con claridad la realidad y eliges “al tuntún”, o puede que sea la acertada, pero no lo ves así porque la tristeza tiene esa capacidad de verter una neblina contaminada sobre todo lo que se acerca.

En definitiva, sí, queremos ser felices, pero indudablemente, hay que estar triste, hay que llorar mucho, incluso hay que encerrarse unos días en casa completamente solo, antes de poder llegar a plantearse el hecho de alcanzar algún día esa ansiada felicidad. De lo contrario nos convertiremos en unos infelizmente felices o felizmente infelices, aún estoy dudando.

De momento, me declaro oficialmente como una infelizmente feliz, que sigue sonriendo como manda la sociedad y haciendo millones de cosas sin parar, aunque, ahora que nadie mira, reconozco que me encantaría poderme quedar unos días en mi casa, hecha un ovillo en lo que queda de mi sofá (cosas del nuevo perro acogido) y llorando a moco tendido sin que nadie me dijera: “¡no llores mujer!, ¡Sal un rato!, ¡mira que Sol hace!, ¿Te lo vas a peder?” Sí, oye, por unos días no me importaría perdérmelo, aunque el día que decidiera salir lloviera a cántaros.

BUSCAR